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Entrevista a Gustavo Rivas

Entrevista a Gustavo Rivas

“La fuerza de los vecinos de Gualeguaychú se alimenta con el mejor espíritu de la condición humana y ese es su principal activo”  


Multifacético porque domina varias disciplinas y pasiones... pero fundamentalmente porque habla luego de pensar y piensa luego de leer, estudiar y observar. Así es Gustavo Rivas.
Su ficha documental dice que nació el 8 de junio de 1945, que es hijo de Andrés Ruderico Rivas y Lía Elsa Piaggio y es el segundo de cinco hermanos. Pero, ya se sabe, una vida humana es imposible de resumir y toda biografía es incompleta. Mucho más en una persona que tiene múltiples actividades relacionadas con el interés general y la búsqueda de la síntesis colectiva.
Por eso, en el diálogo que sigue, EL ARGENTINO le propuso abordar algunos aspectos del espíritu de los gualeguaychuenses, porque –como pocos- él ha sido un ferviente divulgador de la necesidad de no abandonar nunca los orígenes.
Gustavo Rivas recibió a EL ARGENTINO en la tarde noche del martes. Un departamento sobrio que da a calle Mitre, un mate cebado cuando la pausa de la respuesta lo permitía, y su perra Ludovica siguiendo cada movimiento con atención, fue el escenario donde se abordó –como diría el Cura Gaucho- la génesis de la gualeguaychucidad.
Memorioso, lector voraz, Rivas es un buceador de historias que no han ido a la escuela pero que las dice con la rigurosidad de quien se ha preocupado por documentarse ante cada dato. Y lo que es más importante, relaciona esos datos con el contexto de cada época. Quien lo escucha percibirá en seguida que es un crítico implacable y al mismo tiempo un recreador de la esperanza como motor de la historia.
Rivas cursó la primaria y la secundaria en la centenaria Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” (ENOVA). Y ostenta -como él mismo lo señala- “con mucho orgullo, el título de Maestro Normal Nacional de la promoción 1962”.
Dirá que a la Abogacía llegó por recomendación de su padre. “En realidad, mi vocación primigenia era la Medicina. Mi padre -que tenía cuarto grado de primaria- siempre tuvo interés en que tuviéramos un título universitario. Yo pensaba en Medicina aunque no la iba a ejercer, porque le había prometido a mi padre ayudarlo en su actividad comercial. Eso de tener un título y no ejercerlo pasó con mi hermano Guillermo, que es Contador pero sólo para darle el gusto a nuestro padre, porque nunca llegó a matricularse. Bueno, el asunto es que a los catorce años mi padre observó algunas características mías. Por ejemplo, era dirigente del Club Colegial de la ENOVA y hacía el periódico escolar. Estuve pese a esa edad, involucrado en una revuelta estudiantil que terminó derrocando a la directora y al vice de ese entonces; fue algo excepcional. Entonces un día mi padre me dijo que si me gustaba el periodismo, la política, y me iba a dedicar al comercio, tal vez me convenía Abogacía. Y así fue que antes de terminar la secundaria ya estaba decidido por esa carrera. Estudié en la Universidad de La Plata, me recibí en 1970 y regresé a Gualeguaychú con el título bajo el brazo”, reseña sus primeros años. Lo que sigue, es el recuerdo de una persona que tiene muchos motivos para estar agradecido y el pensamiento de un hombre que se desvela por interpretar todas las épocas.
 
-El regreso con el título de abogado habrá sido orgullo familiar…
-De alguna forma sí. Como premio por haberme recibido, mi padre me regaló mi primer viaje a Europa. Previamente había ido a Estados Unidos como becario, siendo estudiante. Viajar es otra de mis pasiones. Como anécdota recuerdo que cuando regresé de Estados Unidos, siendo muy jovencito, EL ARGENTINO me hizo una nota sobre esa experiencia.
 
-¿Cuándo toma conciencia de su relación con el río?
-De muy chico. Mi padre siempre; nacido en el barrio del puerto, estuvo relacionado con el río. Fue Presidente del Club Neptunia entre 1946 y1950. Así que éramos de concurrencia casi diaria al río. De muy chico ya había aprendido a nadar. En rigor, tuve dos maestros de natación: uno fue don Carlos Riera y el otro fue Miguel Ángel “Pichón” Ventura, a quien después de varios años -1963- acompañé en su raíd desde Fray Bentos con la lancha “Titán”. Pero ordenemos el relato. Como mi padre observó que el río nos apasionaba mucho, en 1960, compró la lancha –“Titán”- y yo me la apropié bastante. Cuando me recibí de Maestro Normal, don Ramón Marcel me ofreció “un regalo” como para “compartirlo” con mi padre: su velero a un muy buen precio. Finalmente nunca me entendí con las velas, que a mis hermanos les apasionaban. Ellos se quedaron con el velero “Landero” y con él se cansaron de ganar regatas. Y yo me quedé con la Titán. En 1978 compré un crucerito, luego otro igual con más motor. Más tarde pasé a uno de ocho metros y llegué a tener el Frenesí V, un crucero grande de 10,50 metros, que en su época era el más importante de la zona. Y lo terminé vendiendo en 1993.
 
