VA DE LIBROS
¿Por qué fracasan los países?
Los países prósperos ofrecen más calidad de vida en términos de acceso a bienes y servicios (educación, salud, transporte) y también mejores condiciones para el ejercicio de los derechos políticos (libertad de expresión, pluralismo, acceso a la información).
Por Yanina Welp
Aunque las instituciones económicas y las políticas no son lo mismo, bienestar y libertades suelen ir de la mano. ¿Por qué algunos países consiguen la prosperidad mientras otros parecen condenados al fracaso? En Por qué fracasan los países (Editorial Deusto 2014) el economista Daron Acemoglu y el politólogo y también economista James Robinson proponen una hipótesis central: la prosperidad se observa donde se desarrollan instituciones inclusivas; el fracaso, en forma de atraso y pobreza, se produce donde predominan las instituciones extractivas. ¿Qué diferencia a unas de otras? Las instituciones inclusivas se basan en el pluralismo y el estado de derecho; las extractivas son aquellas en que una élite puja por concentrar la riqueza económica y para mantenerse en el poder rechaza o resiste cualquier apertura política o innovación. La alternancia en el poder no garantiza el cambio porque a menudo unas élites extractivas son reemplazadas por otras elites igualmente extractivas, como ha pasado en muchos países africanos y latinoamericanos desde la independencia. La pregunta del millón, claro, es por cómo superar estas condiciones.
El argumento es sencillo. El desarrollo requiere como una de sus condiciones básicas un grado de centralización política. El Estado debe ser el titular de la coacción legítima. La fuerza, regulada por la ley, sólo debe ser ejercida por el Estado, en todo el territorio, y debe disponer de lo que puede definirse como capacidades estatales. O sea, para tomar decisiones e implementarlas el Estado debe tener poder (competencias y ser respetado) y recursos humanos y económicos. Esta es casi una precondición que no necesariamente se observa junto con las instituciones inclusivas, ya que muchos países caracterizados por sus instituciones extractivas muestran un grado avanzado de centralización (China, a modo de ejemplo). La que realmente hará la diferencia es la que refiere al pluralismo.
En países como Inglaterra, Estados Unidos y Australia (estos últimos son territorios que consiguieron la independencia del Imperio Británico) cierta apertura de los mercados fue generando el desarrollo de intereses plurales y diversos que fueron demandando a su vez mayores derechos políticos. Ahí está la clave, movilización por la ampliación de derechos que, si tiene éxito, conducirán a un círculo virtuoso en que el estado de derecho pondrá límites a todos los poderes y generará un escenario para un intercambio que ponga límites al poder.
Este cambio también se dio, por citar otro ejemplo, en Francia. Me permito un paréntesis para conectar con ciertas expectativas de época, de cambios radicales, de un plumazo, borrón y cuenta nueva. Para la historia con mayúscula, esa que se registra en los libros escolares, la Revolución Francesa condujo a una enorme transformación de los sistemas económicos y políticos en el país, Europa y el mundo. También condujo a guerras, muerte e inestabilidad durante muchos años. La toma de la Bastilla, que dio el tiro de salida a la Revolución en 1789, en París, derivó en una puja en la que se cortaron cabezas (literal, el invento más exportado de la Revolución fue la guillotina) para hacerse con el poder. Napoleón se autoconsagró emperador en 1804, mientras atrás quedaban las cabezas de María Antonieta y Luis XVI, pero también de muchos revolucionarios, como entre otros Robespierre y Danton. La contrarrevolución reinstaló la monarquía unos años más tarde y así, de asesinatos de palacio y de guerra en guerra hasta que se reinstaló la Segunda República con el sobrino de Napoleón... que también caerá bajo la tentación de convertirse en dictador y será el último monarcá francés. Un siglo más tarde los ideales de 1789 comenzarían a tomar forma. El legado universal es notable, quienes vivieron la época lo padecieron intensamente. No hay cambio real sin pluralismo e inclusión.
El argumento central de Por qué fracasan los países es útil para reflexionar a nivel global pero quizás su mayor mérito es la cantidad de datos y casos que revisa más que un aporte teórico que por demasiado generalista se vuelve superficial. Es notable que no haya ninguna mención al rol de las potencias mundiales en el siglo XX frenando el desarrollo de instituciones inclusivas, en especial Estados Unidos, que promovió golpes de estado en países en que las elecciones estaban conduciendo a la apertura, como en Guatemala (país al que el libro dedica varias páginas pero sólo y exclusivamente en clave doméstica). Tampoco se considera la interacción entre países a nivel global, lo que sorprende si toca asumir que la industrialización y el desarrollo de las potencias occidentales se dio a base de la expansión imperialista y la esclavitud (cosa que sí se menciona pero, otra vez, como asunto doméstico). Llama la atención que se dedique un apartado final a sostener que la ayuda externa, la ayuda para el desarrollo, no sirve para nada. También es notable que no se hagan apenas alusiones al rol que el Estado tiene en promover o inhibir el desarrollo. Con sus lagunas y sus virtudes, sin duda es una obra de referencia, para leer y comentar.