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La Vicepresidenta debe repasar cuestiones económicas básicas
Por Iván Carrino
Un individuo entró en un supermercado. Llevaba en su bolsillo 1.500 pesos.
Quería hacer la compra del mes, pero solo le alcanzó para cubrir los siguientes tres días.
Tras el triste episodio, se queja enardecidamente: “¡No faltan productos en este supermercado, pero están afuera! Y ese es el problema que hoy tenemos. No es que no haya productos o que los proveedores del supermercado no los traigan a las góndolas, ¡pero estos se van a otros lados y no vienen a mi casa!”.
Visto de esta forma, la queja de nuestro frustrado comprador parecería ridícula.
El problema en cuestión es simplemente que, o bien el cliente no tiene suficiente dinero para adquirir los víveres que necesita, o bien cree erróneamente que otros deberían venderle todo aquello que él quiere, al precio que se le ocurrió arbitrariamente.
En ningún caso esto puede salir bien. Los productores no regalan lo que producen. Y si son obligados a hacerlo, no tardará mucho hasta que abandonen el mercado.
Falta de dólares
Por más que cualquiera podría darse cuenta de lo absurdo de la queja, no es ni más ni menos que eso lo que piensa la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner sobre “el problema de los dólares” en el país.
En su más reciente intervención, de hecho, sostuvo que: “No nos faltan dólares, están afuera. Y ese es el problema que hoy tenemos. La escasez en dólares y la economía bimonetaria. (…) No es que no haya, o nos falten, o que la economía argentina no produce. Produce dólares que se evaden de muchísimas formas: importaciones, hay festival de importaciones”.
Lo primero que debería mirar Cristina es que, así como hay un “festival de importaciones” también están volando las exportaciones. Tanto es así que el superávit comercial acumulado en los últimos 12 meses es de USD 13.600 millones, una cifra históricamente elevada.
En segundo lugar, la ex primera mandataria debería comprender que el dólar es un producto más de la economía. Y, como tal, cumple bastante bien las leyes económicas. En este sentido, debería recordar que todo bien es escaso por definición, pero eso no quiere decir que haya faltantes crónicos del mismo.
Es que cuando los mercados operan libremente, se establece un precio donde toda la cantidad que se quiere comprar es igual a toda la cantidad que se produce y se quiere vender. Existe, no obstante, un caso donde la cantidad demandada supera a la ofrecida y eso es cuando el gobierno establece un precio máximo.
Nada distinto a eso ocurre en el mercado de cambios oficial. El Gobierno estableció un precio arbitrario para el dólar (que a los $127 de hoy está 41% por debajo del precio en el mercado paralelo), y a ese precio no hay cantidades suficientes para abastecer a la demanda. Por ese motivo, el Banco Central prohíbe la compra de más de USD 200 mensuales, restringe el giro de utilidades de las empresas, el pago de deudas y, también, en conjunto con el Ministerio de Producción, se frenan importaciones de forma discrecional y poco transparente.
Cristina Fernández se indigna de que una empresa gire dólares al extranjero a $127 porque de esa manera cree que se profundiza la “escasez de divisas”. Pero las divisas no están en falta porque una u otra empresa compre dólares por cualquier motivo. Están en falta porque al precio de ganga que pone el Banco Central, todos quieren comprar y nadie quiere vender.
El problema –entonces– no es que se les dé “demasiada libertad a las empresas”, sino que el Gobierno quiere un imposible: abundancia de producto a precios ridículos. Lo mismo que quería el cliente del supermercado.
No va a pasar.
Dos alternativas
El supuesto problema que identifica Fernández –y que en parte es compartido por el resto del Gobierno– tiene dos soluciones extremas: una es cerrar totalmente la puerta a la compra de dólares. Nadie puede adquirir dólares, entonces no hay ninguna “fuga” ni ninguna “evasión” ulterior. Al menos, no en el mercado oficial. Entiendo que no existe país en el mundo que haya probado semejante cosa.
Otra variante es eliminar el control de cambios y dejar que el precio del dólar flote libremente, de la misma manera que lo hacen tantos otros productos de la economía nacional, donde nadie lamenta los faltantes de productos.
Obviamente, esta última propuesta es ir al sistema que tiene todo país medianamente civilizado del planeta. Sin embargo, lejos está el gobierno de Argentina de mover en esa dirección.
Es que, si así lo hiciera, en el corto plazo saltaría la inflación y caería nuevamente el salario real, mostrando una realidad que hoy el cepo, con todos sus problemas, logra ocultar. A saber, que los salarios de los argentinos medidos en dólares están muy por debajo de lo que marcan las estadísticas oficiales.
He ahí la paradoja que se presenta: si no quieren seguir “rifando dólares”, deberían aceptar su verdadero precio. Pero hacer eso implicaría aceptar también que el gobierno “de los trabajadores” nos ha pulverizado los ingresos.
Antes que eso, seguirán con la rifa, pero con más controles, lo que solo va a agravar el problema y posponer el día del sinceramiento.
Una película que ya vivimos mil veces.