-¿Nunca más tuvo embarcaciones?
-No. Pasaron casi veinte años y recién mañana (por el jueves) voy a buscar un nuevo crucero que se llamará “Juanicó” en homenaje a esa bella isla del río Uruguay, que tuvo su destacamento, su escuela y hoy está tan abandonada. Cuento esto y me voy acordando que mi padre tenía una embarcación de carga, el “Ana Catalina” con la que hacía viajes a esas islas para traer los llamados frutos del país (leña, principalmente) y los descargaba en el Puerto. Allí tenía también un acopio importante don Pablo Bendrich, casado con una hermana de mi padre y era propietario del “Gobernador Laurencena”, una embarcación muy ligada a nuestro río.
 
-Usted también fue un “Magnasco”. Uno de los pocos hombres que integró la comisión del Instituto…
-Así es. Fuimos un grupo de varones que en 1996 ingresamos al Instituto Magnasco, cuando cumplía 98 años. Fue algo atípico, porque como todos sabemos, es una entidad integrada por mujeres. Pero al cumplir 98 años hicieron esa apertura y así ingresamos: Cacho Gómez Cáttaneo, Rodolfo Guastavino, Mario Fischer y yo. Siempre he sentido una profunda admiración por Osvaldo Magnasco y por el Instituto que lleva su nombre. Cuando tengo que guiar una excusión en la ciudad, les hablo mucho del Magnasco porque considero que es un espacio emblemático, patrimonio de la ciudad y un faro cultural en la Provincia. Cada vez que voy, descubro cosas nuevas.
 
-Es evidente que usted es multifacético por su relación con el río, con la cultura, con los hechos de la historia, con la política, con el periodismo, con la educación, con expresiones artísticas y la lista no se agota… Pero con una aclaración: no es un pedacito de cada cosa, sino un ser íntegro en cada actuación…
-Le agradezco. Y a riesgo de una inmodestia, reconozco que no debe ser común encontrar alguien que pueda sentirse igualmente cómodo en el Instituto Magnasco, o compartiendo una velada en el Club Recreo, o actuando de jurado en los entierros del Carnaval de los Corsos Populares Matecito, presenciando un match de boxeo, o en el campo, o en la ciudad. Converso con ricos y pobres, cultos e incultos, jóvenes, medianos o viejos y con todos me siento bien. En política, fui candidato a intendente, a gobernador, a diputado nacional, pero sólo llegué concejal.
 
-Se puede decir que la res pública es una pasión que lo sintetiza…
-Sí. Y me da pie para volver sobre un pensamiento. En materia política me siento ante todo, un republicano. Y creo que el concepto de República es más importante que el de Democracia. Una democracia sin república es una caricatura. Por eso lo esencial es la República.
 
-Si hay algo que llama la atención de Gualeguaychú es su calidad institucional y comunitaria…
-Es una característica muy clara. Su nivel de organización comunitaria es un piso de exigencia para muchas otras localidades entrerrianas, e incluso del país.
 
-¿A qué se debe esa característica?
-Gualeguaychú tiene algo que Marco Aurelio Rodríguez Otero definió con un gran poder de síntesis: Es madre de sus propias obras. Y es cierto; si comparamos las ciudades de referencia de la región sur, encontramos a Concepción del Uruguay que ha tenido su crecimiento debido en gran medida, al calor oficial. Gualeguay en cambio, ha tenido muy poco desarrollo. Y Gualeguaychú creció por el ímpetu de sus propios habitantes. Y eso nos viene de una semilla que data desde los propios orígenes de la ciudad. Cuando llega don Tomás Rocamora a fundar Gualeguaychú, en rigor viene a relocalizarla, no a fundarla en el modo clásico, pues se encuentra acá con habitantes que ya estaban y habían tenido que organizarse solos, a la buena de Dios, sin autoridad civil ni religiosa. Eso demuestra que en nuestro origen, los vecinos ya se habían acostumbrado a arreglárselas solos. Mucho tiempo después, aún cuando se institucionaliza la Provincia de Entre Ríos en 1814, la ciudad siempre se mantuvo aislada geográficamente por no tener otro acceso a Buenos Aires y a Montevideo que no fuera a través del río. Ese aislamiento explica en parte el espíritu indómito y luchador de sus habitantes.
 
