Diálogo con monseñor Héctor Luis Zordán, obispo de Gualeguaychú
“En este territorio específico los más pobres entre los pobres son los adictos”
Héctor Luis Zordán nació el 30 de noviembre de 1956. Y se ordenó sacerdote el 18 de marzo de 1984, es decir, lleva casi 34 años al servicio de la Iglesia y al del prójimo.
Es oriundo de Calchaquí, una población que queda al Norte de Santa Fe. Pero de muy chico vivió en la zona de Rosario, en Capitán Bermúdez. Allí hizo su formación sacerdotal, se ordenó como sacerdote y fue vicario en la Parroquia San Roque de Capitán Bermúdez.
Tiene dos hermanos, ambos casados; y un sobrino que también es sacerdote y fue quien lo sucedió en la Parroquia Nuestra Señora de los Dolores en Buenos Aires, cuando él fue nombrado obispo de Gualeguaychú.
“Tengo a mi papá que vive cerca de la ciudad de Santa Fe. Mi padre a lo largo del tiempo hizo varias cosas. Nos mudamos a la zona de Rosario cuando el trabajo comenzó a escasear en el interior de la provincia y las grandes ciudades ofrecían mayores posibilidades. Fue comerciante y en los últimos años, antes de la jubilación, fue empleado”, dirá también como parte de una historia que se ha amasado al calor de la familia, del pan compartido y de la cultura del esfuerzo.
El colegio Cayetano Errico de Capitán Bermúdez fue un lugar clave en su maduración vocacional, gestionado por los religiosos Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, congregación a la que pertenece. Mientras que la secundaria la cursó en el colegio salesiano San José de Rosario.
Realizó sus estudios filosóficos y teológicos en el seminario San Carlos Borromeo de la arquidiócesis de Rosario, entre 1976 y 1982. Cursó un Profesorado en Ciencias Sagradas en la Abadía benedictina del Niño Dios de Victoria, acaso una experiencia que también lo acercaría años más tarde a la diócesis donde hoy asienta su cátedra pastoral.
Zordán recibió a EL ARGENTINO en la mañana del martes y mantuvo este diálogo no a manera de balance de su experiencia en la diócesis, sino para compartir algunas primeras impresiones que se van configurando como una huella: la proverbial característica de buenas personas que caracterizan a los hombres y mujeres del sur entrerriano; la riqueza de la diversidad cultural y de orígenes que constituye toda una personalidad única… pero también otras realidades lacerantes como las adicciones, la falta de trabajo y la pobreza.
Rescata frente a esas realidades las orientaciones pastorales que se elaboraron en las Asambleas Diocesanas, especialmente dos que están vinculadas: fortalecer la familia y prevenir las adicciones. Al final, se refiere a las vocaciones, donde pone el mayor acento ya no en la siempre preocupante vocación sacerdotal de los hombres, sino en la de las mujeres.
-¿Cómo se enteró de que iba a ser obispo de Gualeguaychú?
-En los primeros días de marzo de este año, recibo una llamada telefónica del secretario de la Nunciatura.
-Usted ya era monseñor…
-No, era cura párroco. Hacía ocho meses que me habían nombrado cura párroco en Nuestra Señora de los Dolores en Capital Federal. El asunto es que me llaman de la Nunciatura y me comunican que el Nuncio tenía que hablar conmigo. En los primeros segundos pensé que estaba frente a un problema… pero luego me encomendé a las manos de Dios. A los cuatro días nos encontramos. Fue un viernes a las tres de la tarde, comenzamos hablando generalidades como para ir templando el clima y en un momento, el Nuncio me comunica que el papa Francisco me pedía que fuera obispo de Gualeguaychú. Fue una gran sorpresa y junto con ella una preocupación porque había de alguna manera que resolver y responder en el momento. Lo pensé un poco…
-¿Tiene opciones?
-Por supuesto. Soy libre de decir que sí o decir que no. Si alguien no se siente en condiciones, por lo que sea, tranquilamente puede decir que no. En realidad, la posible respuesta la chequean antes sin que el interesado lo sepa. Con esto le quiero decir que muchos sabían de este ofrecimiento antes de que me lo hicieran de manera directa y personal. Se hace una consulta muy amplia a sacerdotes, obispos, laicos… y seguramente en esas respuestas se va construyendo una propuesta.
