Opinión
¿Energía para qué?
En pleno año electoral, la crisis energética vuelve como un fantasma que merodea por América Latina. Privatizadas o no, las fuentes de energía se agotan en un continente con potenciales únicos pero que carece o tiene poca planificación. La clave está, quizá, no en la generación sino en el uso. ¿Cómo se puede hacer frente a una de las crisis cíclicas de nuestro país? ¿Qué debemos mirar para poder salir adelante?
Causa de los movimientos, la idea occidental de energía se expresa en el punto de conexión más íntimo de la Física con la Metafísica, siendo el principio causal de cuanto se observa en el mundo.
La forma en que usamos la energía afecta el desarrollo de nuestra sociedad. Si consumimos poca, deberemos hacer demasiado esfuerzo para cubrir las necesidades básicas y no podremos dedicar el esfuerzo necesario para desarrollarnos. Pero si consumimos demasiada, el costo (monetario, ambiental o de recursos) nos obligará a dedicarle un esfuerzo adicional que no podremos orientar hacia el desarrollo que perseguimos.
La crisis actual es producto de las decisiones tomadas a lo largo de la historia en cuanto al tipo y la calidad de las prestaciones, los costos económicos directos y "externos", la salubridad, la contaminación y la asignación de los recursos energéticos, entre otros factores.
La energía ya no es un medio para cubrir necesidades básicas, es una mercadería que debe venderse lo máximo posible y de manera que produzca grandes beneficios, fruto de las privatizaciones llevadas adelante en la década pasada. Una de las consecuencias es el crecimiento sin precedentes del consumo primario, principalmente de combustibles fósiles que provoca un deterioro de la calidad de vida debido a los nuevos impactos.
Los costos originados por estas consecuencias se consideran "externos" al sistema energético, no los pagamos con ?la factura de la luz? sino con la del médico o la de los albañiles y pintores.
La creciente urbanización de una población mundial en aumento y con consumos crecientes de energía, satura la capacidad de regeneración de los ecosistemas naturales, haciendo particularmente visible el lado no sustentable de este modelo.
El ochenta y seis por ciento de la energía que se consume en el mundo proviene de combustibles no renovables. Pero en el caso de Argentina, las cifras son todavía más alarmantes: el 90 por ciento de la energía proviene de combustibles fósiles (gas, nafta y gasoil, entre otros) lo que ubica al país en el nivel más alto en producción de dióxido de carbono per capita de América Latina.
La sustentabilidad energética puede conseguirse con el empleo de fuentes de energía a un ritmo que asegure su renovabilidad. Con el objeto de que no afecte la capacidad ecológica del entorno (por ejemplo, destruyendo suelos fértiles por la construcción de embalses) se deben tener en cuenta todas las fases del uso de la energía (su captación, transformación, transporte, almacenaje y uso) así como los equipos necesarios para ello.
Para aplicar conceptos básicos de sustentabilidad al consumo de la energía se deben tener en cuenta los siguientes criterios:
1. Reducir al mínimo el consumo de energía primaria utilizada directamente y de la contenida en los materiales y servicios empleados. Reducir consumos superfluos. Aumentar la eficiencia energética, por ejemplo, evitando pérdidas, transportes y transformaciones innecesarias. Conseguir de otros modos efectos deseados -como el confort- por medio de una buena arquitectura y una calefacción débil, en lugar de una mala arquitectura y una calefacción fuerte.
2. Desplazar el consumo de fuentes no renovables hacia fuentes renovables. Aprovechar los recursos locales.
3. Reducir los impactos derivados del uso de la energía en el ámbito local y en otras zonas, manteniendo la renovabilidad de la fuente, como los árboles en caso de usar leña.
4. Utilizar las fuentes fósiles sólo en situaciones anormales, extremas o para conseguir las infraestructuras necesarias para un funcionamiento con fuentes renovables.
En el mundo hay muchas ciudades que han logrado reducir el consumo de energía mediante la eficiencia en alumbrado público, calefacción y climatización; y en menor grado en el combustible de los vehículos, el auto suministro eléctrico (directo o a través de la red general) y el aprovechamiento de los recursos locales renovables (biomasa, sol, viento).
Las técnicas utilizadas han sido el ahorro, el aislamiento térmico, la gestión avanzada del consumo energético, las placas solares térmicas y fotovoltaicas, la bioclimatización o arquitectura pasiva, los aerogeneradores y aeromotores de bombeo, las turbinas hidráulicas, la recuperación de calor residual y la cogeneración de calor (o vapor) y electricidad.
Para todo esto se debe tener en cuenta el potencial energético renovable disponible en el término local: hidráulico, solar, eólico, biomasa (fracción fermentable de los residuos sólidos urbanos, lodos de la depuración de aguas, poda de árboles y arbustos) y del aire.
A menudo cuando se proponen medidas de ahorro energético o de utilización de fuentes renovables de energía se argumenta que estas medidas resultan caras. Con lo que en realidad se compara es con los costos monetarios inmediatos que debe afrontar un determinado usuario, obviando los costos externos, los diferidos en el tiempo y los que costea otra entidad. Mientras se sigan utilizando estos procedimientos contables (monetarios, energéticos y ambientales) difícilmente se podrá cuantificar la sostenibilidad o insostenibilidad energética urbana.
En tanto las actividades dependan de los recursos locales, mientras el nivel de consumo
esté ligado al esfuerzo total necesario para conseguir los recursos, tratar los residuos y mitigar los efectos nocivos, el consumo de energía tenderá a ser sostenible. En cuanto el consumo en una zona deje de depender de los recursos energéticos de la propia zona y del esfuerzo (o costo) total relacionado con su uso, el consumo tenderá a ser insostenible y no habrá forma de satisfacer las necesidades básicas.
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