VA DE LIBROS
El pueblo contra la democracia
Pasadas las dos grandes guerras mundiales se asumió que en los países ricos con elecciones libres y justas la democracia duraría para siempre. Ya no. El futurono está asegurado para nadie ni en ningún lugar.
Por Yanina Welp
No habrá fin de la historia a lo fukuyama. Un segundo supuesto que hace agua refiere a la relación entre liberalismo y democracia: los derechos individuales y la voluntad popular parecían ir de la mano en una relación indisoluble. La tensión entre ambos es cada vez mayor, con divorcio inminente en algunos casos. Ésto no sólo se produce por la emergencia de liderazgos populistas, aunque estos hagan su contribución. Para ellos, al menos en la retórica, la voluntad del pueblo debe adquirir centralidad y ninguna institución independiente debería limitarla, de ahí que promocionen una democracia liberal. Claro, la voluntad popular la encarna el líder populista. Es su poder el que no debe tener contrapesos. Esta es una visión predominante pero tiene una contracara menos considerada, de la que también se ocupa el libro que reseñamos hoy.
En El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla, Yascha Mounk (Paidós 218, séptima edición 2023) se ocupa de los populismos pero también de su contracara, la evolución de procesos e instituciones que ha provocado como efecto no previsto la pérdida de poder e influencia de la ciudadanía.
El libro está estructurado en tres partes. La primera plantea las características de la crisis de la democracia liberal, la segunda analiza sus orígenes y la tercera los remedios. En cuanto a la crisis, el autor señala que puede haber democracia sin derechos y liberalismo sin democracia. Esto ocurre cuando la legitimidad popular se decanta por liderazgos populistas que atentan contra las libertades fundamentales y los derechos de las minorías. Su contracara: “Los poderosos están cada vez menos dispuestos a ceder ante la opiniones del pueblo. Como consecuencia, el liberalismo y la democracia, los dos elementos nucleares de nuestro sistema político, están empezando a entrar en conflicto mutuo” (p.21) El liberalismo sin democracia se observa cuando el sistema político está “tan sesgado a favor de la élite que las elecciones rara vez sirven para traducir las opiniones populares en decisiones efectivas sobre políticas públicas”. (p.34)
De forma muy convincente y aportando datos para Estados Unidos, el autor señala que las élites políticas se han distanciado cada vez más de sus representados. Esta distancia es física y social y tiene varias fuentes. Una destacada es la importancia del dinero, en general, y en las campañas electorales en particular (p.84 y ss). En Estados Unidos los políticos necesitan el apoyo de los ricos para sus campañas, así se acostumbran a codearse con ellos y quedan formal o informalmente vinculados a sus demandas.
La otra cuestión que conduce a la pérdida de poder e influencia de la ciudadanía refiere a que cada vez existen más instituciones a nivel nacional e internacional que marcan la agenda y reducen el espacio para la toma de decisiones democráticamente . Esto no responde a una conspiración de las élites sino a una evolución de las instituciones – organismos supranacionales en el caso de países de la Unión Europea, normativas internacionales, creación de instituciones independientes de control, etc. – pero su resultado es claro: “cuántas más áreas de decisión y acción política se han sustraído a la disputa y la confrontación populares, más dramáticamente se ha restringido la capacidad de influencia del pueblo en la política” (p. 66)
En un marco de creciente desencanto y descontento de la ciudadanía, las reglas y normas de convivencia son cada vez más débiles. Una clave aquí la aporta el teórico político y antiguo líder del Partido Liberal canadiense, Michael Ignatieff: “para que las democracias funcionen, los políticos tienen que respetar la diferencia entre un enemigo y un adversario. Un adversario es alguien a quien quieres derrotar. Un enemigo es alguien a quien tienes que destruir” (citado en pg. 119).
¿A qué obedecen estas transformaciones y el consecuente desenganche de la ciudadanía? Mounk identifica tres causas que confluyen en volver más inestable un mundo que antaño era estable: el auge de las redes sociales, el estancamiento de los niveles de vida y el pasaje de sociedades monoétnicas o bajo el dominio de un único grupo étnico a sociedades complejas y multiétnicas. El libro se ocupa de analizar estos factores en democracias occidentales de países ricos (no perder de vista este punto). En el pasado, los medios de comunicación operaban como un filtro del debate evitando que entraran opiniones extremas mientras generaban adhesión a un núcleo de valores compartidos. Ahora las redes sociales contribuyen a propagar desinformación, apelan a las emociones y fragmentan las comunidades. El estancamiento económico explica que las nuevas generaciones ya no tengan la expectativa de vivir mejor que sus padres e incluso teman por su situación económica futura. La globalización y las migraciones generan incertidumbre y miedos atávicos. La última parte del libro, dedicada a los “remedios” (pg. 199 y ss) propone “domesticar el nacionalismo” evitando el nativismo y la xenofobia, arreglar la economía con un proyecto viable e inlcusivo y renovar la fe civica recuperando un patriotismo cívico.
El mayor mérito de la obra, en mi opinión, radica en poner el foco en los límites sistémicos que ha enfrentado la democracia liberal (y su tensión interna) en los países desarrollados de occidente. Sus argumentos no viajan tan bien a otros contextos en que esta tensión es originaria. Con contadas excepciones, en América Latina los sistemas políticos han sido excluyentes incluso en lugares en que había elecciones más o menos libres y competitivas mientras su contracara histórica ha sido el populismo iliberal (el primer peronismo – el de Perón– , como ejemplo clásico). Los causales de la crisis tampoco viajan bien. Las sociedades latinoamericanas han vivido ciclos de crecimiento y estancamiento económicos y golpes militares: ”la estabilidad de antaño” nunca existió y también aquí se produce un desencanto con la democracia, según muestran algunos indicadores. Una última crítica refiere a los remedios. Las tres recetas son genéricas y clásicas, no es fácil ver que puedan tener un éxito “reparador” en un mundo en cambio, inestable y polarizado en el que ellas mismas son el objeto de disputa.