UNA REFLEXIÓN POLÍTICA Y FILOSÓFICA
“Seamos libres, que lo demás no importa nada”
Por Martín Britos*
El 19 de junio de 1819, San Martín, en una proclama que se enmarcaba en los años previos de su alejamiento definitivo de la política y de su exilio a Europa (condicionado por una corriente difamatoria que se iniciaba en su contra), dejaba impresa en la huella de nuestra memoria colectiva esta frase con una gran potencia simbólica -y que se resignifica a la luz de cada embate- que el poder hegemónico y colonialista (en la actualidad bajo las ropas del neoliberalismo corporativista) asesta a nuestro pueblo en los diferentes periodos de nuestra vida social.
Hoy es un buen momento para tenerla presente nuevamente, y desde ahí repensar la libertad, que se nos presenta actualmente como una suerte de entelequia indescifrable para la mayoría, pero que, asimismo, parece conducir las riendas de nuestro destino, donde el futuro aparece más incierto que nunca.
Empecemos por el principio entonces, y desde ahí podemos proponer alguna definición permeable a problematización y redefiniciones, según la mirada que la atraviese, pero que sirva como inicio de un debate que, queramos o no, hoy nos (pre)ocupa a todos.
“Prohibido prohibir, la libertad comienza en una prohibición”.
La frase que refiero tuvo lugar en los muros del mayo francés del año 68, allí donde se discutió la libertad; sus destinatarios y sus alcances, las paredes de Paris, espacios físicos donde resonaba la voz del pueblo, dejaban plasmada una idea, una idea nacida al calor de la revolución francesa que había perdido para ese entonces su contenido de igualdad y fraternidad (los otros dos componentes de la proclama del periodo revolucionario gestado en 1789).
La libertad y los limites son en sí mismo un maridaje que no funciona el uno sin el otro, porque somos libres para elegir la forma y el modo en que desarrollamos nuestro plan de vida, pero existe una condición ineludible dada por aceptación de las reglas (el contrato social) que nuestra sociedad nos impone necesariamente para el funcionamiento colectivo.
Es posible entonces proponer, en una primera mirada, que nos encontramos frente a un concepto que se adapta a su tiempo y las necesidades de la formación social que la define y que encuentra en este límite su determinación real. La libertad no es la causa sino la consecuencia de la existencia de un orden social, y la aspiración recae propiamente en poder tener una organización que permita al hombre vivir de manera tal que, en dicho orden, encuentre su pleno desarrollo humano. La libertad son los márgenes donde podemos ejercer nuestra autonomía.
También es dable caracterizarla como una ficción, puesto que se construye socialmente sobre la prohibición en sí misma, solo somos libres en el marco que nuestras acciones no afecten el orden socialmente establecido para el desarrollo humano.
¿Pero esta construcción social a que responde? Sin dudas a que como individuos encontremos la manera de vivir de la mejor manera posible, con un umbral mínimo en necesidades básicas y elementales satisfechas, concepto que ha sido determinado en diversas sociedades, como por ejemplo la norteamericana, la que en su proceso de formación histórica, instituía en la declaración de independencia el concepto de libertad y “búsqueda de la felicidad” como norte de su devenir comunitario.
Ni que decir de nuestro propio preámbulo Constitucional, que, si bien omite la palabra “felicidad”, determina de manera contundente que nos organizamos como sociedad para “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino.”
De estos recortes de ideas, ya sea la frase de San Martin, la Declaración de Independencia Norteamericana, o el preámbulo de nuestra Constitución (traídos aquí como ejemplos) surgen sin lugar a dudas dos pilares o principios que permiten edificar la idea de libertad. El primero es que ser una construcción social, y el segundo es que su destinatario somos todos. Aquí hay otra definición en si misma. Si la organización no implica un orden de libertades que nos abrace conjuntamente, difícilmente estemos hablando de ser verdaderamente libres. Resulta evidente que la libertad tiene un contenido, y la definición de ese contenido es aquello en lo que deberá existir un nuevo consenso, que sea el producto de nuestra historia (y sus principios fundantes), de nuestras necesidades actuales y el destino al que pretendemos llegar como sociedad.
¿Que necesitamos entonces, esencialmente, para poder tener proyectada una vida que aspire a un umbral mínimo de “felicidad”, de bien común? Allí creo que existen elementos, materializados bajo la categoría de derechos, que son transversales a todas las clases sociales, a cada individuo que transita sobre nuestra patria y que son un contenido mínimo e irreducible para un plan de vida digna: salud, educación, trabajo, vivienda. Quien no tenga oportunidades para ejercer o disfrutar estos derechos, difícilmente sea un ciudadano libre. Y si la garantía del ejercicio de los mismos responde únicamente a una capacidad económica producto del mérito, del linaje, de la herencia o de una justificación “libertaria”, es decir que prescinda de las oportunidades reales, la libertad es en realidad privilegios, y allí la discusión cambia de esencia, porque la historia nos enseña que la disputa por los privilegios no se ha resuelto nunca sin balas o de mínima, sin sangre.
San Martín dejo un mandato “Seamos” (plural, comunitario), no solo uno, no solo otro, no solo un grupo que se lo merece. Nosotros, nuestra sociedad es quien merece ser libre. La libertad no puede restringirse o ejercerse en un vacío sociológico (intelectual, espiritual, estético), sino que debe existir en un espacio determinado de acciones, pero también de responsabilidades humanas. El mandato Sanmartiniano que emerge de la frase que en tantas oportunidades nos ha llenado la boca, en sintonía con nuestro preámbulo, no es una aspiración singular o un precepto de autoayuda para que cada uno sea libre como pueda, sino para que nos construyamos colectivamente, para que lo seamos como pueblo que proyecta en la libertad, la esencia de su felicidad.
*Abogado