El largo viaje desde Ucrania de la Pequeña Sofía para encontrarse con su abuela Alla en Buenos Aires
Por Victoria Peralta - Télam
Trenes, toques de queda, barcos, campos de refugiados y un viaje en avión de más de cincuenta horas separaron durante casi tres meses a la pequeña Sofía de su abuela Alla, para finalmente reunirse en Argentina escapando del dolor y la incertidumbre que se vive hace un año en Ucrania como consecuencia del conflicto bélico con Rusia.
"Eran las cuatro de la mañana cuando me sonó el teléfono, era mi hija Larysa y, con mucho ruido de fondo, me decía que no entendía lo que estaba pasando, que sonaban las sirenas, les decían que tenían que ir a un bunker, pero ella no sabía dónde había uno", describió Alla Shaforostova, ucraniana de 49 años que desde 2015 reside en Argentina.
Desde su departamento de dos ambientes en Palermo, la mujer recordó en diálogo con Télam cómo fue confiar en su intuición y huir de un país que se preparaba para un conflicto y cómo, siete años más tarde, hizo lo imposible para lograr que su hija y nieta pudieran escapar del horror de la guerra y disfrutar de "una niñez feliz, como cualquier abuela desea para su nieta".
En Odesa, Alla era Top Manager de una cadena de supermercados, puesto que la llevó a recorrer distintas ciudades del país y fue ahí cuando empezó a ver "las preparaciones militares, no veía explosiones, pero sí cómo se armaban las filas de soldados y entrenaban, así en la calle. No decían que era una guerra, pero sí lo era".
"Un día nos avisaron que todos mis compañeros varones estaban convocados para el servicio militar, chicos que no tenían entrenamiento, ni ninguna formación. Dos semanas después empezaron a llegar las notificaciones de sus muertes, fue ahí cuando dije: listo esto solo va a empeorar y decidí irme", relató en un español bastante fluido, que no se despega ni un momento de su pasado ucraniano.
Fue así cuando, conversando con una prima que hace más de 20 años vive en Argentina, decidió que ése sería su nuevo hogar junto a sus dos hijas (Anna y Larysa) y su nieto (Illia) que en ese entonces tenía 6 años.
Mientras la familia se empezó a acomodar (Anna trabaja en una fábrica de muebles en Barracas y Larysa es niñera), el pequeño ingresó a la escuela primaria y todos avanzaron en el aprendizaje del idioma, Larysa decidió volver a Ucrania, en donde aún vivía su marido Denis.
"Fue muy difícil verla partir, pero tanto ella como yo pensamos que lo mejor era que mi nieto se quede acá, lejos de cualquier peligro, nos manteníamos comunicadas hasta esa llamada, del 24 de febrero que me hizo entrar en pánico", explicó la mujer hoy con una dulce sonrisa en su rostro, feliz de tener a su familia de vuelta.
Sin embargo, este reencuentro no fue nada sencillo y aún "no es completo" dado que Denis, el marido de su hija, continúa en Ucrania, hoy de licencia por una "enfermedad que se agarró en la piel por estar expuesto al frío extremo y a la humedad, pero puede ser convocado a una misión en cualquier momento".
La mujer, que tiene junto a una socia argentina un taller textil, recordó la travesía que tuvieron que afrontar su hija, su nieta, y el adolescente tío de la pequeña Sofía para poder dejar Ucrania y finalmente reunirse con el resto de la familia.
"Estaba desesperada por el llamado de mi hija, me puse a leer qué era lo que estaba pasando con Rusia y fue cuando hice un posteo en Facebook para pedir ayuda y se conectó conmigo una persona de Amnistía Internacional que me cambió la vida", explicó Alla emocionada mientras abraza a su nieta que cumplió cinco años el pasado julio.
El papá de Sofia acompañó a la familia a la estación de tren donde finalmente comenzarían la primera parte del viaje. Sin embargo, las primeras dos ocasiones no pudieron abordar la formación por la cantidad de gente y, como la terminal estaba lejos de la casa de la familia, debieron pasar esas noches en el bunker que se había armado en el predio.
"Dormían en el piso, en noches de diez grados bajo cero, con poco abrigo, pero no podían hacer otra cosa, el tren salía a las 23 y estaban dentro del toque de queda. La tercera vez lograron subir, pero Sofía empezó a vomitar y se desmayó así que la bajaron del tren y la llevaron al hospital, dijeron que fue el estrés", relató la mujer.
En el cuarto intento, los tres subieron a la formación mientras se despedían de Denis con alivio, pero también con mucha angustia y lágrimas en los ojos, sentimientos que se profundizarían una vez en el ferry que los cruzaría a Rumania.
"Ni Sofía ni Illia tenían pasaporte, entonces no los dejaban salir de Rumania. Gracias a Amnistía logramos que les den un certificado como documentación, pero entre una cosa y la otra pasaron dos meses, tiempo en el que ellos estaban en un centro de refugiados, con otras familias, sabía poco de ellos, hablábamos cuando se podía", describió Alla notablemente angustiada al recordar la situación.
Ya con la nueva documentación, los tres pudieron abordar un vuelo que con escalas, atrasos y cambios de aeropuertos demoró más de cincuenta horas, pero finalmente lograron llegar a Argentina, reunirse con el resto de la familia y empezar a planificar una vida lejos de las sirenas, bunkers y noticias de muerte.
Mientras se abraza a un gatito de dos meses que adoptó hace unos días en Parque Centenario, Sofía sonríe y en español explica que va al jardín y que ya tiene amigos, aunque poquitos.
La nena pasó el verano en dos colonias para niños de su edad y ahí "se llevó bien con todos, los y las profesoras siempre nos hablan bien de ella", cuenta feliz y orgullosa su abuela, mientras la pequeña baila por toda la casa con un vestido con falda de tul rosa con brillos.
Alla explicó que, además de tener a su familia cerca, la pone muy feliz ver a Sofía así porque "vivió cosas muy feas, desde muy chiquita" y que "cuando llegó si escuchaba una sirena se moría de miedo y se escondía debajo de la mesa, si venía alguien se escondía atrás mío".
La mujer explicó que "lo único" que la familia anhela es que Denis pueda dejar Ucrania y, mientras remarca que Sofía extraña mucho a su papá, reconoce que ya no piensa en volver a su tierra natal, que ya se reconoce Argentina, tiene su taller textil en el que varios de sus empleados son rusos o ucranianos, un negocio, alquila ese departamento y sus nietos están en escuelas y haciendo amigos.
"Tuve la suerte de cruzarme con gente de Amnistía, sino no quiero ni pensar qué hubiera sido de mi vida, ellos me ayudaron con los documentos, con dinero para los pasajes, con las inscripciones de mis nietos en las escuelas, hasta hoy me preguntan cada tanto cómo estoy, cómo estamos, son personas maravillosas", sentenció la mujer.
Según ACNUR, agencia de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) que trabaja con refugiados, casi 14 millones de personas en Ucrania tuvieron que desplazarse de sus hogares para salvar sus vidas; 7,9 millones lo hicieron a otras regiones dentro del territorio ucraniano y otros 5,9 huyeron a otros países.