Sobre todas las cosas y algunas otras: Las utopías literarias
Por Pedro Luis Barcia (*) EL ARGENTINO Utopía es el nombre griego que Tomás Moro dio a su obrita de 1516, que Quevedo traduce por: “No hay tal lugar”. Platón inventó por el diálogo una utopía en su República. Dibuja la fisonomía de un estado posible, y despótico.
Los griegos hicieron algo más: crearon la primera ficción literaria que constituye un viaje y excursión por una utopía; nace con ella el discurso utópico literario narrativo, de tan caudalosa descendencia en Occidente (Oriente, se sabe, es ajeno a las utopías).
El relato de Iámbulo (siglo III a.) se apoyó en un par de motivos del imaginario popular humano: el viaje y la existencia de una isla maravillosa.
Los asoció y bogó literariamente hacia allá. Así, Iámbulo se sacó de debajo de su clámide la primera ficción utópica literaria. Me detendré algo en este texto casi olvidado en los estudios utópicos, pese a su carácter fundacional.
El y un amigo, arriban a la Isla Feliz o Afortunada, habitada por hombres de 1,80 de alto, carentes de vello y dotados de una excrecencia en la nariz y de una lengua bífida, que les permite mantener dos conversaciones simultáneas (ideal de mujeres y políticos de doble discurso).
Sus huesos son elásticos, viven 150 años, reunidos en comunidades de 400 personas, ajenas a la ambición y a la envidia.
El sexo es promiscuo y el matrimonio inexistente. Allí residieron Iámbulo y su compañero por diez años, hasta que fueron expulsados y retornaron a la India y de allá a la Grecia natal.
La expresión literaria utópica es bicéfala. Por un lado, alude a las ficciones utópicas que se han escrito y, por otro, a la literatura que se produce en el seno de las utopías. La literatura dentro de la literatura.
En 1984, de Orwell se fabrica en el Departamento de la Fantasía, donde se produce literatura para la plebe mediante una Máquina de Escribir Novelas, que no es otra cosa que un Caleidoscopio que combina un conjunto limitado de elementos y motivos, siempre los mismos, en diversas asociaciones.
Con lo que se está señalando que la literatura de consumo popular se genera mediante la combinatoria de estereotipos básicos. En otra cacoutopía, anterior a la orwelliana, Nosotros, de Y. Zamiatin, se nos habla de poetas que componen odas e himnos al Estado único.
En fin, Moro ya había incluido poemas en lengua utópica al final de su librito: “Utopos ha Boccas peu la chama polta chamaan”. ¿Está claro?
Quiero referirme ceñidamente a una utopía poco visitada. Me refiero a Un viaje al país de los artícolas, de André Maurois. Allí hay dos tipos de habitantes: los artistas y los beos (o beocios), encargados de satisfacer todas las necesidades de los creadores.
Las calles tienen su pavimento cubierto por caucho para amortecer los ruidos molestos de los carruajes, perturbadores de la creación estética. Los teléfonos sólo funcionan una hora a medio día.
Una Escuela de Silencio prepara a las futuras esposas de losartistas a respetar el de sus maridos (¿Dónde está esa isla?). La materia prima de las creaciones literarias se fue apartando gradualmente de la realidad debido al aislamiento en que los hombres vivían.
Primero se nutrieron de los recuerdos que los artícolas trajeron consigo, luego, trataron los asuntos maianos (la isla se llama Maia); más tarde, unos se ocuparon de otros, entre los artícolas, finalmente, la literatura se ha ido cerrando sobre sí, autofagocitándose, apartándose de la vida.
El arte fue más importante que la literatura. (Se desató una herejía isleña, la de los biófilos: “la vida es más importante que el arte”, era su lema).
Esta obrita es un símbolo de lo riesgoso que es para el hombre vivir insularmente. La insularidad es nociva para todo hombre. De allí el hondo sentido de solidaridad humana y de sano realismo que revela la respuesta que dio Chesterton en una ocasión a un periodista que le preguntó qué libro llevaría a una isla.
La respuesta fue toda una toma de posición frente a lo humano: “Un manual para construir botes”. Retornar al seno de la comunidad humana.
(*) Pedro Luis Barcia es expresidente de las Academia Nacional de Educación y Argentina de Letras.
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