Un modelo que no cierra
La situación del campo argentino es diversa. A unas muy pocas grandes empresas les va de manera formidable, pero a la mayoría de los pequeños y medianos productores los embarga la incertidumbre.
Algo similar ocurre con las pequeñas y medianas empresas que no logran visualizar un mejor horizonte y quedan a merced también de las grandes industrias.
Pareciera que el darwinismo económico es lo que prevalece: el más grande se come al más pequeño. Y esto impacta de manera directa en la propia estructura socioeconómica.
¿Por qué ocurre esta situación? Básicamente porque la economía no está al servicio del hombre, sino al revés. El tema es antiguo, pero siempre tiene connotaciones actuales.
Los pequeños y medianos productores, los colonos, los chacareros perciben que son castigados por ejercer la cultura del trabajo. Muchos de ellos incluso afrontan una realidad casi de bancarrota. El modelo no les ofrece demasiadas oportunidades y la oportunidad más cercana es la de cerrar las tranqueras.
El sistema considera que estos pequeños chacareros no son empresarios independientes y esto les obstaculiza el acceso, por ejemplo, a un crédito competitivo.
Es cierto que la producción agropecuaria viene presentando desde las últimas décadas un desarrollo tecnológico, que –entre otras cosas- les permite posicionarse como un eficiente país proveedor de materias primas. Pero no mucho más.
Por eso, a pesar de que aumente la productividad y la producción, a pesar de que se logren cosechas récord, la rentabilidad sigue siendo para los grandes grupos económicos y no llega a los pequeños y medianos productores.
Son los pequeños y medianos productores quienes tienen que mal vender sus campos –muchos de ellos de tradición familiar- y esas tierras pasan a ser parte del patrimonio de los grandes depredadores económicos. Y esto ocurre en un país que desborda de alimentos.
No hay que confundirse: el crecimiento económico no necesariamente es desarrollo social, por la sencilla razón de que el crecimiento por sí mismo no distribuye.
Para males, los efectos socioeconómicos e incluso ambientales del campo no son del todo visualizados en la ciudad. Así, este proceso es tan crónico como casi irreversible. La pregunta que el gobierno debería comenzar a responder es si ¿puede implementarse una estrategia sostenible en un agro dominado por el dinamismo mercantilista? ¿Aceptarán un manejo ecológico los grandes grupos económicos que invierten de manera circunstancial en la actividad agropecuaria?
El modelo agroexportador por el momento se impone al del valor agregado, donde el pequeño y mediano productor, es el eslabón más débil.
El actual modelo presenta un rotundo aplazo en materia de equidad y desarrollo sustentable. Tomar conciencia de esta situación también implica que los pequeños productores no pueden seguir soportando la dureza de medidas de gobierno que atentan contra sus recursos y especialmente con la cultura del trabajo. Y lo que les pasa a los chacareros, les pasa a los que están al frente de pequeñas y medianas empresas. Es un problema integral y afecta a todos.
Pareciera que el darwinismo económico es lo que prevalece: el más grande se come al más pequeño. Y esto impacta de manera directa en la propia estructura socioeconómica.
¿Por qué ocurre esta situación? Básicamente porque la economía no está al servicio del hombre, sino al revés. El tema es antiguo, pero siempre tiene connotaciones actuales.
Los pequeños y medianos productores, los colonos, los chacareros perciben que son castigados por ejercer la cultura del trabajo. Muchos de ellos incluso afrontan una realidad casi de bancarrota. El modelo no les ofrece demasiadas oportunidades y la oportunidad más cercana es la de cerrar las tranqueras.
El sistema considera que estos pequeños chacareros no son empresarios independientes y esto les obstaculiza el acceso, por ejemplo, a un crédito competitivo.
Es cierto que la producción agropecuaria viene presentando desde las últimas décadas un desarrollo tecnológico, que –entre otras cosas- les permite posicionarse como un eficiente país proveedor de materias primas. Pero no mucho más.
Por eso, a pesar de que aumente la productividad y la producción, a pesar de que se logren cosechas récord, la rentabilidad sigue siendo para los grandes grupos económicos y no llega a los pequeños y medianos productores.
Son los pequeños y medianos productores quienes tienen que mal vender sus campos –muchos de ellos de tradición familiar- y esas tierras pasan a ser parte del patrimonio de los grandes depredadores económicos. Y esto ocurre en un país que desborda de alimentos.
No hay que confundirse: el crecimiento económico no necesariamente es desarrollo social, por la sencilla razón de que el crecimiento por sí mismo no distribuye.
Para males, los efectos socioeconómicos e incluso ambientales del campo no son del todo visualizados en la ciudad. Así, este proceso es tan crónico como casi irreversible. La pregunta que el gobierno debería comenzar a responder es si ¿puede implementarse una estrategia sostenible en un agro dominado por el dinamismo mercantilista? ¿Aceptarán un manejo ecológico los grandes grupos económicos que invierten de manera circunstancial en la actividad agropecuaria?
El modelo agroexportador por el momento se impone al del valor agregado, donde el pequeño y mediano productor, es el eslabón más débil.
El actual modelo presenta un rotundo aplazo en materia de equidad y desarrollo sustentable. Tomar conciencia de esta situación también implica que los pequeños productores no pueden seguir soportando la dureza de medidas de gobierno que atentan contra sus recursos y especialmente con la cultura del trabajo. Y lo que les pasa a los chacareros, les pasa a los que están al frente de pequeñas y medianas empresas. Es un problema integral y afecta a todos.
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