-Los pueblos que viven aislados, generalmente, son huraños, toscos… diría que casi solitarios. Eso contradice a Gualeguaychú.
-Es cierto. Los pueblos que viven aislados son reacios a establecer relaciones sociales con el otro, máxime si ese otro es un extraño. Pero el gualeguaychuense siempre fue  distinto. Esta comunidad, aún viviendo aislada, era hospitalaria con el foráneo. Pero lo más notable porque no es no es común en pueblos aislados, es que a ello se agrega un notable espíritu de humor. Y ese humor no nace con el genio de Fray Mocho, sino que él se limita a describirnos cuando dice que a los gualeguaychuenses parece que siempre le están haciendo cosquillas porque tienen la risa a flor de labios. Y esa característica se ha mantenido nítida a lo largo del tiempo, hasta la actualidad.
 
-¿Podría dar ejemplos de ese Gualeguaychú empeñoso?
-Hay muchos y por todos conocidos. Los teatros, en la mayoría de las ciudades se construían con un gran aporte del Estado. Y aquí ocurrió al revés: se hizo con el peculio de los vecinos, que sintieron que el antiguo Teatro 1° de Mayo (que estaba ubicado donde luego fue mi casa paterna) quedaba chico y se propusieron construir uno más grande. Esos vecinos hicieron lo que en criollo decimos “una vaca” y construyeron un gran teatro que hoy integra nuestro patrimonio cultural e histórico. Con el Frigorífico ocurre otro tanto, aunque allí no estaban involucrados solamente los ganaderos de Gualeguaychú, sino de una zona amplia que abarcaba el resto de nuestra provincia, la de Santa Fe y sur de Córdoba. Ellos se sintieron perjudicados por las maniobras monopólicas del pool anglo-norteamericano de la industria frigorífica, que hizo eclosión en 1935 con las denuncias de Lisandro de la Torre. Y su característica como empresa, es que si bien en lo formal era una sociedad anónima, tenía alma y espíritu de cooperativa, porque nadie tenía el control del paquete accionario. Y en una asamblea que se realizó en junio de 1923, casualmente en el Teatro Gualeguaychú (levantado también por los propios vecinos), aquellos ganaderos, a diferencia de lo que pasa hoy, no salieron a cortar una ruta, sino que decidieron crear su propio Frigorífico que logró crecer y sobrevivir pese a las enormes presiones y maniobras monopólicas de entonces.
 
-Incluso esa empresa marcó de manera elogiosa el desarrollo en el campo social…
-Por supuesto. Fue una avanzada en la acción social e incorporaron a la mujer en un pie de igualdad con los hombres, cuando éstas ni siquiera tenían derechos civiles. La fábrica fue la simiente del barrio Pueblo Nuevo y su accionar educativo, cultural, deportivo, aún hoy es ejemplo de desarrollo integral.
 
-¿Se insertan aquellas obreras en ese protagonismo de la mujer en Gualeguaychú?
-Por supuesto y valoro que ahora el grupo Itén las haya rescatado. Volviendo al Instituto Magnasco, vemos una institución fundada por mujeres, en una época donde éstas quedaban relegadas a la cocina. Y ese esfuerzo lo hicieron Camila Nievas y Luisa Bugnone. No fue un hecho aislado, la Sociedad de Beneficencia funda el Hospital Centenario, la de la Caridad, el Asilo de Niñas. En tiempos más recientes Adela Brasesco andaba por las colonias fundando clubes rurales femeninos, y los ejemplos pueden multiplicarse de manera casi interminable, como el de Toto Irigoyen, Lucy Roca, Rochi de la Cruz, Sarina Majul y tantas otras. Por eso siempre hay que defender a nuestras mujeres, ellas fueron muy valiosas para el desarrollo y progreso de la ciudad.
 
--Le proponemos no agotar la lista y dar ejemplos de otros pioneros…
-Acepto. Podemos recordar a ese “santo loco”, una especie de Quijote que se llamó don David Della Chiesa quien se propuso vincular físicamente a Entre Ríos con Buenos Aires y así tenemos hoy la autopista que lleva su nombre y se extiende como columna vertebral del Mercosur. Él en 1928 se propuso llegar por tierra a Buenos Aires y lo hizo. Treinta años después, aparece otro grupo de locos soñadores –entre los que estaba mi padre- que se propuso tender los puentes que nos unieran definitivamente con Buenos Aires y el resto del país. Y como una continuidad histórica, también en el Teatro se hizo una asamblea en 1968 de la que salió la obra de Zárate-Brazo Largo. Y de otra asamblea, también en el Teatro, pero en 1993, salió la Autopista Mesopotámica. Podemos en este marco inscribir a la Corporación del Desarrollo y previo a esa experiencia, reconocer la pujanza de don Pedro Bachini –director de EL ARGENTINO- que sembró esa semilla con su proyecto de Asprogual.
 
