Colaboración
Cera perdida
El título sugiere el extravío de un tarro de cera para los pisos que la dueña de casa cree haber dejado sobre la mesada de la cocina, la chica que viene dos veces por semana asegura que el tarro estaba vacío y ella lo tiró porque con el aroma fuerte que queda en la lata, no sirve para guardar arroz o galletitas para el mate.
No, querido lector, ya sabemos que los pisos flotantes han reemplazado al “parquet” de mi infancia y que poca gente lo conserva. Voy a hablar de otra “cera perdida”: cuando un escultor hace el modelo original, hay dos maneras de pasarlo al bronce: una es cubriendo el modelo de
arcilla con yeso u otro material maleable, creando una bola que contiene la figura, previa colocación de una fina chapa de metal que permitirá separar el caparazón en dos mitades, sacar el modelo de arcilla, volver a unir las partes que tienen por dentro la impresión de las formas, tirarle bronce fundido por un canal generalmente practicado en la zona de arriba y esperar que enfríe para separar las dos carcazas y quedarse con el objeto reproducido. Eso es lo que se hace con más frecuencia, pero el problema es que, si queremos muchas copias, la calidad de los detalles se pierde, quedan rebarbas de metal que hay que limar y la pieza pierde perfección. La otra es la cera perdida, que consiste en tallar en cera dura de abeja la figura que se desea reproducir en bronce, cubrirla con material refractario, ponerla en el horno para que la cera se derrita y escape por unos orificios practicados para ese fin, de ahí el nombre. Luego, se deja caer el bronce hasta llenar el espacio interior dejado por la cera, se rompe el material refractario y queda la figura metálica a la vista. Este sistema es el mejor, el más caro y también el que le da más valor al objeto porque es único. Es casi seguro que Ud. Ya sabe esto, apreciado lector, pero era necesario explicarlo para pasar al tema de esta nota.
Hay muchas obras de arte realizadas a la cera perdida pero hoy me ocuparé de una puerta de bronce que el arquitecto catalán Lluís Domenech i Montaner, representante genial del Modernismo junto a Gaudí, realizó para el Seminario Mayor de Comillas en Santander, España.
Se la conoce como La Puerta de las Virtudes y es una obra maestra del arte universal.
Imagine una puerta del tamaño de la de la Catedral de Gualeguaychú, de dos hojas totalmente realizadas en bronce, bordada de exquisitas esculturas que fueron trabajadas a la cera perdida y tendrá una idea del esfuerzo que ese trabajo representa. La puerta en cuestión da acceso a un edificio emblemático del modernismo, con escaleras de mármol extravagantes y bellas, murales enormes y una iglesia totalmente recubierta de mosaicos, pintados a mano que brilla con el sol. Cuando yo fui, todavía no habían comenzado la restauración de tantas maravillas y una de las torres de la iglesia aguantaba una enorme higuera y una palmera antiguas que habían prosperado entre las grietas de sus paredes, con la humedad que viene del mar cercano. Hablamos del Mar Cantábrico. La puerta muestra las Siete Virtudes: Castidad, Templanza, Generosidad, Diligencia, Paciencia, Caridad y Humildad. Estas virtudes pesan bastante: cerca de dos mil Kg por hoja, aunque las delicadas jóvenes que las representan en la puerta sean livianitas. Si miramos bien, veremos que al autor de la puerta le gustaban los acertijos porque sólo se ven seis virtudes. Falta una. Mirando bien, pensando en la animosidad religiosa del siglo XIX y en el enorme respeto que los artistas tenían por la figura de María, nos damos cuenta finalmente que la virtud que falta, la Castidad, está arriba de todo, puesta en la figura de la Santa Virgen, postrada frente al Ángel de la Anunciación.
Cada virtud es como ya dije antes, una figura humana de mujer que está apoyada sobre un animal pequeñito. Esos extraños bichos son los Pecados Capitales. Todo el conjunto es una orgía de imaginación y diseño. El Modernismo adora el gótico flamígero con sus complicados ramajes, los acentos mudéjares y los animales mitológicos, dragones, unicornios, mantícoras y muchos más.
La Lujuria, la Gula, la Avaricia, la Pereza, la Ira y la Envidia tienen su representación…pero la Soberbia no. Quien mira distraído y al paso no se da cuenta. Seguramente el visitante viene de ver la maravillosa casa El Capricho de Gaudí que está por ahí cerca en Comillas también y no repara en la falta. ¿Se olvidó Montaner de la Soberbia? cuando se dio cuenta: ¿la puerta ya estaba en fundición y era tarde para agregarla?...como puso seis figuras perfectamente simétricas, tres en cada puerta, ¿no supo adónde poner el animalito que representaría a la Soberbia? ¡Nooooooo querido lector!...el autor intentó hacer (tal vez lo logró) la puerta más bella del mundo y se autocastigó por esa pretensión. La Soberbia se la quedó él y está dispuesto a pagar eternamente su pecado.
Pipo Fischer