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Mártires de ayer y de hoy
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
En algunas cuestiones es normal que estemos en desacuerdo, no pensamos ni vivimos de la misma manera. Las personas y los grupos humanos tenemos un conjunto de valores con los cuales nos movemos cotidianamente, pero en algunas ocasiones pueden entrar en conflicto.
Ante lo desconocido o lo nuevo algunos se abren a lo distinto; otros en cambio se cierran por desconfianza o inseguridad, y no faltan quienes rechazan con violencia.
Desde los tiempos iniciales de la Iglesia los cristianos hemos sufrido incomprensión, persecución y muerte. El primero fue Jesús, condenado a muerte en un juicio fraudulento, torturado y crucificado. Él amó hasta dar la vida, sin hacer uso de la violencia ni el rencor.
La palabra “mártir” significa “testigo”, y se refiere a quien puede dar cuenta con certeza de una experiencia fundante de su vida. Tertuliano, uno de los Padres de la Iglesia, expresó antes de terminar el siglo segundo que “la sangre de los mártires es semilla de cristianos”.
Ellos nos dan ejemplo de imitar al Maestro. Mueren perdonando, como Jesús. Entregan la vida por amor, como Jesús. Pueden repetir con el Maestro “nadie me quita la vida, sino que yo la doy porque quiero”. (Jn 10, 18)
Anuncian la centralidad de Jesucristo para la vida plena de la humanidad y el lugar de la humanidad en el corazón del Padre.
Este fin de semana tenemos una gran alegría para la Iglesia en la Argentina; asistimos a la beatificación de “los mártires del Zenta”, ocurrida al norte de Salta y Jujuy, diócesis de Orán. El 27 de octubre de 1683 dos sacerdotes fueron martirizados en el bosque del valle del Zenta (Don Pedro Ortiz de Zárate y el sacerdote jesuita Juan Antonio Solinas) y 18 laicos: dos españoles, uno negro, un mulato, una mujer, dos niñas y once varones oriundos de diversas etnias aborígenes. Un grupo que expresa de manera concreta la pertenencia de las diversas vocaciones del Pueblo de Dios.
Te comparto algunos datos biográficos.
Don Pedro Ortiz de Zárate nace en Jujuy y es bautizado en 1626; cuando tenía 22 años fue elegido Alcalde de esa ciudad. Se casó, tuvo dos hijos y, al poco tiempo, enviudó. Entonces fue creciendo en su corazón el deseo de consagrarse a Dios. Completó sus estudios en Córdoba y fue ordenado sacerdote en 1657. Los pobres y marginados fueron siempre sus predilectos, especialmente los indios. En 1682 logra concretar uno de sus anhelos más profundos: dedicarse a tiempo completo a vivir entre los indios para anunciar a Jesucristo.
El padre Juan Antonio Solinas, sacerdote Jesuita, nació en la isla de Cerdeña en 1643. Se educó en una escuela de sacerdotes Jesuitas, y allí ardía su corazón al escuchar episodios de la vida de San Francisco Javier y otros misioneros. En 1663, con 20 años, ingresa al noviciado. Después de poco más de una década, en 1674 y con 31 años llega a la Argentina. Se puso a estudiar guaraní para ser más cercano a los indios del norte argentino donde comenzó su tarea misionera entre los ríos Uruguay y Paraná. Tiempo después se suma a un emprendimiento misionero junto a otros religiosos jesuitas y el padre Diego Ortiz de Zárate.
Para enmarcar el martirio de estos 20 cristianos, me permito tomar un párrafo de una carta pastoral escrita por el actual obispo de Orán: “Viviendo el ardor misionero se animaron a incursionar en estas tierras, sin armas, sin ejército que los secundara, sin el poder de los conquistadores. Inspirados en la vocación de servicio, a una vida de proximidad y de entrega, viviendo el mandato que Cristo nos ha dado: ‘Anunciar la Buena Nueva en todo el mundo’ ”. El sacrificio de los mártires es el signo tangible de que la propagación de la fe no es una cruzada sino un abrazo de culturas, pueblos y religiones, la total disponibilidad de uno mismo para la escucha y la acogida mutua” (Fray Luis Antonio Scozzina, OFM, Obispo de la Nueva Orán, provincia de Salta, Argentina)
La persecución y el martirio se siguen extendiendo a lo largo de los siglos y traspasan toda geografía.
Hace pocos años hemos celebrado en nuestro país la beatificación de los 4 mártires de La Rioja. Este lunes 4 de julio haremos memoria de los 5 religiosos Palotinos asesinados en la Parroquia San Patricio de la ciudad de Buenos Aires en 1976, el mismo año que el obispo Angelelli.
En Nigeria fueron asesinados en una Iglesia 50 feligreses que estaban celebrando la Fiesta de Pentecostés el pasado 5 de mayo. En México asesinaron a dos sacerdotes jesuitas el lunes 20 de junio. Y podemos enumerar una lista interminable.
Pidamos a Dios por la paz en el mundo, y la perseverancia de quienes viven la fe en medio de hostilidades, persecuciones y amenazas.
(*) Arzobispo de San Juan de Cuyo (Argentina) y secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM)