De nuestro pago: Julio Irazusta, cuentista
Por Pedro Luis Barcia (*)
De muchacho, conocí a don Julio en casa, pues visitaba de vez en cuando a mi padre. La amistad prevenía de vieja data. Ambos noviaban con dos hermanas Batmalle: mi padre, con María Matilde, que sería mi madre; y don Julio, con Rosa, la hermana menor. Los dos pues frecuentaban la casa de mi abuelo francés Juan José Batmalle, en visitas de novio. Una mañana, en vacaciones en Gualeguaychú -yo estudiaba Letras en la Universidad de La Plata- tocan el timbre, acudo y era don Julio. “Ya lo llamo a papá”, le dije. “No, es con vos con quien quiero hablar”. Había leído (nunca supe cómo), mi primer trabajo publicado “Lugones y el ultraísmo”.
Entre mis tartamudeadas intervenciones, escuché el elogio de boca de don Julio, entusiasta estudioso del genial cordobés, a quien le dedicara un libro excelente y personal. Esa visita de un hombre consagrada a un imberbe y esa actitud de molestarse en ir a estimular a un pichón de investigador con su comentario generoso, me conmovieron profundamente, y me marcaron el rumbo. Agrandado como pan en el agua, al escucharlo a don Julio, entendí que estaba en buena dirección. Y en tanto él me hablaba, con su modulación lenta y fraseo sopesado y medido, yo, cohibido y tartajeante, imaginaba que le estaba instalando la duda de si yo era el autor del escrito que elogiaba o era un disminuido mental plagiario, pues no atinaba a decir nada.
Con el tiempo, fui leyendo los libros esenciales de Julio Irazusta, y, de lejos, sin frecuentarlo, cursaba cuanto publicaba. A la vez, recogía, en mis excursiones hemerográficas, las piezas periodísticas suyas que quedaron aquí y allá dispersas en diarios y revistas, para elaborar, algún día una bibliografía completa del autor. Pero, digámoslo con variante de la frase del padre Astete. “Doctores tiene la Historia que os habrán de responder”, y hacer bien trabajos de rescate como el que yo ensayaba con impericia, y me hice a un lado. Pero me quedaron las fichas con algunos datos olvidados, que sería bueno rescatar. Por ejemplo, dos trabajos tempranos de Irazusta, ambos en La Nación, de Buenos Aires: “El caballo y el hombre. Una página de W. Hudson”, domingo 16 de noviembre de 1924, p. 3 y “En el 25º aniversario de Chebuliez”, domingo 23 de noviembre de 1924, p.9.
Ahora y aquí doy a conocer un relato, del que doy la cita pero, por ser muy extenso, no cabe reproducirlo en estas páginas. Al parecer el cuento es testimonial, sobre un personaje que don Julio conoció cuando muchacho en Gualeguaychú. Los Irazusta, o estaban en la estancia “Las Casuarinas”, cerca de la ciudad, o en la casa grande, en una de las esquinas de la plaza San Martín
“El inundado”, apareció en La Nación, Buenos Aires, domingo 13 de diciembre de 1936, p.3 del Suplemento, con una ilustración de Juan Carlos Huergo.
Narra las peripecias de vida de Domitilo Ramírez, desde que era gurí para mandados hasta que se asentó en Gualeguaychú, ya cincuentón, casado con mujer hermosa y un par de hijos. Lo que lo arrancó de su rancho sobre pilotes, en la costa de Landa, zona baja y esterosa, sobre el Uruguay, fue la famosa inundación de 1906, que excedió con desborde notable todas las alturas alcanzadas por la recurrentes crecidas anteriores. Domitilo y su familia, rescatados, fueron llevados a Gualeguaychú. Por primera vez en su vida vio una ciudad. Digamos que no fue tal vez el mismo efecto conversor de Droctulft frente a Ravena, en “Historia del guerrero y la cautiva”, pero el varón, enfrentado con ámbito ordenado y poblado que jamás había visto en su vida aislada, en medio de las tierras bajas, cambió en algo profundo que lo hizo aquerenciarse en el pueblo para siempre. Allí, en el caserón de los Hortiguera, cerca de la casa natal de Irazusta, el narrador conoció a Domitilo. Y el relato da cuenta de la interesante mutación sufrida por este criollo transterrado. “El inundado” es quizá uno de los pocos relatos escritos por Irazusta con voluntad literaria; no fue recogido en libro. Si quiere el lector cursarlo, vaya al Magnasco y consulte la colección del diario de Mitre.
(*) Pedro Luis Barcia es expresidente de las Academia Nacional de Educación y Argentina de Letras.
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