Revistas contagiosas
Por Waldemar Oscar von Hof (*)
Especial para EL ARGENTINO
A modo de reflexión un escrito que tiene algo de fábula.
Estoy sentado en la sala de espera de un consultorio médico. No traje el celular, me lo olvidé en el apuro por llegar a horario a la cita. Habíamos acordado con la secretaria que a las 16 me esperaba el doctor, por lo tanto, llegué a las menos diez, encontrándome con una sala llena de pacientes impacientes, mirando sus relojes, es decir, sus celulares.
Uno de los pensamientos que se me cruzó por la cabeza fue que, en los tiempos de pandemia, y un poco después, los médicos y sus respectivas secretarias habían adquirido la costumbre de atender en tiempo y forma a los pacientes, para evitar precisamente esto que estábamos viviendo un grupo de personas, hacinados y rehenes de un acuerdo no cumplido.
Todos hemos contraído un compromiso, lo hemos cumplido; pero el profesional, con su poder de decidir, si hacernos esperar o no, nos tiene aquí encerrados y esperando. “¡Si por lo menos hubiera algunas revistas para hojear!”, pensé, pero no, a las revistas las sacaron de las salas de espera de los consultorios de salud ¡por contagiosas! ¡Y cuánta razón tienen, las revistas contagian!
Contagian con el placer de hojear el papel y de sentir en algunas revistas aún nuevas, el olor a tinta fresca.
Te contagian y disparan tu fantasía, al ver las imágenes, los paisajes o los dibujos.
Te contagian las ganas de viajar y conocer mares, montañas e incluso países lejanos que se pueden ver en sus coloridas páginas.
Te contagian de ganas de comprar algún artículo, que ves en alguna oferta o en alguna promoción y que hace tiempo querías comprar.
Te contagian de leer, si, que peligro que significa esto. Un contagio altamente peligroso. Leer algún cuento corto o alguna poesía. En su defecto querer conocer algo más de algún autor o escritor que fue presentado en un artículo, o comprar su libro.
Una revista te puede contagiar de comenzar alguna dieta, un programa de salud o por lo menos de intentar cuidar tu cuerpo a partir de alguna columna escrita por algún especialista.
Peligrosísimo, te puede contagiar a escribir porque leíste de alguna experiencia de alguien que se animó con una carta de opinión y deja en claro la posición que precisamente vos pensabas expresar.
Si, las revistas te contagian de ganas de vivir, porque descubres en un informe que un grupo de personas de tu edad, salió a hacer una aventura y la comparte en tres o cuatro páginas contando las alegrías, los aciertos y los fracasos.
El peor contagio que puede transmitir una revista es el de “pensar” cuando se lee alguna columna de opinión, la posición de algún pensador o filósofo sobre alguna situación abriéndote preguntas que pone en funcionamiento una cadena de pensamientos que nunca tuviste antes.
Es verdad: ¡Cuántos contagios producen las revistas en las salas de espera de los consultorios! Pero de que contagian de algún virus, alguna bacteria o de algún insecto, como el piojo, como se atrevió a decir un joven profesional alguna vez, afirmando que las liendres podían quedar atrapadas entre sus páginas ¡que la ciencia me lo demuestre! Mientras tanto voy a seguir extrañando las revistas en los revisteros, para hojearlas esperando la voz del médico diciendo: ¡Que pase el que sigue!
La lectura es una herencia muy cara a los cristianos, una y otra vez aparecen personajes leyendo en la Biblia. Uno de los más llamativos es la historia de un alto funcionario etíope que iba en su carro leyendo, al que Felipe le explica la lectura y éste, a partir del entendimiento se convierte y se hace bautizar (Libro de los Hechos 8: 26 al 39). No dejemos de leer, aunque más no sean revistas.
(*) Waldemar Oscar von Hof es pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata y escritor.