Debatir sobre la educación
Con “La noche de los bastones largos” (en julio de 1966) en las universidades o más atrás en el tiempo con la imposición de “La razón de mi vida” (septiembre de 1951) en las escuelas primarias, se puede ejemplificar cómo muchas veces la politiquería tuvo un nocivo efecto sobre la educación.
Dicho con otras palabras, cuando la política se entiende como el capricho de un dictador, de un caudillo o de un partido, la educación queda vacía de contenido.
Distinto es –aunque con similares resultados negativos- cuando los gobiernos no aciertan en otorgar un lugar de prioridad a la educación, o se la relega a un cuarto o quinto plano, más allá de los discursos de ocasión.
Esto es lo que ha venido sucediendo en las últimas cinco o seis décadas en el país. La inexistencia de lazos entre política y educación impide que desde las escuelas se pueda lograr la preparación necesaria que permita convivir políticamente con los demás, y como consecuencia el individuo no tiene demasiadas herramientas para tomar parte en la gestión paritaria de los asuntos públicos.
Pero el problema va más allá de esta relación esencial entre educación y política porque mientras Argentina retrocede en estos campos, el mundo, evidentemente, avanza.
Por algo en la competencia mundial ya no se comparan solamente los Productos Brutos Internos o cómo se establece la distribución del ingreso, sino cómo se implementan y en base a qué calidad se construyen y se utilizan los sistemas de salud, la legislación a favor del medioambiente y de manera especial la educación y con ella el desarrollo de las ciencias.
La educación y el desarrollo de la ciencia son consideradas las llaves que abren las puertas a todo lo demás. Son los países escandinavos, los bálticos ex comunistas, y algunos del sudeste asiático los que mejores resultados están obteniendo de sus sistemas educativos.
En Argentina y en Entre Ríos ni siquiera se pueden garantizar 180 días de clases mínimos, tal como establece la ley.
No alcanza con contar con una sociedad alfabetizada (Argentina y Entre Ríos tienen deudas al respecto), sino que se debe abordar la educación como un concepto permanente para todos. El concepto de que la educación de un ser humano se termina en la adolescencia o juventud, además de ser perfectamente obsoleto, es mediocre. Hoy resulta necesario un sistema de formación escolar y post-escolar del niño, el adolescente, el joven y el adulto, para que los ciudadanos y la sociedad en su conjunto puedan tener capacidad para adaptarse a los cambios que son cada vez más vertiginosos.
Un ejemplo es práctico para dimensionar el vértigo del cambio: el hombre necesitó miles de años para aprender a volar en una máquina; pero desde el salto de unos pocos metros que hicieron los hermanos Wright al viaje a la luna transcurrieron apenas poco más de cincuenta años, y eso que el mundo de la informática, de la robótica y la genética estaban recién dando sus primeros pasos.
El crecimiento del PBI no se debe solamente a la combinación de los factores tradicionales (naturaleza, trabajo y capital), sino al mejoramiento de calidad de esos factores. Y la educación contribuye directamente al crecimiento a través de la formación humana y mediante los desarrollos científicos aplicados a la producción. En definitiva, el país no crecerá sólo por obtener quitas y rebajas de intereses en la deuda, o por la balanza de las exportaciones e importaciones, sino por una mayor inversión en educación y ciencias.
Si Argentina –y con ella Entre Ríos- siguen utilizando las escuelas y a los maestros para hacer asistencia social, sin inversiones, ni planificación y debate educativo serio e integral, directamente no podrá aspirar a un futuro mejor.
Distinto es –aunque con similares resultados negativos- cuando los gobiernos no aciertan en otorgar un lugar de prioridad a la educación, o se la relega a un cuarto o quinto plano, más allá de los discursos de ocasión.
Esto es lo que ha venido sucediendo en las últimas cinco o seis décadas en el país. La inexistencia de lazos entre política y educación impide que desde las escuelas se pueda lograr la preparación necesaria que permita convivir políticamente con los demás, y como consecuencia el individuo no tiene demasiadas herramientas para tomar parte en la gestión paritaria de los asuntos públicos.
Pero el problema va más allá de esta relación esencial entre educación y política porque mientras Argentina retrocede en estos campos, el mundo, evidentemente, avanza.
Por algo en la competencia mundial ya no se comparan solamente los Productos Brutos Internos o cómo se establece la distribución del ingreso, sino cómo se implementan y en base a qué calidad se construyen y se utilizan los sistemas de salud, la legislación a favor del medioambiente y de manera especial la educación y con ella el desarrollo de las ciencias.
La educación y el desarrollo de la ciencia son consideradas las llaves que abren las puertas a todo lo demás. Son los países escandinavos, los bálticos ex comunistas, y algunos del sudeste asiático los que mejores resultados están obteniendo de sus sistemas educativos.
En Argentina y en Entre Ríos ni siquiera se pueden garantizar 180 días de clases mínimos, tal como establece la ley.
No alcanza con contar con una sociedad alfabetizada (Argentina y Entre Ríos tienen deudas al respecto), sino que se debe abordar la educación como un concepto permanente para todos. El concepto de que la educación de un ser humano se termina en la adolescencia o juventud, además de ser perfectamente obsoleto, es mediocre. Hoy resulta necesario un sistema de formación escolar y post-escolar del niño, el adolescente, el joven y el adulto, para que los ciudadanos y la sociedad en su conjunto puedan tener capacidad para adaptarse a los cambios que son cada vez más vertiginosos.
Un ejemplo es práctico para dimensionar el vértigo del cambio: el hombre necesitó miles de años para aprender a volar en una máquina; pero desde el salto de unos pocos metros que hicieron los hermanos Wright al viaje a la luna transcurrieron apenas poco más de cincuenta años, y eso que el mundo de la informática, de la robótica y la genética estaban recién dando sus primeros pasos.
El crecimiento del PBI no se debe solamente a la combinación de los factores tradicionales (naturaleza, trabajo y capital), sino al mejoramiento de calidad de esos factores. Y la educación contribuye directamente al crecimiento a través de la formación humana y mediante los desarrollos científicos aplicados a la producción. En definitiva, el país no crecerá sólo por obtener quitas y rebajas de intereses en la deuda, o por la balanza de las exportaciones e importaciones, sino por una mayor inversión en educación y ciencias.
Si Argentina –y con ella Entre Ríos- siguen utilizando las escuelas y a los maestros para hacer asistencia social, sin inversiones, ni planificación y debate educativo serio e integral, directamente no podrá aspirar a un futuro mejor.
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