-Gualeguaychú es una comunidad que no es ajena a los argentinos…
-El conflicto con la pastera y el campo le dio a la comunidad mucha visibilidad. Pero también el carnaval… pero es mucho más que eso. Estuve muchas veces en Victoria, porque hoy cruzar el puente Rosario-Victoria es una cuestión de minutos; y a veces es una salida linda un domingo a la tarde para ir a tomar mates. El asunto es que estuve muchas veces en la Abadía de Victoria haciendo retiros espirituales, rezando, paseando… tengo un título de profesor de esa institución. Así que a Victoria la conocía y bastante. Y después me habían tocado diversas tareas por pertenecer a la congregación Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, que me llevaron a ir al Uruguay y tuve que pasar varias veces por Gualeguaychú. Con esto le quiero significar que me gustaba la zona, pero ni me imaginaba que alguna vez pudiera venir a vivir aquí.
-¿Con qué se encuentra cuando llega a la diócesis?
-Es una diócesis muy ordenada. Pero lo primero, y esto es un buen prejuicio, vine sabiendo –y esto lo repito porque estoy convencido de que es así y en los últimos tiempos lo he comprobado muchas veces- la gente del sur entrerriano es gente buena. Esta mezcla cultural y también me parece religiosa… en fin… los inmigrantes que vinieron de diferentes lugares y los nativos de nuestra Patria, han hecho una mezcla muy linda y de gente buena. Son personas alegres, abiertas, amigables. No son indiferentes y te hacen sentir muy bien. Reciben al extraño con alegría. Y ese era un buen prejuicio con el que vine.
-Pero profundice el encuentro…
-Me encontré con una iglesia diocesana en marcha, caminando, ordenada, con sacerdotes que son generosos con sus trabajos, comprometidos con sus servicios. Con un laicado muy lindo, que viven con alegría la fe y la vida cristiana.
-No obstante, siempre hay realidades que son lacerantes…
-Por supuesto. La pobreza, las adicciones, la falta de trabajo. A mí me pegó como más fuerte, no sé si porque tuve más contacto, con situaciones así de dolor producido por el tema de las adicciones, especialmente la drogadependencia. En este mismo lugar he estado reunido innumerables veces con mamás, adolescentes y jóvenes con dificultades de drogadependencia y me impactó mucho el dolor de todas esas personas. La pobreza también impacta, pero creo que está como más atendida desde otros ámbitos. Pero el tema de las adicciones está como menos atendido.
-Se podría decir que en la diócesis los más pobres entre los pobres son los adictos…
-A mí me parece que sí. En este territorio específico los más pobres entre los pobres son los adictos. Sobre todo, me parece, es más visible en las ciudades. Estamos a la vera de la ruta del Mercosur, somos una ciudad fronteriza… pero también una sociedad con mucha evasión y la necesidad de fortalecer siempre a la familia para que los hijos tengan proyectos de vida saludables. No tengo estadísticas precisas, sino un permanente contacto con las personas. Por eso es importante que se sepa que frente a este flagelo hay oportunidades para recuperar la vida. El trabajo que se está desarrollando en el Hogar de Cristo es muy importante… lo mismo el que se realiza en la Capilla San Cayetano que pertenece a la Parroquia Cristo Rey y el grupo Buen Samaritano. Alguien podrá decir que es insuficiente frente a la magnitud del flagelo, pero es algo y va creciendo. Está claro que nada es 100 por ciento efectivo, pero mientras haya personas que puedan recuperarse todo esfuerzo estará justificado. Claro que cada uno tendrá sus métodos diferentes: El Hogar de Cristo tiene su estilo; lo mismo el Buen Samaritano y los que trabajan en grupos Anónimos, que también hacen mucho. Cada uno tiene su estilo y todos son necesarios.
