.
¿Papás idílicos o papás concretos?
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
Ante algunas palabras importantes solemos tener imágenes que se nos aparecen de modo espontáneo, por ejemplo, con el vocablo “papá”. Según la experiencia y la historia personal nos vamos configurando cada uno un perfil particular. Seguramente habrás visto en estas semanas unos cuantos avisos publicitarios con ocasión del día del padre, algunos de los cuales nos presentan una imagen deformada de la paternidad. ¿A qué me refiero? A estereotipos de papás presentados como burgueses, individualistas, sin referencia a la familia e incluso casi sin hijos. Y cuando sí figuran, son niños de edad primaria; como si después de los 50 años de edad se dejara de ser papá.
Francisco nos enseña que “la realidad es superior a la idea”; y en este caso también. No se hace mención en los comerciales a los papás pobres, desocupados, rebuscando el pan en el reciclado de residuos, en el trabajo desde temprano en la huerta, y tantas otras situaciones más comunes. Encontramos también a muchos que muerden el polvo ante el fracaso en la búsqueda de trabajo, o de pie junto a la cama del hijo enfermo. Se oculta el dolor que muchos atraviesan. Y todos son papás.
Papá es el que engendra vida no sólo en el momento del inicio del embarazo y en condiciones de prosperidad. También se compromete en el crecimiento de ese nuevo ser para que alcance un desarrollo pleno. La vida necesita paternidad para poder desarrollarse, para alcanzar seguridades y contención en momentos en los cuales hace falta una mano firme para cruzar un temporal.
El padre despliega además un rol social, no sólo familiar. Así como decimos que hace falta desarrollar actitudes maternales de acogida y consuelo, también debemos reconocer la necesidad imperiosa de paternidad que brinde seguridad y horizonte. Lamentablemente existen corrientes culturales e ideológicas de moda que bastardean, ridiculizan y cuestionan el lugar del padre en la sociedad, provocando flojos vínculos afectivos.
Ser papá también implica ternura. El cariño es la primera fuente de autoridad y de credibilidad. Educar mira al futuro, brinda herramientas para cuando el papá no esté. No se plantea una relación absorbente que no deja espacios de libertad.
Asume la gran vocación de dejar a los hijos el mejor tesoro: una buena amistad con Jesús. Toma el reto de educar en valores que no son compartidos con el mundo. Por ejemplo, decir siempre la verdad, cuidar al más débil, ser solidarios, compartir. Sabemos que vivir así implica una experiencia de plenitud que hay que acompañar con un espíritu libre ante burlas e incomprensiones en el futuro.
No hay un manual de procedimientos o cursos para aprender. No existen tutoriales. Ser papá es un arte que se incorpora y despliega. Es tener la sabiduría para marcar límites a tiempo, y hacerlo con amor y gran ternura. Siempre va a estar el temor a equivocarse en más o en menos. Es una realidad dinámica que implica caminar juntos, en familia a la par, mirando hacia adelante con las dos manos en el arado.
Me animo a decir que para ser un buen padre ayuda mucho sentirse hijos amados de Dios Padre y compartir espacios de oración en familia. Ser portadores de esperanza, pidiendo esta gracia cada día y la sabiduría de poder darla a los hijos.
También miremos a los papás que son Adultos Mayores, tal vez ya abuelos, que tienen otras preocupaciones: cómo mantener unida a la familia, acompañando fracasos y dolores de los hijos. Ellos saben disfrutar de las visitas reconfortantes de los nietos y el encuentro de la familia ampliada. Muchas veces sufren las incomprensiones y los constantes ataques del mundo a la familia y, sin embargo, siguen adelante avivando la llamita de la fe y la unión amorosa.
En la familia son tiempos de solidaridad y de privilegiar las relaciones humanas. Nuestra fe debe ser uno de los pilares que fortalezcan. Hace falta tener el corazón abierto a la escucha de la Palabra de Dios y a los otros miembros de la familia.
En este fin de semana celebramos también la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Él quiso quedarse con nosotros y manifestarnos su cercanía, presentarse como alimento de vida eterna.
(*) Monseñor Lozano es arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)