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Gasoductos y gas licuado
Por Carlos Ruckauf (*)
Argentina tiene gas, combustible que tendrá importancia central en la próxima década y, en consecuencia, mantendrá precios elevados.
No solo por la guerra y la posguerra, también porque es el sustituto del carbón (que debe dejar de utilizarse por su contaminación) y del uso de energía nuclear para centrales eléctricas.
Alemania, por ejemplo, tiene que cerrar tres centrales nucleares. Hasta la invasión a Ucrania, la reconversión se iba a hacer con gas ruso, provisto por el gasoducto Gulfstream 2.
Tenemos necesidad de acabar con la importación, que constituye causa central de la imposibilidad de acumular reservas y de pasar al autoabastecimiento y luego a la exportación.
Para el uso del gas en la producción de energía eléctrica, en el consumo domiciliario y en la industria, hay que transportarlo de las zonas de extracción, a los centros urbanos y de producción.
Para vendérselo a Europa, como propone el Gobierno, hay que licuarlo. El Estado argentino tiene sus arcas exhaustas. Para construir el neonato gasoducto Nestor Kirchner y una planta de gas licuado, se necesitan 10.000 millones de dólares.
La tragicomedia vivida en los últimos días, con acusaciones cruzadas entre los colaboradores de Alberto Fernández y CFK -y su ulterior judicialización-, pone también en duda la rápida puesta en marcha del gasoducto.
Quedó bajo sospecha la contratación de ENARSA a las empresas proveedoras de caños y válvulas y a las que realicen la construcción de la obra. Paralelamente, se tendrían que estar construyendo una o dos plantas para licuar el gas.
El camino más sencillo y eficiente es adjudicar todas las obras y la ulterior explotación al sector privado, que recuperen su inversión con parte de las utilidades de exportación y garantizar divisas de libre disponibilidad.
Hace 15 años, EEUU era importador neto de gas. Con gasoductos desde Canada y Mexico, y gas licuado desde Trinidad y Tobago, a partir de un régimen legal que posibilitó la expansión y desarrollo del sector privado, hoy es el principal exportador de gas licuado del mundo y le provee a 20 países.
Mientras pasan los años sin hacer la obra del gasoducto y las plantas de licuación, nuestro gas se ventea, es decir se tira al aire, se pierde.
Se gastan los pocos dólares que tenemos, en actividades que puede realizar a su costo y riesgo el sector privado.
Urge llegar a una convergencia entre el oficialismo y la oposición para tomar el camino que proponemos u otro que se acuerde, dejando de lado ideologismos impracticables.
No posterguemos más una decisión fundamental, por peleas dentro del oficialismo y con las otras fuerzas políticas.
(*) Ex vicepresidente de la Nación y ex ministro de Relaciones Exteriores.