Nuestras maestras y el folklore
En 1921, en Consejo Nacional de Educación resolvió hacer una Encuesta Nacional sobre materia folklórica. Dada la vastedad del ámbito –todo el país- faltaban operarios en la mies, entonces se decidió que los docentes de las Escuelas nacionales, asumieran la tarea colectora.
Para ello, se redactó un folleto con instrucciones para que los docentes –maestras y maestros, muy superior en número ellas a los de escarpín celeste- trabajaran en la materia. Se les pedía que de boca de sus alumnos y de sus padres y allegados recogieran cantos, cuentos, leyendas, refranes, juegos, recetas de comida, fórmulas de curación popular, material infantil (adivinanzas, destraba lenguas, arroroces), danzas y canciones de baile, y un largo etcétera que procuraba rescatar esa vastísima materia que formaba el haber de un pueblo ágrafo pero culto, carente de letras pero rico en experiencias vitales
La tarea era el rescate de un riquísimo bagaje de cultura popular que, con el paso del tiempo, las nuevas formas de vida y de las comunicaciones, comenzaban a borrarse de la memoria de las gentes humildes, de las colectividades folk, que las preservaban en estado potencial o latente, hasta el momento en que se actualizaban en las reuniones, fiestas, fogones, celebraciones sociales o religiosas. Invita a recoger los testimonios de ese legado en lengua española y en lenguas indígenas.
El texto del instructivo dice: “El maestro que es el lazo de unión entre la cultura que se difunde por el constante esfuerzo de la civilización actual y el alma del pueblo que él está encargado de moldear” (p.4). Y que contribuirá a formar, en la medidas de su esfuerzo, la futura antología de nuestra literatura popular, hasta hoy desconocida y olvidada” (p. 5). Llama a una sana competencia provincial en esta obra de colecta. Promete premiar los mejores trabajos y se dejará constancia en el legajo personal de lo laborado estas maestras. El jurado estaría integrado por Leopoldo Lugones, Luis Jordán y Enrique Banchs. Por los nombres se aprecia la importancia que se daba al proyecto.
Cada escuela generó un legajo, a veces constituido por varios cuadernos en los que se ordenaba el material espigado. Una maestra era responsable de ese legajo y dejaba constancia en todos los casos de quienes habían sido los informantes, edad, etcétera.
El enorme material recogido constituyó la Colección de Folclore de 1921. De esos cuadernos, ordenados y debidamente catalogados, han nacido cantidad de estudios especializados de autoridades en el campo folklórico: dos tomos del Romancero, de Ismael Moya; uno de Refranero, del mismo autor; colecciones de cuentos y de leyendas… Y los trabajos han seguido a través del tiempo hasta nuestros días. Todo esto fue posibilitado por la labor ardua de esas aplicadas maestras que sabían que rescataban para el futuro lo que estaba a punto de desparecer, y hacían obra nacional de patriotismo. Sus nombres merecen ser rescatados y destacados. Como una forma de reconocimiento a ellas es que he rastreado esos nombres y las escuelas en las que trabajaron sus materiales. Y aquí los consigno, con natural orgullo pueblerino. Las tres son escuela de Gualeguaychú
La Maestra María Luisa Queirolo, de la Escuela 6, aportó a la Colección el legajo 154.
La Maestra Rosa Regazzi, de la Escuela 79, contribuyó con el legajo 144.
Y la Maestra María Serafina de Vasallo, Escuela, aportó el legajo 204.
Este último legajo, el 204, es el más rico y variado de los tres de Gualeguaychú. La labor de María Serafina preservó los ocho textos de Goyo Aguilar que he señalado en una columna anterior de El Argentino.
Ahora, apelo a otro texto del payador Aguilar, que lleva el n° 34, del legajo de la señora Vasallo, y que no incluí en el trabajito anterior, titulado “Vide un pañuelo celeste”, que comienza: “Vide un pañuelo celeste / alegar con un punzó(n), / me ha causado admiración / y novedá entre la gente”. Y luego sigue, en una glosa, el comentario de esta cuarteta.
En realidad, aunque se presente como una canción, se trata de un poema político, propio de los que compuso nuestro don Goyo. En este caso, dialogan, en el aire del baile, dos pañuelos de colores simbólicos: el rojo (punzó, que el informante menciona como “punzón”, deformando la palabra, tal vez por ignorar que era nombre de un color) y el celeste. Es decir; federal y unitario. El verbo “alegar” significa discutir, debatir. Debate hasta en los pañuelos.
A propósito de la contienda de federales y unitarios, y de los colores emblemáticos: vestida de rojo, Encarnación Ezcurra, la mujer de Rosas; y de celeste, Amalia, la protagonista de la novela del mismo nombre de José Mármol. Chiste viejo: en las escuelas de Loma Negra, asiento de la fábrica más grande de cemento del país, propiedad de Amalia Lacroze de Fortabat, no se leía Amalia, de José Mármol, sino Amalita, de José Cemento.
¿Verdad que usted sabía, lector, que Rosas y Lavalle, enemigos acérrimos tenían dos cosas en común: los ojos celestes y la misma ama de leche en su infancia? Es un símbolo profundo de la realidad nacional: dos enemigos acérrimos fueron nutridos por los pechos de una misma nodriza. Es para pensarlo, ¿verdad?
(*) Pedro Luis Barcia es ex presidente de las Academia Nacional de Educación y Argentina de Letras.
Este contenido no está abierto a comentarios