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Opinión

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Sin agenda ambiental en Entre Ríos

Sin agenda ambiental en Entre Ríos

El Papa Francisco a través de su valiente y oportuna Encíclica Laudato Sí, realizó un pormenorizado diagnóstico ambiental.


 

Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO

 

Hoy se conmemora el Día Mundial del Ambiente. En un contexto de pleno cambio climático y de pandemia por el coronavirus, hay poco para celebrar; pero mucho por hacer.

La fecha fue establecida por la Asamblea General de Naciones Unidas con el objetivo de concientizar sobre los principales inconvenientes que atraviesan las regiones y de ese modo poder avanzar en posibles soluciones. Pero, los países más poderosos del planeta son los que más dan la espalda al ambiente y eso torna a esa pretensión casi como una quimera.

Por otro lado, el Papa Francisco a través de su valiente y oportuna Encíclica Laudato Sí, también ha hecho un pormenorizado diagnóstico sobre la salud de nuestra casa en común y ha marcado de manera urgente la necesidad de cambiar el rumbo en esta sociedad de consumo inconsciente y de un nivel de producción tan innecesario como destructivo.

Los pobres son los que más sufren y padecen las consecuencias de la contaminación, predica constantemente el Papa.

Si bien Entre Ríos no escapa a la agenda de las problemáticas globales, hay cuestiones que marcan una agenda propia, y que a pesar de que requieren de un tratamiento puntual, los diferentes Ministerios, Secretarias, Direcciones, áreas y entes autárquicos que atraviesan la materia ambiental no hacen lo que corresponden o en todo caso se presentan más como parte del problema que de la solución.

La Secretaría de Ambiente, para señalar al área específica es la gran ausente en estas problemáticas; no aporta soluciones para la magnitud de los daños ambientales que se padecen y tampoco exhibe una autoridad para hacer cumplir las pocas normas que podrían evitar o atemperar la contaminación en sus múltiples expresiones. Parece ser una Secretaría destinada a dar cobertura a los contaminadores, que a defender la vida.

Ni qué hablar de otras áreas como la Dirección de Hidráulica, cuyo manejo del agua deshonra el nombre de esta provincia: Entre Ríos.

Una provincia que defiende a través del Ministerio de Producción un modelo agropecuario a escala industrial (sin controles reales) y extractivista; y que se enseñorea con el Glifosato desconociendo a la ciencia (aún en tiempos de pandemia donde la ciencia es clave) también expresa claramente de la incapacidad de proteger la casa en común.

Es más, los ambientalistas son judicializados en la provincia y el Poder Judicial prácticamente no tiene antecedentes en condenar a quienes contaminan.

El Poder Legislativo siempre se ha caracterizado por su ociosidad y estar más predispuesto para las conveniencias sectoriales que la defensa del interés general. Los actuales legisladores no se diferencian de sus predecesores. No hay avances en leyes como una Ley de Cuenca, ni tampoco en leyes sobre los agrotóxicos, pese a que el gobernador Gustavo Bordet lo ha pedido casi suplicando la necesidad de contar con una herramienta en esa materia. Vacíos legales, para que la contaminación avance; el desmonte crezca, las aguas se contaminen y los ríos queden en poder de unas pocas empresas. Eso es lo que protegen, casi sin excepción.

La Comisión Administradora del Río Uruguay (CARU) como la de Salto Grande o áreas como Vías Navegables o el propio Instituto Portuario solo gestionan para que el cambio climático exhiba su peor rostro y aseste sus golpes más mortales a la biodioversidad.

En el medio hacen “charlas”, dictan “talleres”, publican “algún folleto” o alientan alguna huerta hogareña y con eso dicen estar contribuyendo con el ambiente. Mientras tanto; la calidad del agua de ríos y arroyos descienden como consecuencia de la contaminación abierta, sin controles y a gran escala; los montes desaparecen por la tala indiscriminada llevándose las especies nativas; y ante cada problemática señalada por los pueblos, alientan la criminalización de toda protesta.

