Por sus primeros 200 años de vida
La Patria late con la fiesta popular
Humo y barro. Dos elementos naturales que fueron protagonistas en la jornada de ayer en el Corsódromo local, donde se vivió una verdadera celebración: la fiesta popular por el Bicentenario de la Patria.
Más de 75 mil almas se movilizaron hasta el predio de la Vieja Estación, escenario ideal que resume, si se quiere, estos 200 años de una rica pero convulsionada historia. Es que el Ferrocarril expresa como ninguno esa síntesis de lo rural y lo urbano que han marcado a fuego a una joven o vieja Nación, según el prisma con el que se la observe.
Por ello, el predio que todos los años recibe a la mayor fiesta a cielo abierto del país, esta vez se vistió de gala con el celeste y el blanco de la Patria para dar un marco inigualable a una jornada histórica.
Fue, como ya se dijo, el espacio y el momento indicado para la manifestación de la cultura y el quehacer populares. Ahora bien, resta definir qué es lo popular. Pregunta de respuesta compleja pero que de algún modo fue contestada por los miles de vecinos y visitantes que se dieron cita en torno a la Vieja Estación, sin importar su condición social, su credo religioso, su creencia política, su forma de vestir, de gesticular, de obrar y de sentir.
Tan dificultoso como hallar una respuesta al concepto de Patria, dado que hay tantas patrias como ciudadanos dieron el presente en un escenario que ayer recreó como nunca antes en su historia la atmósfera revolucionaria de 1810. Es necesario hacer una salvedad, hay millones de patrias como argentinos, pero todas desembocan en valores unificadores. En este contexto, Baldomero Fernández Moreno intuyó un concepto más que interesante: “Patria es la tierra donde se ha nacido/Patria es la tierra donde se ha vivido/ Patria es la palabra primera que pronunciamos/ y es la caricia postrer que recibimos…”.
La realidad nos da una definición menos ambiciosa de Patria, pero no menos cierta, la cual establece que más de 35 millones de argentinos pisamos un mismo suelo y hablamos el mismo idioma.
Pero hay otros condimentos que revelan que los argentinos tratamos el mismo asunto, y que ayer fueron sazonados en la “fiesta de y para todos”: el inigualable sabor de la empanada de carne; el mate amargo que llevó cada una de las familias; el humo que se colaba en cada uno de los rincones llevando y trayendo el aroma particular de una de las mejores carnes del mundo; el Pericón que, como en un ritual, desplegaron más de 3.000 parejas; el candombe, que concluyó en un paso descontrolado de los adolescentes, generalizado; el sapucay que se multiplicaba con cada acorde de uno de los ritmos litoraleños por excelencia: el chamamé; el ritmo del dos por cuatro, que con precisión ejecutaron los alumnos del instituto José María Bértora. Todos esos elementos constituyen una síntesis de lo popular como elemento privilegiado en la conformación de una Patria que desde ayer celebra sus primeros 200 años.
Todo en medio de pulperías, casitas coloniales y cabildos erigidos merced a la fuerza arrolladora de los padres y alumnos de instituciones educativas de una comunidad que ha basado su evolución y crecimiento en los sueños y las batallas colectivas. Cualquier semejanza con los agitados días de mayo de 1810 no es producto de la casuística.
Cuando comenzaba a caer el sol, ya habían pasado los discursos de rigor del intendente, los desfiles militares y algunos de los números artísticos preparados por los colegios, para dar paso al festival artístico y cultural. Como a lo largo de todo el país y como suele suceder en todo acontecimiento de corte popular, el entusiasmo por los festejos mutó en algarabía y erosionó con la irrupción de los ritmos tropicales, también impregnados en la memoria cultural de una típica ciudad del interior.
El festejo que obliga
Pero conmemorar no sólo es celebración. Los festejos por los 200 años generan, además, un compromiso que deberá comenzar a plasmarse durante el resto de los días del Bicentenario. Tras los acontecimientos de 1810 fue ardua la tarea para conformar ese colectivo que hoy denominamos la Argentina. La fiesta pasó y ahora debe llegar un momento de reflexión, tanto de gobernantes como de ciudadanos. Los primeros para terminar de construir la unión nacional y los segundos para asumir obligaciones y defender los intereses sagrados de la Patria. Sólo mediante el acceso y la participación real en la toma de decisiones se puede llegar a edificar un proyecto de Nación.
Con la puesta del sol, una suave brisa desembarcó en el Corsódromo y acompañó los últimos instantes de la auténtica fiesta popular. Fue el testigo circunstancial de un momento privilegiado para la transmisión de valores entre pobladores de una villa pacífica pero que batalla por sus ideales.
