GLIFOSATO
Estela Lemes: el veneno en carne propia
Estela Lemes es una docente rural jubilada. Por muchos años, fumigaron a metros de donde ella daba clases a sus alumnos. Hoy, con la derogación de la ordenanza que prohibía el glifosato en nuestra ciudad y con la aprobación de la Ley de “Buenas Prácticas Agrícolas”, parece que casos como el de ella quedan invisibilizados.
Por Isidro Alazard
Este viernes, un día después de que la Cámara de Diputados haya aprobado la Ley de “Buenas Prácticas Agrícolas”, que disminuye a 15 metros la distancia permitida para fumigar en la cercanía de escuelas rurales (entre otras cosas), el Honorable Concejo Deliberante derogó la ordenanza que prohibía el Glifosato en el ejido Gualeguaychú.
“Se siente impotencia que fumiguen, no solo a metros de mí, sino de mis alumnos de la escuela. Sentir que somos ciudadanos de segunda, que nadie nos protege, que no importamos” expresó Estela Lemes, quien fue docente rural y vivió en carne propia lo que es ser fumigada. ¿Cuáles son las consecuencias de un contacto tan cercano de este tipo de herbicida? ¿Cómo afecta a las personas?
Exposición al veneno
“Las ‘buenas prácticas agrícolas’ no existen, perjudican a la gente que vive en la ruralidad y beneficia al agronegocio, lo mismo que al RIGI. Estamos ante una ley a la cual no le importa la salud de las personas ni del ambiente”, comenzó a explicar Estela, quien trabajó30 años en zonas rurales: 7 años en Villa Paranacito y, luego, 23 años como maestra y directora de la Escuela 66 ’Bartolito Mitre’.
“Está comprobado que en las fumigaciones, la deriva lleva el veneno a distancias increíbles. Se contamina el aire, el agua, el suelo y las personas que vivimos en la ruralidad nos vemos mucho más afectadas que los demás. Ataca todo lo que es la parte respiratoria, de piel y que es altamente cancerígeno. Va más allá de las discusiones respecto a si el glifosato es productor de cáncer o no, se puede comprobar lo que pasa en la realidad: cualquier veneno que vos apliques son perjudiciales a la salud”, declaró la maestra a EL ARGENTINO.
La nueva Ley establece para la aplicación de productos herbicidas como el glifosato una distancia mínima a las escuelas rurales de 500 metros para la fumigación aérea (150 metros menos que lo que dicta el Decreto 2239/19); de 200 metros para las viviendas (ya sean rurales o urbanas, habitadas de manera estable); y de 100 metros respecto a los cursos de agua permanentes, áreas naturales protegidas, granjas avícolas y apiarios. La distancia se reduce si las aplicaciones son con “mosquitos”. De las escuelas, a 150 metros; de las viviendas, 100 metros; de los cursos de agua, 50 metros.
También se reglamenta la aplicación con drones, que deben cumplir las mismas distancias que quienes fumigan con mochila, las cuales son a 15 metros de escuelas rurales, 10 de viviendas y sólo a 5 de los ríos. El decreto anterior(2239/19) no permitía el acercamiento de mochilas pulverizadoras a menos de 250 metros de las escuelas y la Ley de Plaguicidas, a 100 metros de cursos de agua permanentes.
A estas distancias tan cercanas hay que agregarle una característica de la aplicación en todas estas modalidades: la deriva. Cuando se rocía el veneno, no cae sólo donde está siendo aplicado, sino que vuela (ni siquiera es necesario que haya viento) y puede llegar mucho más lejos que las zonas destinadas a la agricultura. Es así como el veneno se esparce en muchos más lugares que los deseados.
En carne propia
Lemes nos describió sus vivencias, algo que habla sin tapujos, como una manera de que otras personas no vivan lo que ella vivió (y vive a diario): “los más perjudicados somos quienes vivimos en la ruralidad, los niños, los maestros y alumnos de escuelas rurales, pero también están afectando a la gente que vive en la ciudad porque consume alimentos que están contaminados y la experiencia que tengo yo es haber durante años, haber sido fumigado el lugar donde vivía, la escuela donde trabajaba y que eso afectó mucho mi salud”.
“Hasta el día de hoy yo sigo afectada, tengo una neuropatía aguda debido al veneno que tengo en mi organismo. Mi parte neuronal y muscular fue involucrada; con medicación y un tratamiento adecuado hemos frenado el deterioro, pero no se va. Lo que afectó está afectado y mi cuerpo quedará así”.
Antes de saber qué era lo que le ocurría en el cuerpo, Estela fue invitada a una charla en un recinto de la Cámara de Diputados de la Nación con algunos otros maestros rurales de todo el país, aquellos que habían sufrido fumigaciones. Fue en ese momento en que le ofrecieron hacerle análisis específicos, que se hacen solamente en Fares Taie (laboratorio de Mar del Plata)y determinan si una persona posee agroquímicos en el cuerpo.
“20 días después de los análisis me comunican que tengo presencia de clorpirifosetil, que es un insecticida muy potente. Al año siguiente (porque estos estudios no son tan simples de conseguir) llegaron los reactivos para hacer en orina el análisis de glifosato, cuyos resultados dieron positivo. Me trataron en el Hospital Fernández durante mucho tiempo, y luego me derivaron al CENER, en Galarza, para hacer un trabajo más intensivo, y fue allí que hice mi recuperación. Cada tanto voy, el doctor me hace estudios y vemos cómo marcha todo esto”, contó Lemes a EL ARGENTINO.
Ante la pregunta sobre la experiencia de otras personas, ella comentó otros casos, pero la mayoría deciden no hacerlo público. “No se animan a la exposición, o lo transitan de otra manera. Pero la realidad es que se siente una gran impotencia que fumiguen, no solo a metros de mí, sino de mis alumnos de la escuela. Sentir que somos ciudadanos de segunda, que nadie nos protege, que no importamos”, concluyó.