-Se puede decir que en su línea pastoral este tema es muy sensible…
-Sí, dos cosas. Primero me llama mucho la atención y me impacta. Y por otro lado, en las Asamblea Diocesana, que se ha trabajado en los últimos diez años, una de las orientaciones pastorales salió esto del cuidado de la vida, especialmente en la prevención y en el acompañamiento de los adictos. Es decir, la atención a las adicciones. Y somos conscientes que hay muchas adicciones y todas son dolorosas; pero la de las drogas requiere de un esfuerzo mayúsculo por todo lo que significa su contexto donde no es ajena la delincuencia pero también se refleja la ausencia de proyectos de vida y la necesidad de fortalecer a las familias.
-Esto de fortalecer a las familias es una prédica que está en el ADN de la propia Iglesia, no surge como fenómeno con las drogas…
-Es cierto, pero es lógico también. Por eso dos de las orientaciones pastorales surgidas de la Asamblea Diocesana son el cuidado de la familia y la atención a las adicciones. Como que van juntas. Está claro que son dos realidades que se necesitan y se iluminan mutuamente y de alguna manera, el fortalecimiento de la familia es parte de una estrategia de prevención para evitar las evasiones y las adicciones.
-Lo vamos a llevar a un terreno un poco más incómodo. Cuando abre el diario y lee un titular donde se da cuenta de un abuso sexual por parte de un miembro de la Iglesia cómo le repercute o cómo le llega esa información…
-Me viene a la mente y al corazón dos palabras: por un lado dolor; mucho dolor, sobre todo al pensar que hay personas que habiendo entregado su vida al servicio de los demás hayan tomado por este camino. Y por otro lado, vergüenza como institución. En este sentido, en los últimos tiempos la Iglesia es muy severa, muy dura y se debe ejercer una tolerancia cero frente a estos casos… y me parece muy bien que así sea. Y más allá del desenlace delincuencial o la figura penal, es una enfermedad. Como sea, hay que ser intolerantes frente a estas situaciones. Y por otro lado es indispensable el acompañamiento de las víctimas, que tienen el mayor dolor. Y ahí la Iglesia tiene mucho que aportar, como acompañamiento pastoral, acompañamiento fraterno y ayudar a que las víctimas puedan elaborar esas situaciones. Y también para que encuentren un ambiente fraterno donde poder hablar, donde poder descargar, donde poder encontrar el afecto que se les negó en estas situaciones. Pero insisto con el concepto de tolerancia cero frente a esos casos.
-¿Las parroquias están cubiertas con la presencia de un sacerdote?
-Sí, están todas bien cubiertas.
-Entonces ya no es una preocupación el tema de las vocaciones…
-De ninguna manera. Las vocaciones siempre son una preocupación. Quiero decir, por un lado tenemos tranquilidad y por otro, preocupación. Si bien tenemos todas las parroquias cubiertas con sacerdotes; de hecho puede existir algún sacerdote que atienda dos parroquias, no implica una sobrecarga por su dimensión poblacional. Y hay otras parroquias que además del cura párroco, cuentan con un vicario parroquial; justamente porque su dimensión así lo exige. Por ejemplo, Santa Teresita tiene vicario parroquial; la Basílica en Concepción del Uruguay, lo mismo; lo mismo la Parroquia Nuestra Señora de Aranzazú en Victoria. Por otro lado tenemos, gracias a Dios, casi tres sacerdotes dedicados casi exclusivamente al Seminario, que no es poco. Pero, por otro lado, si comparamos con otras épocas, podemos decir que los curas están escaseando. Y en la actualidad en el seminario hay nueve alumnos, con lo cual en un futuro son más los que se van a jubilar que los que se van a consagrar.
-Generalmente se aborda la vocación sacerdotal. Pero, ¿y la vocación entre las mujeres?
-Ahí el tema está mucho más complicado. De hecho, lo digo con mucho dolor, varias comunidades de religiosas están levantando sus comunidades en la diócesis por falta de vocaciones. Las Hermanas Franciscanas de Gante de Caseros, levantaron la comunidad religiosa y sólo siguen con el colegio y van a atender desde Urdinarrain. Esa misma comunidad de hermanas están atendiendo el antiguo colegio de Larroque. Las hermanas de la Villa Malvina están iniciando un proyecto de gestión conjunta o compartida del colegio con los lasallanos… Por eso es una preocupación y un dolor que se tengan que levantar estas comunidades en la diócesis por falta de vocaciones. Y más allá de los servicios particulares, la presencia es importante.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
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