Como la lluvia y los vientos de mayo de hace 200 años, la brisa se llevará para preservar el legado de este 2010, esa memoria histórica impregnada en el corazón y el alma del pueblo y que se proyecta al horizonte de una Patria joven o vieja, siempre desde el prisma con el que se la mire.
Por ello, el predio que todos los años recibe a la mayor fiesta a cielo abierto del país, esta vez se vistió de gala con el celeste y el blanco de la Patria para dar un marco inigualable a una jornada histórica.
Fue, como ya se dijo, el espacio y el momento indicado para la manifestación de la cultura y el quehacer populares. Ahora bien, resta definir qué es lo popular. Pregunta de respuesta compleja pero que de algún modo fue contestada por los miles de vecinos y visitantes que se dieron cita en torno a la Vieja Estación, sin importar su condición social, su credo religioso, su creencia política, su forma de vestir, de gesticular, de obrar y de sentir.
Tan dificultoso como hallar una respuesta al concepto de Patria, dado que hay tantas patrias como ciudadanos dieron el presente en un escenario que ayer recreó como nunca antes en su historia la atmósfera revolucionaria de 1810. Es necesario hacer una salvedad, hay millones de patrias como argentinos, pero todas desembocan en valores unificadores. En este contexto, Baldomero Fernández Moreno intuyó un concepto más que interesante: “Patria es la tierra donde se ha nacido/Patria es la tierra donde se ha vivido/ Patria es la palabra primera que pronunciamos/ y es la caricia postrer que recibimos…”.
La realidad nos da una definición menos ambiciosa de Patria, pero no menos cierta, la cual establece que más de 35 millones de argentinos pisamos un mismo suelo y hablamos el mismo idioma.
Pero hay otros condimentos que revelan que los argentinos tratamos el mismo asunto, y que ayer fueron sazonados en la “fiesta de y para todos”: el inigualable sabor de la empanada de carne; el mate amargo que llevó cada una de las familias; el humo que se colaba en cada uno de los rincones llevando y trayendo el aroma particular de una de las mejores carnes del mundo; el Pericón que, como en un ritual, desplegaron más de 3.000 parejas; el candombe, que concluyó en un paso descontrolado de los adolescentes, generalizado; el sapucay que se multiplicaba con cada acorde de uno de los ritmos litoraleños por excelencia: el chamamé; el ritmo del dos por cuatro, que con precisión ejecutaron los alumnos del instituto José María Bértora. Todos esos elementos constituyen una síntesis de lo popular como elemento privilegiado en la conformación de una Patria que desde ayer celebra sus primeros 200 años.
Todo en medio de pulperías, casitas coloniales y cabildos erigidos merced a la fuerza arrolladora de los padres y alumnos de instituciones educativas de una comunidad que ha basado su evolución y crecimiento en los sueños y las batallas colectivas. Cualquier semejanza con los agitados días de mayo de 1810 no es producto de la casuística.
Cuando comenzaba a caer el sol, ya habían pasado los discursos de rigor del intendente, los desfiles militares y algunos de los números artísticos preparados por los colegios, para dar paso al festival artístico y cultural. Como a lo largo de todo el país y como suele suceder en todo acontecimiento de corte popular, el entusiasmo por los festejos mutó en algarabía y erosionó con la irrupción de los ritmos tropicales, también impregnados en la memoria cultural de una típica ciudad del interior.
El festejo que obliga
Pero conmemorar no sólo es celebración. Los festejos por los 200 años generan, además, un compromiso que deberá comenzar a plasmarse durante el resto de los días del Bicentenario. Tras los acontecimientos de 1810 fue ardua la tarea para conformar ese colectivo que hoy denominamos la Argentina. La fiesta pasó y ahora debe llegar un momento de reflexión, tanto de gobernantes como de ciudadanos. Los primeros para terminar de construir la unión nacional y los segundos para asumir obligaciones y defender los intereses sagrados de la Patria. Sólo mediante el acceso y la participación real en la toma de decisiones se puede llegar a edificar un proyecto de Nación.
Con la puesta del sol, una suave brisa desembarcó en el Corsódromo y acompañó los últimos instantes de la auténtica fiesta popular. Fue el testigo circunstancial de un momento privilegiado para la transmisión de valores entre pobladores de una villa pacífica pero que batalla por sus ideales.
Como la lluvia y los vientos de mayo de hace 200 años, la brisa se llevará para preservar el legado de este 2010, esa memoria histórica impregnada en el corazón y el alma del pueblo y que se proyecta al horizonte de una Patria joven o vieja, siempre desde el prisma con el que se la mire.
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