Mujeres que hacen cosas....
Su trabajo voluntario es despertar en otros jóvenes la propia valoración y el amor por la vida
Agustina Arrate trabaja para el Hospital Ricardo Gutiérrez, recaudando fondos en la vía pública. Nació en Gualeguaychú, pero creció en Buenos Aires, donde permanece, estudia Trabajo social en la UBA y también integra el Proyecto El Camino -en vías de convertirse en una asociación civil- un grupo de doce jóvenes de la parroquia Santa Magdalena.
En la charla contó “el grupo de la Parroquia misionaba en Jujuy y el párroco nos propuso jugarnos por otro lugar. Así se llegó a un pueblo de Catamarca donde había mucho para trabajar. Y cuando en 2013, en Fiambalá, un pueblo de 4.500 habitantes, 18 jóvenes se quitaron la vida, decidimos que la realidad no podía pasarnos por al lado y desde entonces viajamos y trabajamos con los jóvenes del lugar fortaleciéndoles la autoestima, las ganas de proyectar, de vivir. No podemos prevenir el suicidio porque no somos profesionales, pero sí promoverlos, descubrirles lo positivo, demostrarles lo valiosos que son. Y formarlos como líderes positivos de su lugar”.
A modo de información, Agustina dijo “Catamarca es el tercer lugar de Argentina con mayor tasa de suicidios juveniles, detrás de Santiago del Estero y Caleta Olivia.
Esta cantidad de suicidios no se visibiliza porque a ningún político le interesa trabajar con esto. Pero es algo que está pasando.”
¿Por qué?, preguntamos y la escuchamos “una de las razones es el miedo a la frustración. El mínimo problema (tal vez les fue mal en el colegio, o una pelea familiar) para ellos es el “gran” problema, se bloquean y quizá están una semana sin hablarlo. Otra causa son las relaciones nocivas, básicamente las de pareja con vínculos posesivos. Cuando la pareja se termina, una de las partes comienza a amenazar con matarse. Otra posibilidad es la falta de comunicación entre padres e hijos. Eso tan común para nosotros, de sentarse a tomar mate con tu vieja o tu viejo a charlar, allá no sucede”.
“Otra de las cosas es que no hay expectativas de vida porque no hay ofertas para estudiar, y los puestos de trabajo son pocos, la mayoría en la viñas, donde se paga muy mal.”
“En Tatón, las hijas de Cristina (con ella en la foto) quieren terminar el secundario y no pueden porque el más cercano queda a treinta kilómetros y no tienen un transporte que las lleve. Entonces permanecen en su casa, cuidan a sus hermanos o ayudan a sus padres, pero no tienen un proyecto propio”.
Este panorama descrito por Agustina es idéntico en los pueblos cercanos a Fiambalá, los llamados pueblos del norte: Saugil, Medanitos, Barrialito, Palo Blanco, Tatón, La Puerta, Barranco, Punta del Agua.
“En Medanitos hay secundario, pero queda a 25 ó 30 kilómetros de Tatón, un pueblo rural, que debe tener como mucho unas diez casas, una capilla y no mucho más.
De hecho, para llegar, tenés que pasar por un montón de dunas”, informó.
“Fiambalá está mejor, pero en los otros pueblos, los chicos van por un lado y los adultos por otro. También hay muchos ancianos, pero hay falta de conexión entre las generaciones”, agregó, aludiendo a la idiosincrasia de estos lugares.
Escuchándola hablar de la tasa tan alta de suicidios, apuntamos que en el norte, los pueblos mantienen la religiosidad popular, entonces, ¿por qué lo ven como salida? ¿Cómo no se aferran a esta creencia tan arraigada?
“Porque la conocen de forma complicada. Te doy un ejemplo: en Fiambalá hay un solo sacerdote, una persona totalmente distante, nada que ver con los curas que conocemos nosotros. Cuando recorremos las casas y lo hacemos con un cura, la gente se queda sorprendida de que un sacerdote entre a su casa, por la disociación que tienen”.
Esto no es lo único que sorprende, porque los jóvenes de El camino se instalan casi todo enero, se acercan a los jóvenes, realizan retiros espirituales con ellos “trabajando
mucho con los vínculos: el entorno, los amigos, la familia, los novios y ponemos mucho énfasis en estas cuatro cuestiones que después trabajamos durante todo el año. Y en un momento del retiro, los chicos reciben de sorpresa una carta escrita por sus padres. Esto genera revolución, llantos, todo lo que te puedas imaginar, porque para la mayoría, es la primera vez que su padre se sienta a escribirle. Les dicen cosas valiosas y en ocasiones, les piden perdón, lo que es liberador para ellos. Después invitamos a los chicos a responder y es una forma acortar las distancias dentro de las familias”.
Pasado este momento en Fiambalá, durante todo el año mantienen encuentros mensuales con el grupo de misioneros que se formó allá, 50 jóvenes que forman el proyecto, no sólo para sostener el vínculo creado sino también porque estos nuevos líderes comparten el seguimiento que hacen en su pueblo.
Y el grupo de voluntarios de la Parroquia Santa Magdalena se reúne todos los martes, a las ocho de la noche, para planificar las actividades, los viajes, la manera de juntar fondos para costearlos porque si bien cuentan con la solidaridad de varias personas, el trabajo es a pulmón, como dijo Agustina.
“Todos tenemos nuestros trabajos y carreras, además de este compromiso. Y en el grupo todos tenemos el mismo rol, el mismo peso, trabajando a la par, codo a codo. Cada uno con sus limitaciones y potenciando sus fortalezas”, agregó.
¿Qué es lo más lindo de esto para vos?
“Multiplicar la entrega. Todo el tiempo ponés el cuerpo y la cabeza, para que las cosas vayan enfocadas en el proyecto, y cuando mirás para el costado y ves que otro te está sosteniendo y caminando con vos, es lo más lindo que hay”, respondió fresca y agradecida.
Los voluntarios han tenido llamados después que se conoció su trabajo por una nota aparecida en La Nación.
Pero no quieren títulos ni condecoraciones, sino que el proyecto siga creciendo. Y para esto, sería bueno contar con aportes del estado.
En octubre, los jóvenes de Catamarca vendrán a Buenos Aires, y se hospedarán en las casas de estos doce voluntarios. También para entonces necesitarán un apoyo concreto, no honorífico y con foto incluida.
“No vamos a cambiar el mundo y seguramente no es sólo por lo que hicimos, pero en 2016 hubo un solo suicidio en todo el departamento de Fiambalá. Esto nos mueve y llena. Con esto decimos “se puede”, fueron las palabras de Agustina, imposibles de obviar.
Silvina Esnaola
EL ARGENTINO
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