Un texto literario sobre el después del mayor tsunami que se abatió sobre Japón
En la novela Largo aliento, de Nina Jackle, un hombre reconstruye los rostros desfigurados de los muertos por un tsunami en Japón, en base a fotografías tomadas y ordenadas en un fichero para ser identificadas, una trama despojada de artificios que deja al descubierto la identidad de aquellos que se habían ido para siempre.
De dibujante de identikits de criminales, pasa a cumplir este nuevo rol que le requiere -como el anterior- una habilidad que se traduce en el "incesante rasguido del lápiz sobre el papel", para recuperar los verdaderos rostros, sin las heridas que ahora los atraviesan y hacen imposible el reconocimiento de sus parientes.
“La lógica anatómica los vuelve deducibles, no tengo dudas de cuál es el trazo incorrecto que debo borrar al instante. Siempre dibujo los ojos al final (...) es que los rostros adquieren su gracia o su severidad, su desfachatez, su frustración o incluso su discreción”, describe el personaje que vuelve sobre el tema una y otra vez.
“Cuando regresamos a la ciudad, aquello que habíamos poseído había desaparecido (...) Desde ese día sabemos que uno puede extraviar personas, literalmente, que las personas pueden ser arrancadas de la vida, literalmente”.
Muchos deambulan perdidos en ese espacio desconocido, amenazante y lleno de escombros, de basuras, de niños nacidos en containers: a estos se les dirá alguna vez “que el agua es capaz de aplastar autos, que dentro de un estadio de béisbol caben los escombros de mil seiscientas casas”.
La escritura desprovista de todo aquello que parezca superfluo va armando un escenario cambiante e irreconocible, en el que se mueven de manera constante personas sin rumbo a la búsqueda imposible de recuperar algo de lo perdido.
Publicado por la editorial Serapis, el libro de apenas 135 páginas, dividido en 28 capítulos, da cuenta desde la mirada del personaje que dibuja esos rostros todavía sin nombres, las consecuencias del desastre natural que cambió en un instante la geografía y la percepción de los sobrevivientes, un 11 de marzo de 2011, a las 14.46.
“La lógica anatómica los vuelve deducibles, no tengo dudas de cuál es el trazo incorrecto que debo borrar al instante. Siempre dibujo los ojos al final (...) es que los rostros adquieren su gracia o su severidad, su desfachatez, su frustración o incluso su discreción”, describe el personaje que vuelve sobre el tema una y otra vez.
“Cuando regresamos a la ciudad, aquello que habíamos poseído había desaparecido (...) Desde ese día sabemos que uno puede extraviar personas, literalmente, que las personas pueden ser arrancadas de la vida, literalmente”.
Muchos deambulan perdidos en ese espacio desconocido, amenazante y lleno de escombros, de basuras, de niños nacidos en containers: a estos se les dirá alguna vez “que el agua es capaz de aplastar autos, que dentro de un estadio de béisbol caben los escombros de mil seiscientas casas”.
La escritura desprovista de todo aquello que parezca superfluo va armando un escenario cambiante e irreconocible, en el que se mueven de manera constante personas sin rumbo a la búsqueda imposible de recuperar algo de lo perdido.
Publicado por la editorial Serapis, el libro de apenas 135 páginas, dividido en 28 capítulos, da cuenta desde la mirada del personaje que dibuja esos rostros todavía sin nombres, las consecuencias del desastre natural que cambió en un instante la geografía y la percepción de los sobrevivientes, un 11 de marzo de 2011, a las 14.46.
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