Feliz Cumple
Mi estimado lector duda de la veracidad de algunas cosas que cuento y tiene razón, porque en mi existencia me he encontrado con escenas tan disparatadas, que tengo entredichos con mi propia memoria, porque creo que me miente. Veamos este recuerdo de mi carrera artística y luego el lector juzgará.¡Jajaja!...
Me llaman de la casa de una familia italiana muy importante para animar un cumpleaños. Serían los setenta. Veo que no hay problema de dinero y aprieto del torniquete al máximo.
Me presento un sábado a la tarde en una mansión en San Isidro, llena de globos, carteles en italiano, personal de camareros y camareras uniformados que trajinaban sin parar, mientras en el parque jugaban un montón de niños. Aparece la señora de la casa, espléndida, con buenos años atesorados, junto a su marido. Ambos hablan castellano atravesado, condición que les aporta cierta gracia, aunque no tanta como la que tienen los italianos hablando en francés.
Hago mi presentación; todos hablan de Renzo, que cumple cinco años, hay una montaña de regalos, una torta espectacular con su nombre y me entero que la pareja italiana en realidad son los abuelos, cosa que me cerró, porque la bella señora no parecía haber dado a luz a nadie en los últimos tiempos.
Como los niños “finoli” son especiales, a veces insolentes, llenos de “larailas”, con las niñeras pegadas que los protegen de todo, no quise averiguar cuál era Renzo y me dediqué a lo mío.
Todo salió perfecto, el público adulto se acercó a mirar a los niños bailar y participar de mi “show” y yo me esmeré porque sabía que de esa vaca saldría mucha leche en el futuro ya que, si la “tana” me había podido contratar, las otras señoras no serían menos.
Hubo algún incidente memorable, como la caída al vacío de una bandeja llena de copas servidas, protagonizada por un “mozo” que no vio un niño que venía corriendo en su dirección y se le enredó en las piernas, haciéndole una primitiva “llave” de yudo. Al fin llegó el sublime momento de las velitas. Todos los niños rodearon la torta, y yo me dispuse a cantar el feliz cumpleaños con mi acordeón. Fotos al por mayor, pero yo seguía sin localizar a Renzo.
De pronto aparece el abuelo hablando animadamente por teléfono en italiano, con esos aparatos de entonces que eran enormes y tenían una antenita. La señora tomó el teléfono e hizo una señal para que encendieran las velas.
-Renzo, cariño, estás escuchando?-dijo la señora en italiano.
Se ve que Renzo estaba al teléfono porque largamos la canción de cumpleaños mientras la abuela estiraba su brazo para que el aparato captara al coro.
Acto seguido, siempre con el teléfono abierto, se hizo el conteo de ley, y todos los chicos soplaron a la vez, seguidos de un nutrido aplauso.
Recién me enteré que Renzo estaba de paseo en Italia con sus papás. Los abuelos no pudieron soportar la idea de que Renzo no festejara su cumple con los compañeros de su colegio y decidieron: ¡festejar el cumpleaños de Renzo sin Renzo!....
Nunca más me pasó algo tan extravagante. Está claro que el dinero siempre ha sido imaginativo; la platita tiene esa condición creativa, ese don artístico que le hace producir obras improbables. Si lo duda, piense en las pistas de esquí de los jeques en medio del ardiente desierto, en los costosos viajes aéreos que transportan todos los fines de semana a algunos legisladores a sus provincias con su familia completa, el servicio doméstico y los perros o en los emperadores romanos disolviendo perlas legítimas en su vaso de vino para entretenerse. El matrimonio italiano tenía muchos “posibles” y se dieron el gusto de hacer una gran fiesta de cumpleaños sin el titular presente, como hacen las embajadas de Europa en los onomásticos de sus reyes, donde todos beben y morfan saludando a un cuadro. Pipo Fischer