Descubrió la Musicoterapia y la estudia para ayudar a los demás
Silvina Esnaola
EL ARGENTINO
Camila Milagros Ana Albornoz (19) vino a Gualeguaychú desde San Fernando, a visitar a sus abuelos.
Y en estas circunstancias, charlamos con ella.
Camila es ciega desde chiquita. Pero esto no será el eje de la entrevista, sino lo que ella puede enseñarnos a partir de sus experiencias.
Por ejemplo, cómo pudo integrarse a la educación común para estar hoy en el nivel universitario, cómo se vale de las tecnologías para descargar aplicaciones con las que acceder al correo electrónico, WhatsApp, Facebook e Instagram y también, claro, cómo logró amigarse con su discapacidad.
“Tuve retinopatía del prematuro”, dijo apenas comenzamos a charlar, para seguir “nací a los 8 meses, con muchos problemas pulmonares y respiratorios. Estuve un mes en incubadora hasta terminar el proceso de maduración de mis pulmones y al mes de dejar la incubadora, tuve una neumonía muy fuerte. Me pasaron oxígeno libre (en forma constante) y esto hizo que tuviera desprendimiento de retina en ambos ojos”.
Pese a esto, la ceguera de Camila no se descubrió enseguida, sino cuando tenía cinco meses de edad. “Cuando pregunté a mamá cómo se dio cuenta, ella me contó que fue un día que me mostraba muñecos para jugar y yo no los seguía con la mirada.
Esto fue para ella un primer indicio de que algo no andaba bien. Ahí empezó la recorrida por médicos, oftalmólogos y estudios, y se descubrió que era no vidente”.
En ese momento sus padres pensaron en una cirugía “pero era tarde porque no había suficiente complejidad para mi caso, desprendimiento de retina en grado 5”, explicó, para agregar que recuerda haber podido distinguir luces y sombras, el día de la noche hasta que la presión ocular (glaucoma) “un dolor muy fuerte, como si te pincharan el ojo con una aguja” los apagó, dejándolos del color grisáceo que tienen.
Para Camila crecer no fue sencillo. Debía adaptarse y estaba enojada porque no veía.
“Cuando sos niño no entendés, y yo manifestaba mi enojo. Al no ver, desarrollamos mucho más los otros sentidos. Agudizado mi oído, no soportaba los aplausos. Me aturdía y lloraba, gritaba...”, explicó para agregar que ha hecho las paces con su discapacidad, “que hoy adoro, porque me hace aprender muchas cosas”.
Para esto, además de concurrir a la Escuela especial Nº 503 de Vicente López, a partir de los seis años hizo terapia con Esteban Levin (Licenciado en psicología, especializado en clínica con niños, psicomotricidad y discapacidad), “una eminencia a mi entender”, catalogó.
La secundaria también fue en el Instituto Santa Rosa de Lima de Munro, y a la par, siguió asistiendo a la escuela especial, a contra turno.
Para esto, entre tantas cosas, tiene una aplicación en su celular, “un programa que lee lo que dice la pantalla, y cuando escribimos, nos dice las letras. Con esto nos manejamos y en la medida de lo posible, usamos las redes sociales”, compartió.
Camila hoy estudia la Licenciatura en musicoterapia en la Facultad de Ciencias de la salud de la Universidad Maimónides.
“En la adolescencia empecé a pensar en la música, sin saber de Musicoterapia. Siempre me encantó la música, al punto que iba a empezar en el Conservatorio. Después dije “no es para mí” y ya empezaba a interesarme Psicología, porque soy de escuchar y ayudar y pensaba que estaba bueno aplicarlo a alguna carrera. Y cuando tenía quince años conocí la Musicoterapia”.
“Así combino la música con la psicología y me encanta porque es mi manera de devolver... Tantas personas me ayudaron cuando necesité, fueron tan valiosas al enseñarme a socializar, a integrarme... ¿por qué no devolver esa generosidad siguiendo el camino de esa gente?”, dijo pensando en esa gente que dejó tamaña huella en su vida, la convicción de que se pudo, se puede y se podrá.
Y algo ya está haciendo como voluntaria del municipio de Tigre, en el área de discapacidad.
“Los últimos miércoles de cada mes tenemos la reunión de Consejo de discapacidad, en la que debatimos diferentes temas como la implementación de un programa o las campañas de concientización”
Y de estos temas ella ofrece charlas en las que cuenta que accesibilidad no es sólo rampas, como suele considerarse, sino como dijo “las adaptaciones que se hacen para incluir”.
Fuera de este circuito, también los alumnos del profesorado de Educación física de River Plate la escuchan cuando les plantea situaciones “para que puedan vivenciar desde este punto y puedan enseñar a chicos con discapacidad”.
-Dijiste “adoro mi discapacidad”, ¿me contás?
“... Porque me permite ver cosas, y utilizo la palabra ver, aunque la realidad es que no veo; lo hago como una metáfora, porque Dios no me dio ojos para ver pero sí un corazón para sentir y ver con él y la mente, las cosas que suceden en el mundo.
“No niego que a veces vuelvo a enojarme como cuando era chica y grito “¡¿por qué no veo?!”, pero más allá de esto, entiendo que no puedo estar llorando toda la vida, porque puedo hacer las mismas cosas que alguien que ve. Puedo vivir...”