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Río de agua viva
Ceibo y agua
Bogando por el río
Vida y barro
Por Waldemar Oscar von Hof (*)
EL ARGENTINO
Al habilitarse algunas de las actividades, después de las restricciones por la pandemia, me acerqué a la pileta del club al que solía asistir dos veces por semana para nadar una hora y mantener mi estado físico más o menos aceptable. Al preguntarme la edad tan solo me dijeron:
-“Ya no hay pileta para su edad”.
-Pero, si tengo tan solo 62 años, fue mi primera reacción. Después la conmoción, luego la aceptación y por último la búsqueda de una alternativa.
La bicicleta es una alternativa, pero con ella me muevo normalmente en mis actividades diarias, así que esto ya no sería una actividad de dispersión. Pregunté en el mismo club alternativas de actividades a realizar, que no fuera el gimnasio.
-Para usted lo único que queda es el remo libre, en piraguas.
¡Así que a remar! Salgo una o dos veces por semana, lo más temprano posible, a remar para despejar mi mente, hacer el ejercicio tan necesario y a admirar la naturaleza. El paso por el club, con los protocolos necesarios y gracias a la atención y a las explicaciones básicas de cuidado del personal, llego al agua.
-Siempre primero contra el viento, así es más fácil volver, cuando está más cansado -me dice el encargado con aire de experimentado remador.
Chapoteo, remo y parto. Miro las playas desde la piragua, lo saludo a Felipe que está trabajando en su “Viking”. El agua me lleva por momentos río abajo y me detiene en algún remanso. Rodeo la isla tratando de hacer frente al viento Norte que trae una lejana promesa de lluvias. El agua del Gualeguaychú por momentos más clara y en otros con más barro fluye vivamente hacia el Uruguay.
Mi mente deriva con el agua y voy haciendo relaciones temáticas. Pienso en la necesidad de cuidar nuestro río, para que se mantenga vivo y podamos seguir viviendo en sus costas. Me duelen, no solo las tapitas de plástico que van derivando, sino las cubiertas y los restos de plásticos que descubro entre las plantas y el barro de las barrancas. Voy observando las fluctuaciones del río, las expresiones de vida dentro del agua y también en sus orillas, tortugas que toman sol, garzas que despliegan su vuelo y algunas gaviotas que tímidamente picotean el barro.
El Haiku que encabeza esta columna hace referencia al agua viva y a lo que se observa en las costas del río. Un río que tiene ceibos y en el que sus flores caen pareciendo pequeñas gotas de sangre que luego van derivando. Al pensar en agua viva mi mente relaciona la imagen con la de Jesús que se llamó a sí mismo “río de agua viva” al ofrecerse como una alternativa de vida a la mujer Samaritana en el Capítulo 4 del Evangelio según San Juan. Jesús no lo hizo como un juego de imágenes, sino que se llamó a sí mismo “agua viva” considerándose tal. Ante la vida de frustraciones y de fracasos de la mujer que buscaba agua en el pozo, en el momento en que nadie podía verla, él está allí y le ofrece una opción distinta de vida. La propuesta de Jesús no es filosófica ni religiosa. Descarta las diferencias, las discusiones y las disquisiciones que tienen los pueblos por sus lugares de culto. Él se pone a sí mismo como la verdadera bebida y el verdadero pan, en tanto que ofrece a la humanidad el Espíritu Santo como alimento perfecto. En el agua del bautismo recibimos al Espíritu Santo que es el sostén de toda nuestra vida espiritual. Es el agua viva que nos viene a cada uno de nosotros mediante Jesucristo. Mientras sigo remando por el río de la vida siento que este Espíritu me acompaña.
(*) Waldemar Oscar von Hof es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata.