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De viaje por Rajastán
El Palacio de Bundi, una fortaleza construida en el siglo XVII por el marajá Rata Ji Heruled. El Palacio de Ranakpur, el más espectacular de los templos del Jainismo, una de las religiones más antiguas todavía vigente
Por Martín Davico
(Colaboración)
En el estado de Rajastán está Pushkar, una de las urbes más antiguas de la India. En esta ciudad se encuentra el ‘Lago de Pushkar’, uno de los centros de peregrinación más sagrados para los hinduistas. En sus orillas, rodeadas por escalinatas en donde los devotos se hacen abluciones, cada atardecer se celebran ritos purificadores, acompañados con música religiosa y dirigidos por sacerdotes que encienden fuegos sagrados.
Por la calle principal, empedrada con adoquines, circulan las vacas, los indios y los turistas. Se ven mujeres y hombres occidentales vestidos con ropa hindú y llevan las manos tatuadas con henna. Hay europeos con turbantes que caminan descalzos, abrigados con ponchos y llevan pintado en su frente un tercer ojo. ¿Habrán alcanzado otro nivel de conciencia? ¿Ven algo a través de ese ojo? ¿O son trasnochados viajeros que si visitaran Argentina se disfrazarían de gauchos?
En un restaurante callejero ceno cada noche un falafel. De postre pido una porción de malpua, una masa crocante macerada en almíbar con sabor a panqueque. Las vacas, abandonadas a su suerte, caminan entre la gente buscando comida. Una de ellas es acariciada por los transeúntes locales. Lleva pintados dibujos como si fuese especialmente sagrada, y una quinta pata emerge desde su joroba y cuelga hacia un costado. “Una degeneración genética, un probable caso de endogamia” me dice un amigo veterinario cuando le mando la foto.
Mientras pago la cuenta en el hotel, el conserje me cuenta que Pushkar es famosa también por el Encuentro Anual del Camello. Me explica satisfecho que para este fin de año ya tienen todo reservado. Luego me dice con sinceridad: “Preferimos el turismo local, que viene por pocos días pero que gasta. En cambio los turistas occidentales, la mayoría hippies o mochileros, no consumen casi nada.”
Dejo Pushkar y viajo en un pequeño bus hasta Bundi, otra ciudad en Rajastán . En el comedor del hostal converso con Miguel, un catalán de 50 años que parece de 30. “La vida es sólo tuya y
tienes que disfrutarla” dice que le aconsejaba su padre. Se indigna con la pobreza que ve en India, pero asume: “Cuando en España veo miseria, hago la vista gorda como hace la gente en todas partes”. Luego agrega: “Me encantan vuestros asados, la cultura del encuentro que lo rodea, y el cine argentino”. Para que mate dos pájaros de un tiro le sugiero que vea ‘El asadito’.
Visito el Palacio de Bundi, una fortaleza construida en el siglo XVII por el marajá Rata Ji Heruled. Aunque está mal cuidado, su belleza y sus vistas son impresionantes. Un guía me lleva a ver salones con frescos que parecen pequeñas capillas sixtinas. Me cuenta que el marajá tenía 62 esposas, pero que “sólo dos eran las importantes”. Hay pinturas que representan celebraciones de la época. En una hay un torneo en el que decenas de hombres lancean a un elefante como hacían los españoles con el Toro de la Vega. “Emborrachaban a los elefantes con alcohol para que se pongan más agresivos” me explica el hombre.
Desde Bundi viajo en tren hasta Udaipur, la Venecia de la India. Las siete horas en el vagón se me hacen interminables. Al llegar a la estación los conductores de los tuk tuks se abalanzan ofreciéndome su vehículo. “250 rupias” me dice un chofer al que le pregunto el precio hasta el hostal. Le ofrezco 100 y me dice que suba.
Juego un partido de billar en Udaipur. Mi oponente es un indio que insiste en que visite el Templo de Oro en Amritsar, una ciudad cercana a Pakistán. Mientras jugamos me confiesa: “Yo nunca en mi vida leí un solo libro. Lo he intentado, pero leer me aburre”. Juega una bola y dice: “Tengo amigos que son lectores, pero al escucharlos hablar he notado que sienten superioridad sobre los que no leemos nada”.
Alquilo una moto y voy hasta el Palacio de Ranakpur, el más espectacular de los templos del Jainismo, una de las religiones más antiguas todavía vigente. La audioguía advierte: “Está prohibido el ingreso con prendas de cuero y a las mujeres que estén menstruando”. Los devotos de esta religión, los jainas, creen en la reencarnación y que cada ser vivo tiene un alma. Ese alma tiene asociado un karma del que debe liberarse para llegar a la iluminación o Nirvana, momento en el que por fin llegará la paz. Hasta que esa liberación no llegue, el alma seguirá sufriendo y reencarnándose en distintos seres vivos.
Para iluminarse, los seguidores del Jainismo, deben deshacerse de la mentira, la ira, el odio, los bienes materiales y los deseos carnales. Preceptos demasiado exigentes para estos tiempos en donde reina el ‘aquí y ahora’ o el tan mentado ‘yo digo lo que pienso’. Si fuésemos jainas, me dijo un amigo, lo de liberarnos del karma nos estaría quedando pendiente, y tendríamos que intentar resolverlo en nuestra próxima reencarnación.