La pobreza negada
El ministro de Economía de la Nación, Axel Kicillof, declaró en estos días que desconoce el porcentaje de pobres que existe en el país.
También sostuvo que esa clase de medición “estigmatiza” a gran parte de la población y aseveró “que no es tarea del gobierno saber cuántos pobres hay”.
Es cierto que “medir” la pobreza implica una compleja ingeniería de análisis. Pero una cosa es que sea compleja y otra muy distinta que no se pueda hacer.
No se va a negar la existencia de planes y programas impulsados por el gobierno para superar situaciones de pobreza. Un ejemplo de ello es la Asignación Universal por Hijos, pero las iniciativas son muchas.
La sola existencia de estas posibilidades debería implicar un conocimiento previo de la situación. Sería demasiado irresponsable lanzar programas para combatir la pobreza y por otro lado no saber en qué cantidad de personas o familias impactará.
Con esto se quiere ejemplificar que en rigor no es que el ministro desconoce la cantidad de personas en situación de pobreza que existe en el país. Lo que expresa Kicillof es una negativa a reconocer un porcentaje oficial, porque sabe que dar a conocer esa estadística, contradice las propias mediciones que públicamente sostiene el gobierno al respecto.
Kicillof también sostuvo que medir el número de personas en situación de pobreza “es bastante estigmatizante”.
En este punto también se equivoca, porque en rigor lo que es denigrante es que quien toma medidas económicas que afectan a todos los argentinos, luego quiera ocultar las cifras del impacto que produce sus propias decisiones.
Mucho se ha criticado –y con razón- el daño que se ha generado al restarle credibilidad al Instituto de Estadísticas y Censos (Indec), organismo que en su momento ha sido ejemplo en América Latina y una referencia mundial. Hoy no es así e incluso sus análisis estadísticos están puestos en duda, cuando no directamente dejaron de ser creíbles, porque fue el propio gobierno quien se encargó de erosionar los métodos de cómo se hacía una radiografía certera de la realidad.
Por otro lado, ¿si el gobierno desconoce la cantidad de personas en situación de pobreza, cómo hace para luego planificar y desarrollar programas que permitan superar esa realidad hiriente?
Sin datos de la realidad es imposible sostener una gestión de gobierno, excepto que se invente un relato y que ese relato sea lo único válido. Esta es la posición del gobierno nacional y por eso la sociedad muchas veces desconfía de las estadísticas oficiales. Y esto dicho teniendo en cuenta un agravante: ni siquiera el mundo de la producción puede planificar sus proyecciones con esas estadísticas, lo que implica un obstáculo más que pone el gobierno para quien quiera proyectar en el mediano y largo plazo.
Por eso las expresiones del ministro Kicillof han sido desafortunadas e incluso están al límite de la burla de los que menos tienen y más necesitan. Desconocer a esas personas, más allá de los programas y planes que se articulan, es la peor gestión para superar la pobreza.
Es cierto que “medir” la pobreza implica una compleja ingeniería de análisis. Pero una cosa es que sea compleja y otra muy distinta que no se pueda hacer.
No se va a negar la existencia de planes y programas impulsados por el gobierno para superar situaciones de pobreza. Un ejemplo de ello es la Asignación Universal por Hijos, pero las iniciativas son muchas.
La sola existencia de estas posibilidades debería implicar un conocimiento previo de la situación. Sería demasiado irresponsable lanzar programas para combatir la pobreza y por otro lado no saber en qué cantidad de personas o familias impactará.
Con esto se quiere ejemplificar que en rigor no es que el ministro desconoce la cantidad de personas en situación de pobreza que existe en el país. Lo que expresa Kicillof es una negativa a reconocer un porcentaje oficial, porque sabe que dar a conocer esa estadística, contradice las propias mediciones que públicamente sostiene el gobierno al respecto.
Kicillof también sostuvo que medir el número de personas en situación de pobreza “es bastante estigmatizante”.
En este punto también se equivoca, porque en rigor lo que es denigrante es que quien toma medidas económicas que afectan a todos los argentinos, luego quiera ocultar las cifras del impacto que produce sus propias decisiones.
Mucho se ha criticado –y con razón- el daño que se ha generado al restarle credibilidad al Instituto de Estadísticas y Censos (Indec), organismo que en su momento ha sido ejemplo en América Latina y una referencia mundial. Hoy no es así e incluso sus análisis estadísticos están puestos en duda, cuando no directamente dejaron de ser creíbles, porque fue el propio gobierno quien se encargó de erosionar los métodos de cómo se hacía una radiografía certera de la realidad.
Por otro lado, ¿si el gobierno desconoce la cantidad de personas en situación de pobreza, cómo hace para luego planificar y desarrollar programas que permitan superar esa realidad hiriente?
Sin datos de la realidad es imposible sostener una gestión de gobierno, excepto que se invente un relato y que ese relato sea lo único válido. Esta es la posición del gobierno nacional y por eso la sociedad muchas veces desconfía de las estadísticas oficiales. Y esto dicho teniendo en cuenta un agravante: ni siquiera el mundo de la producción puede planificar sus proyecciones con esas estadísticas, lo que implica un obstáculo más que pone el gobierno para quien quiera proyectar en el mediano y largo plazo.
Por eso las expresiones del ministro Kicillof han sido desafortunadas e incluso están al límite de la burla de los que menos tienen y más necesitan. Desconocer a esas personas, más allá de los programas y planes que se articulan, es la peor gestión para superar la pobreza.
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