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El país de Alberto Fernández
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Por Raúl G. Aragón
Más allá de las medidas concretas anunciadas por el Presidente Alberto Fernández, muchas de ellas de altísimo impacto político, vale la pena revisar el marco conceptual, sugerido pero presente en el texto presidencial, donde estas se encuadran.
“Vengo a convocar a la unidad de toda la Argentina en pos de la construcción de un nuevo contrato de ciudadanía social”.
La noción de contrato social desde Rousseau en adelante se refiere en general al acuerdo entre ciudadanos respecto de los derechos y deberes del Estado y de los ciudadanos.
Pero el Presidente redefine drásticamente este concepto y el concepto de ciudadano. Y lo hace agregando una sola palabra: “Social”.
El concepto clásico de ciudadano refiere a un miembro activo de un estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.
No es que Fernández suprime el significado clásico, pero lo modifica radicalmente agregando una dimensión extra. La dimensión social. "Un contrato social que sea fraterno y solidario… ha llegado la hora de abrazar diferente…”, dice.
O sea pone lo humano en el centro de gravedad de ese contrato y en esto el peronismo vuelve a ser un humanismo como lo fue en su origen y en su carta fundacional: aquel discurso del general Perón en el congreso internacional de filosofía del 49.
“Solidario”, o sea igualado con el otro, el desposeído, el otro que es un igual desposeído. Pero que no es distinto: es uno mismo en otra situación.
El contrato social así propuesto por el Presidente nada dice de derechos, de obligaciones o de la relación del Estado con los ciudadanos. Dice de la relación de los ciudadanos entre si… e incluye a todos, ricos y pobres.
Aun cuando propone un rumbo de desarrollo, lo hace pidiendo que sea con “justicia social”. En última instancia, la razón de ser del peronismo original.
Dice: “Las heridas que hoy padecemos necesitan, para comenzar a curarse, de tiempo, sosiego, y, sobre todo, de humanidad”.
¿A qué “humanidad” se refiere?
Agrega: “[Debemos] crear una ética de las prioridades y las emergencias…”. A esa humanidad se refiere, a la capacidad humana de verse en el otro y ser solidario con su necesidad… más allá de diferencias sociales, políticas, ideológicas…
“Lo que nos divide no es la diferencia de nuestras ideas sino el muro del odio… no necesitamos de unanimidad ni mucho menos de uniformidad… toda verdad es relativa… quizás con la suma o la confrontación de esas verdades podamos alcanzar una verdad superadora…”.
Y pide que estas emergencias sean atendidas, no con “un pedazo de pan al pie de nuestra mesa sino que “[todos sean] parte y comensales de nuestra misma mesa. De la mesa grande de una Nación que tiene que ser nuestra mesa común”.
O sea, de nuevo, un llamado a la solidaridad, que es quizás uno de los atributos que con más intensidad define lo humano.
Alberto Fernández no es ingenuo. Conoce muy bien la eterna (y muchas veces despiadada) puja por la distribución de la riqueza y lo dice explícitamente. Pero aun sabiéndolo apuesta, con su llamado a un pacto de ciudadanía social, a lo mejor de los humanos. Quiere despertar eso en nosotros y lo dice. Pide "un conjunto de acuerdos básicos de solidaridad en la emergencia…”
La duda, la mía y quizás la de muchos, es si ya somos, como sociedad, capaces de eso.
Y también es la de él, por eso termina su discurso con esas preguntas: “¿Seremos capaces como Argentina unida de atrevernos a construir esta serena y bella utopía a la cual nos llama hoy la historia?¿Seremos capaces como sociedad? ¿Como dirigentes?".
“Yo quiero ser el Presidente que escucha”.
¿Seremos nosotros la sociedad que entiende?
El autor es consultor político, analista de opinión pública, director de Raúl Aragón & Asociados y director del Programa de Estudios de Opinión Pública en la UNLaM