30 AÑOS DEL ATENTANDO TERRORISTA
Ser rescatista en la AMIA: “Fuimos a dar una mano y nos encontramos con algo que no le deseo a nadie”
José Luis Ojeda fue uno de los muchos voluntarios que ese fatídico lunes 18 de julio de 1994 colaboraron sin descanso en el rescate de personas tras el atentado más grande que haya sufrido nuestro país. Tres décadas después habló del tema, de las consecuencias que le generó y de cómo lo transita actualmente. “Hoy lo volvería a hacer”, asegura.
Por Luciano Peralta
Resulta difícil encontrar otro hecho en la historia argentina que reúna el horror de un atentado terrorista, la muerte de 85 personas, centenares de heridos, con actos de corrupción pornográficos, una trama nefasta de complicidades y la impunidad como telón de fondo.
“El terrorismo sigue, la impunidad también”. Fue el lema por los 30 años del atentando contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), el 18 de julio de 1994 a las 9:53 de la mañana, hora en la que un coche bomba exploto frente al edificio ubicado en Pasteur 633, en el barrio porteo de Balvanera.
Es una de las tantas manchas que han degradado la democracia argentina en sus jóvenes cuatro décadas. Una de las más graves, sin dudas.
Al respecto, EL ARGENTINO dialogó con José Luis Ojeda, el gualeguaychuense que, por obra de azar o del destino, o de las dos cosas, quine sabe, vivió la tragedia desde adentro. Una experiencia que lo marcó para toda la vida.
“En ese momento me encontraba en Buenos Aires, trabajando y estudiando. Trabajaba en el microcentro y vivía a cinco cuadras de la AMIA. Iba camino al trabajo cuando pasó lo de la bomba, en ese momento no la escuché. Cuando llegué a mi trabajo en el microcentro me enteré de todo lo que había pasado”, relata, con la pausa que sólo el paso del tiempo ofrece. Recuerda: “Era un revuelo por todos lados, se escuchaban ambulancias, sirenas, bomberos, de todo. La verdad, fue shockeante para todos, porque hacía poquito había pasado lo de la Embajada de Israel, que también estaba a cuatro cuadras de mi trabajo. Esa bomba sí la escuché, fue terrible también, se volvía a repetir ese momento”.
Como tantas otras personas, al mediodía, en su horario de almuerzo, José Luis fue hasta el lugar del atentado, “de curioso”, y se encontró con el horror: “Era un mundo de gente, un caos total, me acerqué hasta la valla y ahí estaba uno de los encargados de Defensa Civil, yo lo conocía y me pidió si podía quedarme porque necesitaban gente de confianza para hacer de voluntarios y rescatistas”.
“En ese momento no había celulares, así que fui a un teléfono público y llamé a mi jefe para pedirle quedarme, ellos eran de la colectividad así que me dieron el ok. En ese momento empezaban a salir los canales de noticias, Telefé, TN… y mi primera función fue pedirles que trasmitan la necesidad de que la gente acerque agua, leche y sándwiches para los rescatistas”, recuerda. Y agrega: “Después me dieron la lista de la gente que se iba encontrando y de la gente por la cual venía a consultar. Yo tenía la función de anotarlos y, en el caso que los encontrarán, anotar a qué hospital se los llevaban”.
Hoy, 30 años después, podemos encontrarnos con esas escenas del horror a través de los archivos periodísticos de los canales de TV de los que habla José Luis o, incluso, a través de alguna ficción de Netflix. Pero sólo quienes estuvieron en Pasteur 633 ese lunes 18 de julio pueden dar cuenta de la dimensión del horror.
“Fue terrible, el dolor de la gente cuando venía a preguntar por un familiar, por un conocido, por un amigo, era terrible la angustia, la desesperación. Había gente que me preguntaba y como la persona no estaba en ninguna de las listas, quería pasarse las vallas, quería entrar, fue un descontrol”.
“Vimos muchas cosas esos días”
Lo particular de las horas posteriores a la explosión de la bomba en pleno centro porteo es que la mayoría de las personas que se asumieron rescatistas no estaban preparadas para eso. Quién lo está, ¿no?
“Íbamos a sacar gente debajo de los escombros, a buscar algún rasgo de vida de una persona… así pasamos toda la noche hasta el otro día. Era terrible porque por ahí escuchabas un ruidito y era un silencio total para saber si estaban golpeando abajo o dónde, para no lastimar a quien pudiese estar bajo los escombros”, cuenta José Luis sobre las primeras horas de esa semana en la que su vida se pondría en pausa para abocarse, casi por completo, a la tarea de rescate.
“Los primeros dos, tres días fueron los fuertes, trabajábamos sin descanso porque la necesidad era rescatar con vida a quien haya quedado atrapado. Trabajamos casi sin dormir, yo no sé si fue por las cosas que vimos o porque estábamos muy pasados de rosca, pero durante la semana queríamos dormir, yo tenía mi casa ahí cerca, y no podía dormir. Entonces, me levantaba de nuevo, me daba un baño y me iba de vuelta a seguir trabajando. Así estuvimos la primera semana. Mucha gente se lastimó tratando de rescatar a quienes estaban bajo los escombros”, recuerda.
“Vimos muchas cosas esos días. Si bien la gente Defensa Civil nos prestó ayuda psicológica, a la mayoría de los que estuvimos ahí nos costó bastante poder volver a dormir, porque era dormir y soñar con lo que habíamos visto. Yo pienso que fue así porque los voluntarios no estábamos preparados. Sí lo estaban los bomberos, los enfermeros, pero nosotros fuimos a dar una mano y nos encontramos con algo que no le deseo a nadie. Pero, así y todo, hoy lo volvería a hacer”, dice, sin dudarlo.
“Hoy, 30 años después, puedo hablarlo, puedo comentarles a mis hijos lo que pasé. Durante mucho tiempo nadie de acá, de Gualeguaychú, lo sabía. Muy poca gente, en realidad. Me costaba hablar del tema, lo trataba de ocultar o de no traerlo a flote. Pero hoy, afortunadamente, lo puedo hablar”, valora José Luis. Aunque todavía hay heridas que no cierran: “Nunca más pude pasar por el frente la AMIA, y eso que voy al centro, ando por la zona, pero no puedo pasar, eso es algo que me quedó”.