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No son tiempos para los egoísmos
Son tiempos extraños e históricos. Solo pensar que ninguna generación en toda nuestra historia como país, ha experimentado una cuarentena simultánea en todo el territorio nacional, habla a las claras de que se está frente a una situación trascendental por sus consecuencias individuales, familiares y sociales.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
Y en estos poco más de un mes de cuarentena, de este distanciamiento social, preventivo y obligatorio, se ha aprendido –más en la teoría que en la práctica- que es mejor transmitir prevenciones y no pánicos; que es necesario escuchar de manera atenta y seguir las recomendaciones de expertos sanitaristas y no los consejos chillones de los filibusteros y malandrines televisivos de siempre. A pesar de todo eso, a pesar de contar con información pertinente en tiempo y forma, de tener la capacidad de comprender esa información y ser conscientes de sus consecuencias, la inmensa mayoría sigue ejerciendo acciones en contrario, afectando la salud propia, la de sus seres queridos y la de los próximos y prójimos.
Hay algo más peligroso que acecha a la existencia humana que la pandemia del coronavirus: es el egoísmo de algunos y la pasividad de muchos.
Y se sabe, así lo enseña la experiencia a lo largo de toda la historia de la humanidad, lo contrario al egoísmo es el amor y la solidaridad.
Es oportuno detener el accionar de redes sociales, bombardeos informativos y salir de esa telaraña o laberinto mediático para que la cabeza no se incline para el lado de la pena y lo haga para el lado de la reflexión.
Albert Einstein, considerado una de las mentes más brillantes del siglo XX (y tal vez de todos los tiempos), recibió en 1921 el Premio Nobel de Física. El galardón le fue reconocido por sus estudios sobre lo fotoeléctrico, además de sus estudios vinculados con física teórica -no lo recibió por su mayor contribución: la Teoría de la Relatividad, paradójicamente- sostuvo a manera de legado que “la imaginación es más importante que el conocimiento”. Y que la “locura es hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”.
También expresó que “hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad”. Y “solo una vida vivida para los demás es una vida que ha valido la pena”.
Si alguien pronunciara el nombre de Agnes Conxha Bojaxhiu, probablemente a muchos les costaría saber de quién se trata. En cambio, si se pronunciara la identificación Madre Teresa de Calcuta, todo el mundo –aún los iletrados, los hambrientos de libros y pizarrón- sabrían de quién se está hablando.
Hay vidas que han tenido un invaluable legado para que la humanidad sea más humana y menos cruel. Ese es el legado de la Madre Teresa de Calcuta.
Ella recomendaba que en lo posible no hay que dejar que alguien se aleje de uno sin ser un poco más feliz.
Lejos del egoísmo, predicando más con el ejemplo que con las palabras, ella enseñó –aún lo sigue haciendo- que hay que vivir de manera sencilla para que otros puedan simplemente vivir.
Ella sabía que “muchas veces basta una palabra, una mirada, un gesto, para llenar el corazón del que amamos”. Y agregaba para comprender la magnitud de los actos simples: “Sabemos muy bien que lo que estamos haciendo no es más que una gota en el océano. Pero si esa gota no estuviera allí, al océano le faltaría algo”.
La Madre Teresa de Calcuta, que tanto sabía de la enfermedad y del sufrimiento, de la vida y de la muerte, decía casi a manera de oración: “La ciencia más grande en el mundo, en el cielo y en la tierra; es el amor” y que “la falta de amor es la mayor pobreza”.
Estamos en un tiempo impreciso, porque es difícil percibir cuándo llegará el día en que esta pandemia por el coronavirus será un recuerdo.
No obstante, algo se puede advertir: las consecuencias de esta pandemia que ha generado crisis a nivel planetario, que no se ha detenido frente a nacionalidades, etnias, convicciones, religiones ni patrimonios, ¿permitirá o promoverá un cambio sustancial en nuestras vidas? ¿O cuando llegue el día de retomar la “normalidad” de la rutina, todo volverá a como era entonces? Difícil teorizar sin manifestar deseos y anhelos al respecto.
Ni siquiera las guerras fueron percibidas como un peligro mortal igualitario, tal como se percibe a la amenaza de la pandemia por el coronavirus.
¿El cambio climático y la desforestación son ajenas a esta pandemia? ¿Los agrotóxicos y ese sistema de ganar plata a expensas de la salud ajena no tendrá nada que ver con esta pandemia? ¿Esta pandemia llegó como algo fortuito y se instaló en diversas civilizaciones de manera azarosa? ¿O cumple con la profecía que señala que una forma de destruir la casa en común (como llama el Papa Francisco al planeta) es sostener el egoísmo y el individualismo como sistema de vida?
El hombre que nació como Mohandas Karamchand Gandhi y murió siendo reconocido como Mahatma Gandhi; nominación que le asignó Rabindranath Tagore y que significa “alma grande”; nunca recibió el Premio Nobel de la Paz, por haberse opuesto política, económica y socialmente al Imperio Británico. Él advirtió: “Lo que estamos haciendo a los bosques del mundo, no es sino un reflejo de lo que estamos haciendo a nosotros mismos los unos a los otros”. ¡Y lo advertía en la década del ´30 del siglo pasado!
Y frente al colosal mal, proponía: “Cualquier cosa que hagas será insignificante, pero es muy importante que lo hagas si quieres ver el cambio en tu mundo”.
“No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”, proponía no sólo como una nueva visión sino como una nueva manera de entender la vida.
Luego señalaría que una persona tiene muchas causas por las que daría la vida; pero no hay una sola causa por la que se deba matar.
También habló de responsabilidad, un valor tan necesario para la sanación en estos tiempos de cuarentena: “Es un error y además es inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los actos de uno”.
También expresó de manera muy concreta una de las calamidades más terribles de nuestra época: “La pobreza es la peor forma de la violencia”.
En estos tiempos de cuarentena, pero más conveniente para el día después, es oportuno comprender por qué “Dios no tiene Patria ni religión.