La antigua terminal de ómnibus, cuando la historia late al ritmo de la modernidad
La modernidad avanza, pero esta vez no ocultará los recuerdos ni la esencia de un pueblo. Esta vez, la renovación es un rejuvenecimiento, es un respeto a esa partecita nuestra que vive dentro de cada rinconcito de la ciudad.
Hace muchos, muchos años, caminábamos bien temprano los domingos por la calle San Martín, mientras el incipiente sol matinal comenzaba a encandilarnos. Al llegar a calle Chalup, doblábamos hacia la derecha. Éramos dos o tres adolescentes que, previo a volver a casa de Bárbaro, la catedral de los boliches por aquel entonces, queríamos comer algo y tomar un café, elementos estos, indispensables para borrar rastros de agotamiento y alguna que otra ingesta liquida de esa noche.
“Se le da salida al coche ubicado en la plataforma número dos, empresa Ciudad de Gualeguaychú, con destino a Concepción de Uruguay, Colón, San José, Concordia y Chajarí de la hora…” se sentía algunas veces al acercarnos al bar de la terminal de ómnibus, el oasis tan buscado en ese amanecer de domingo.
Por aquellos años, en ese mismo edificio, convivían los sueños de un largo viaje en los “modernos” ómnibus doble camello y la posibilidad de la tan anhelada visita a un familiar que se encontraba en una ciudad distante, con ventas en el Mercado interno de la terminal o la tan ansiada barra de hielo que se vendía en sus cámaras frigoríficas.
Ese imponente edificio que albergaba tantos sueños de viajeros, ubicado en un sector cercano al centro de la ciudad, comenzaba a inquietar a medida que la modernidad se vislumbraba rápidamente en el tamaño de los micros de larga distancia que empezaban a reemplazar a los más antiguos.
Una construcción que iba quedando chica, en superficie y altura, para una ciudad que crecía a pasos agigantados. Gualeguaychú progresaba demográficamente de forma geométrica, incluso los hoteles que daban marco a la llegada de familias y turistas alrededor de esta suma de pequeñas dársenas de llegada, iban siendo insuficientes para un pueblo que despegaba. El progreso suele ser cruel muchas veces, y como si fuera un suave viento, ir apagando lentamente las pequeñas llamas de los recuerdos y lugares comunes.
Cada uno de esos lugares de tradición ciudadana, cada uno de esos sitios con fragancia a nuestro pueblo que estaban encerrados por esas cuatro calles, fueron desapareciendo. Las voces de nuestros compañeros del municipio, que anunciaban partidas y llegadas de micros, se fueron silenciando, el aroma del café que preparaba Enrique, uno de los mejores de aquella época, se fue perdiendo. Ya no se escucha la oferta de sábalos o bagres del puesto, ya no podemos ver salir por la canaleta, el trozo de hielo que luego nos llevaríamos a una fiesta.
“La modernidad duele” me decía un amigo, contaba que se iban perdiendo cosas, costumbres, tradiciones, que, si no se guardaban fuertemente, tendían a desaparecer poco a poco, culminaban escondidas en un viejo rincón de algún baúl o en el recuerdo de una abuela.
Los años pasaron, la ciudad no detuvo su crecimiento constante, mientras la antigua terminal se llenaba de actividades silenciosas, nunca dejo de vivir, nunca murió ese viejo edificio, decenas de personas continuaron recorriendo sus laberintos y habitando sus oficinas, pero ya no era lo mismo, ni para el barrio ni para nosotros que envejecíamos al ritmo que la ciudad prosperaba.
Y un día llegó la decisión de ayudarla a brillar nuevamente, de sacarla del ostracismo oficinesco para devolverle a la comunidad algo que una gran parte añoraba y otra parte desconocía. Había que revivir a nuestra terminal antigua, si, así le decimos todos y no por desprecio, sino con un inmenso respeto.
El planteo es ambicioso, hoy está en un lugar neurálgico de nuestra ciudad, no pude desentonar con el Mercado Munilla o con el Paseo del Frigorífico, tiene que ser algo moderno, pero a la vez conservar su esencia, seguir siendo ese símbolo del “barrio de la terminal” por más que hoy en día, los grandes micros no puedan ingresar a las angostas calles del centro de la ciudad.
Ahí nomás, a pisitos del centro, vamos a disfrutar de un nuevo espacio público de calidad, un centro cívico cultural y comercial, más de 2700 m2 ubicados a unos cuantos metros de la zona bancaria y del microcentro de la ciudad.
Dentro de poco, estaremos frente a un modernizado edificio de hermosas columnas, con su ondulado echo que cubrirá más de 1600 metros cuadrados. Podremos disfrutar de lugares para paseos al aire libre, un nuevo espacio de encuentro y recreación en pleno centro, dentro de él, negocios de artesanías y otros productos, convivirán con locales gastronómicos y pequeños locales centrales en un amplio corredor.
La modernidad avanza, pero esta vez no ocultará los recuerdos ni la esencia de un pueblo. Esta vez, la renovación es un rejuvenecimiento, es un respeto a esa partecita nuestra que vive dentro de cada rinconcito de la ciudad. Nadie podrá contradecirnos, si en familia, con amigos o en soledad, dentro de un tiempo, recorremos un hermoso y flamante edificio, pero encontrando en su gastronomía, el hasta ahora inigualable aroma del café de Dulche y Benítez, en los platos los sabores del pescado de río del viejo mercado o en vez de la música ambiental el recordado “Se le da salida al coche ubicado en la plataforma número dos, empresa Ciudad de Gualeguaychú, con destino a Concepción de Uruguay, Colón, San José, Concordia y Chajarí de la hora catorce…”.
Porque justamente eso es lo lindo, no ver y disfrutar de un nuevo espacio, sino apropiarse de un espacio público recuperado, casi olvidado en un rincón de la ciudad, pero que se mantuvo vivo hasta hoy con la esperanza de renacer sin perder su naturaleza, viendo pasar algunas generaciones, pero con la esperanza latente de convertirse en una nueva ave Fénix de nuestra ciudad, algo que hoy se está concretando.
Esos mismos lugares, hoy reinventados, redescubiertos, son los que acunaban sueños de pescadores, verduleros, puesteros, expendedores de hielo o empleados de una boletería de ómnibus. Los mismos sueños reversionados, de quienes hoy apuesten a cada uno de los emprendimientos que nos recibirán en el paseo de la antigua terminal. ¿por qué no creer en la fortaleza de esas mismas esperanzas, quimeras y utopías de aquella época? ¿Por qué no apostar a los sueños nuevamente? ¿Por qué no soñar como comunidad fortalecida por nuestras historias? No se recupera un espacio físico solamente, también se le da vida nuevamente a un espacio social, cultural, de encuentro comunitario, der la memoria de un pueblo que ama su historia.
No perdamos la oportunidad, apropiémonos de este otro pedacito de nuestra ciudad cargado de historia, de nosotros depende volver a darle vida como lo hicimos con el frigorífico o el Munilla o la antigua estación de trenes, si así no lo hacemos, todos los recuerdos que allí se guardan, seguirán escondidos en un viejo arcón, allá abajo, donde nadie los ve, donde nadie los disfruta.
Fuente: La Revista Visión Municipal - Edición Agosto 2023 - Dirección de Personal.