Los gualeguaychuenses estamos perdiendo nuestro espíritu hacedor
Lo importante en la vida de los pueblos es el espíritu y la voluntad de los hombres que los integran. El siglo XX elevó a nuestra ciudad a tener un enorme protagonismo en la provincia y en el país, gracias a ese espíritu hacedor de empresarios visionario, que lo arriesgaron todo por un sueño.
Qué es lo que nos sucede que perdimos ese empuje de nuestro ADN hacedor. Hoy estamos enfrascados en discusiones que no nos llevan a ningún lado para definir un proyecto de ciudad, en un siglo donde la humanidad enfrenta desafíos enormes.
La robótica reemplazará en diez años al trabajo físico repetitivo en las líneas de producción que hoy emplea a cientos de operarios en las empresas del Parque Industrial, la inteligencia artificial simplificará los procesos administrativos en el Estado y las tecnologías de posicionamiento global inteligentes, permitirán que haya taxis y camiones repartidores que se manejen solos.
Ese futuro está a la vuelta de la esquina, y la principal habilidad de las personas para sobrevivir será la de tener la capacidad de adaptarse a los cambios que sucederán con mayor rapidez, pero nada de esto estamos discutiendo como comunidad.
En el siglo XX hubo copoblanos que tuvieron una visión, pero en vez de sentarse a discutir, a quejarse por la situación económica y política del momento se pusieron manos a la obra.
En 1923, la Sociedad Rural Gualeguaychú reunió en asamblea a representantes de las entidades ganaderas del país, con el objeto de estudiar las causas de la grave crisis ganadera de entonces, en la que todos los frigoríficos del país estaban en manos de extranjeros.
Este encuentro produjo la agremiación de los ganaderos de la zona para constituir el 10 de septiembre de 1923 la Sociedad Anónima de Abastecimiento Urbano, Saladeril y Frigorífica Gualeguaychú con un capital suscripto y realizado de m$n 100.000 que se integró entre 249 accionistas. En su época de esplendor llegó a contar con 1200 empleados constituyendo una industria modelo por sus conceptos avanzado para la época por la seguridad social y la responsabilidad social empresaria.
En 1928 David Della Chiesa formó el consorcio "Gualeguaychú-Médanos" junto a Elías Martinolich y Juan Goldaracena, José Riera y Eduardo Berisso. La meta final era llegar a Puerto Constanza, el camino se terminó el 12 de junio de 1933 y el viaje inaugural fue de siete horas. Pasarían más de cuarenta años para que Gualeguaychú saliera de su asilamiento definitivo tras la construcción del complejo vial Zárate-Brazo Largo en los años 70, un proyecto que también tuvo sus orígenes en nuestra ciudad, gracias a que Della Chiesa dio el primer paso y marcó el rumbo.
Cuántas críticas habrá recibido Alberto Bahillo, cuando en los años 60 decidió abrir una heladería y una fábrica de masas finas, en la Costanera. Aún faltarían dos décadas para que comenzáramos a diseñar políticas de Estado con el fin de desarrollar nuestra industria turística y comprender que nuestro paisaje ribereño era un enorme activo para el turismo.
El propio don Alberto recordaba en una nota que dio a EL ARGENTINO en septiembre del 2009, que “paseando un domingo por la Costanera observó que era una pena que ante semejante paisaje, la gente no anduviera paseando”. Contra toda lógica, sostuvo que si no andaba nadie, una heladería sería un atractivo para que ese lugar se convirtiera en un paseo público.
Otro soñador, Adolfo Dacal, tuvo la misma visión y en 1962 abrió su restaurante en la Costanera.
Gracias a estos dos empresarios hacedores, el Estado comenzó a invertir en infraestructura, y 50 años después tenemos una Costanera, que es la envidia de otras localidades entrerrianas.
Para ambos no fue fácil poder emprender, como empresarios Pymes soportaron todo tipo de crisis económica y tras la inundación de 1978, perdieron prácticamente todo y tuvieron que comenzar de nuevo. Así es el espíritu emprendedor.
Gracias a su ímpetu hoy decenas de gualeguaychuenses encontraron un empleo en los distintos espacios gastronómicos que fueron surgiendo en la Costanera a lo largo de los años.
Empresarios que
trascendieron las fronteras
En 1959, Rufino Pablo Baggio, fundó una empresa que perdura hasta hoy y genera más de 500 puestos de trabajo directos en la ciudad y más de mil en distintas partes del país.
Al principio la actividad se centraba en la elaboración y comercialización de vinos, luego se sumó la de jugos de frutas. El desarrollo de los diversos mercados y canales de comercialización del país, obligó a la empresa a un permanente crecimiento, hasta localizar, en el año 1983 su primera planta productiva en el Parque Industrial.