Entre Ríos tiene aproximadamente más de 7.700 cursos de aguas superficiales, cuyos torrentes no dependen de la lluvia. Los agrotóxicos alentados por el Ministerio de la Producción, por el Ministerio de Salud (que guara un vergonzoso silencio frente a este flagelo para la vida humana), la Secretaría de Ambiente y la Dirección de Hidráulica (para nombrar algunas presencias del Estado provincial), están tornando inviable el desarrollo de la vida en la provincia. Dicho esto, sin exageraciones. Más que un plan de gobierno amigable con el ambiente y sustentable con la vida, tienen un plan criminal orquestado para dar impunidad a quien contamina.

No es casual que sea el modelo de la producción de alimentos (en base a venenos) y que depende del uso indiscriminado de los agrotóxicos, sea uno de los principales problemas que tienen los entrerrianos. Y esta penosa realidad alimenta otra que también es letal: la pérdida del bosque nativo en una provincia, que viene transformando los humedales y sus islas en grandes campos de feedlot y de soja.

La pérdida de la soberanía alimentaria es otro problema congruente con este flagelo del modo de producir los alimentos.

Para males, la contaminación química vertida a las napas de aguas, contaminó los grandes ríos como el Paraná, el Uruguay, el Gualeguay, además de arroyos y otras vertientes.

En una provincia denominada Entre Ríos el recurso del agua está contaminado e incluso en muchas localidades los vecinos desconfían cada vez más sobre la calidad del agua que beben.

En este contexto es pertinente señalar a la erosión hídrica que también es uno de los problemas ambientales más sensibles y menos abordado por el Estado.

Salud pública no tiene ningún relevamiento de enfermedades provocadas como consecuencia de la contaminación. No hay registros oficiales de víctimas de agrotóxicos, pese a que los cementerios ya tienen sus tumbas de estas personas inocentes y los cánceres se van multiplicando año tras año.

El río, lamentablemente, está dejando de ser ese cordón umbilical que alimenta y da vida y se está transformando (con la complicidad del Estado que lo debería cuidar) en un peregrino en medio de un holocausto generado –entre otros males- por el desmonte nativo, los agrotóxicos, los efluentes fabriles y urbanos, la agricultura a escala industrial, la basura que genera la actividad humana, y emprendimiento como el de UPM Botnia, para citar ejemplos emblemáticos, pero no los únicos.

La Cuenca del Feliciano, que desemboca en el Paraná; la cuenca del Uruguay que descarga sus aguas en el Río de la Plata, la cuenca del Paraná, la del Gualeguay… todas están moribundas y saturadas de contaminación. No hay un río o un arroyo que hoy la Secretaría de Ambiente, la Dirección de Hidráulica, el Ministerio de Producción o quien sea pueda señalarlo como sano. Y ante ese diagnóstico, alientan las malas prácticas que llevaron a este nivel de contaminación. Ni siquiera mitigar es un concepto que esté en su vocabulario.

La depredación es colosal en la provincia. Y esta depredación no encuentra límites. No es casual que las tres áreas que más deben influir en esta materia están ausentes. No hay ninguna fotografía que muestre al Ministerio de Salud, al de Producción y al secretario de Ambiente trabajando juntos en un mismo escritorio. Cada uno por su lado y separados, con una concepción de un Estado desmembrado, no articulado, sin coordinación mínima y elemental, con normas y leyes que se superponen… y para males, con Municipios que se desentienden, con cámaras industriales y empresariales que miran para otro lado, con organismos como la CARU que boicotea su propia autoridad en la cuenca. Hoy es el Día del Medio Ambiente: en Entre Ríos no hay nada que celebrar; excepto la conciencia de los pueblos que agónicamente viene señalando la necesidad de articular una agenda en defensa del interés general.

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