Hoy la empresa es manejada por sus hijos y exporta a más de 70 países constituyéndose en una de las firmas del rubro alimenticio más grande de América Latina.
Fue un día de 1973, cuando Alejandro Hermann abrió su taller de reparaciones de elásticos y carrocerías. En aquellos tiempos, no existía el desarrollo de la agricultura argentina que se dio a fines de la década de los 90. El fuerte para emprendedores como é, era la construcción, el encarrozado de vehículos medianos de reparto y jaulas para haciendas cuya actividad era próspera con el Frigorífico Gualeguaychú.
Poco a poco sus hijos Jorge, Hugo y Juan se sumaron al taller para aprender el oficio bien desde abajo, hasta el más minúsculo detalle.
En 1978, se fabricó la primera carrocería metálica y para el año 2000, la empresa familiar había crecido tanto, que a fines de la década de los 90 tuvo que iniciar su más ambicioso proyecto, de construir una moderna planta industrial, 17 años después cuenta con una capacidad de producción de nueve acoplados por día, emplea a más de 200 personas, es una empresa líder en innovación con sus más de 22 prototipos de acoplados, semirremolques, el bitren y carrocerías, que hoy circulan en las rutas de cinco países de América Latina al contar con las normas ISO9000 de calidad internacional. Otros hermanos emprendedores, decidieron unirse para formar una empresa de servicio de encomiendas en 1993.
La empresa Mostto está integrada por los hermanos Luis, Eduardo, Daniel y Julio.
Son parte de una familia con una historia de transportistas, que tiene sus comienzos por los años 40, cuando don Julio Mostto, con un viejo camión Chevrolet, viajaba a Buenos Aires en busca de cerveza y otros tipos de insumos. Salía de Gualeguaychú el domingo a la tarde, para llegar el lunes a la madrugada a la balsa y hacer la cola en Puerto Constanza. Llegar a destino le llevaba un día y medio para poder cargar, y otro día y medio para regresar.
Sus hijos, hoy se convirtieron en uno de los mayores empresarios en la provincia en el rubro de transporte de cargas generales. Siempre admiraron el sacrificio de su padre y esa cultura de trabajo que les transmitió desde niño, fue así que no titubearon cuando en 1993 decidieron formar su propia empresa.
A la pequeña flota de camiones Mercedes 1114 de entonces se sumó un Fiat IVECO, un vehículo de transporte de cargas liviano que llevaba el nombre de la empresa, pensado para hacer un servicio rápido a Buenos Aires que iba y venía hasta dos veces en el día.
Esto era como una ilusión óptica para sus clientes, dado que si bien para entonces sólo contaban con tres vehículos, parecía que la empresa tenía una gran flota porque el IVECO andaba todo el día sin parar y entre los hermanos se turnaban para que la encomienda siempre llegara a destino.
Hoy esta empresa emplea cientos de personas en nuestra ciudad y en las diferentes localidades de Entre Ríos y Buenos Aires donde cuentan con un depósito, y ahora piensan en hacer una millonaria inversión en el Parque Industrial para construir una terminal logística moderna, para seguir generando empleo y apostar a su ciudad, como en los años ´40 lo hacía su padre don Julio Mostto.
A lo largo de los años, Alberto Bahillo, Adolfo Dacal, Rufino Baggio, Alejandro Hermann y Julio Mostto, fueron odiados, criticados y elogiados, pero dejaron su legado a las nuevas generaciones, cambiando su entorno y haciendo que en esta ciudad haya mayores oportunidades laborales para las nuevas generaciones.
Necesitamos más de estos hombres y nuestro desarrollo y promoción industrial debe estar apuntado a apoyar programas como el Club de Emprendedores que desde el año pasado funciona en el Parque Industrial.
Pero para que una nueva generación de empresarios sea exitosa, también debe construirse un país con libertad económica como en el siglo XIX lo pensó Juan Bautista Alberdi.
La libertad económica no es más quelas libertades personales de poder emprender, adquirir bienes y venderlos, trabajar, contratar, despedir, tener propiedad sin que esta sea amenazada, libertad de competencia, ausencia de privilegios arbitrarios y entregados a grupos de interés, moneda estable, impuestos moderados, gobierno limitado y regulaciones razonables.
Son todos elementos de la libertad económica que el populismo siempre buscó destruir en nuestro país y en América Latina, sumiendo en el atraso y la pobreza a millones de personas.
POR DIEGO ELGART
EL ARGENTINO
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