-Usted referenció que en los tiempos fundacionales, la ciudad estaba aislada. En la década del ´70 la comunidad intuye que el Frigorífico llega a sus últimas horas, y lejos de quedarse con los brazos caídos, se organiza, funda y sueña con una Corporación del Desarrollo. En ambos casos hace de una debilidad una virtud.
-Esa es la fortaleza de la comunidad y trasunta el espíritu de los gualeguaychuenses: hacer de las debilidades una fortaleza. Y veamos el contexto, porque no es menor: En esa misma década se funda el Parque Industrial, hoy ejemplo a nivel nacional. Tres años más tarde –en 1977- se inaugura Brazo largo Zarate, pero un año antes de ese acontecimiento, se inauguraba el puente internacional. Y así Gualeguaychú saltó del aislamiento a una ubicación estratégica única y de privilegio, porque ahora está a dos horas del mayor centro poblado del país, a dos horas del segundo (Rosario) y a cuarenta kilómetros de la frontera.
 
-Por eso se entiende mejor que la Asamblea Ciudadana Ambiental no fue un movimiento espontáneo sino que responde a esa genética participativa y de defensa del interés general…
-Por supuesto, es así. En el tema ambiental creo que Gualeguaychú ha vuelto si se quiere, a sus orígenes fundacionales. Esto, en cuanto a que los gobiernos nos han dejado librados a la buena de Dios, como aquellos primeros habitantes. No nos defendieron desde el inicio, hubo muchas omisiones, concesiones y no hay apoyo real por parte del gobierno. Habrá que seguir la lucha, porque así somos los gualeguaychuenses, de no aflojar.
 
-Otro aspecto llamativo de Gualeguaychú es cómo se han integrado las diferentes colectividades. Matrimonios de origen árabe casados con judíos. Mientras allá hacen la guerra, aquí hacen el amor…
-Es cierto. De la comunidad sirio libanesa, siempre he destacado su gran capacidad de adaptación. Muchas colectividades vinieron y con justo derecho conservaron sus religiones de origen, lo que nos enriquece. Pero nuestra ciudad, con muchos sirios y libaneses, no tiene mezquitas porque ellos se asimilaron a nuestra religión; hoy muchos sacerdotes católicos tienen apellidos árabes. Es un ejemplo de integración para ser destacado. Y en este marco, quiero hacer un llamado para que la fiesta de las colectividades sea recuperada, porque alimenta el alma del pueblo además de generar recursos turísticos. Al igual que difundir el modo en que festejamos acá las fechas patrias. Del mismo modo, deberíamos recuperar el Abrazo Celeste y Blanco, un espacio formidable para el folclore que hoy sería tan oportuno y necesario. Y apuntalar el Desfile de Carrozas Estudiantiles, un semillero de artistas en casi todas las disciplinas.
 
-¿Qué otro espíritu destaca de Gualeguaychú?
-Hay uno que es concreto: su espíritu comunitario. Hay casi 400 organizaciones no gubernamentales y todas funcionan de manera vital. De hecho, muchos vecinos pertenecemos a varias entidades al mismo tiempo y eso alimenta una red social muy sólida. Hay que destacar también el rol de los clubes con sus escuelas. Debe ser la ciudad del país que más entidades educativas posee sostenidas por clubes, en relación a su cantidad de habitantes.
 
-Me gusta esto de Gualeguaychú madre de sus propias obras. Y está bien sentir orgullo por eso. ¿Pero cómo evitar el riesgo de no caer en el chauvinismo que genera un auto aislamiento?
-Es difícil. Siempre se vive con ese riesgo y justamente por la calidad de sus instituciones y sus vecinos, se evita caer en chauvinismo. No hay que encerrarse en sí mismo. Gualeguaychú ha mantenido el equilibrio y recordemos que su aislamiento, en vez de generar un pueblo hosco, dio un pueblo generoso, abierto y con gran sentido del humor. Hay que tener cuidado con este tema, que el orgullo no implique cerrarse a otras posibilidades. Se trata de un peligro potencial, aunque hasta ahora Gualeguaychú ha demostrado que sabe insertarse e integrarse al concierto provincial y nacional.
 
-Otro aspecto que distingue a Gualeguaychú es que ha tenido una generación del desprendimiento. Por ejemplo, Malvina Seguí y don Luis Clavarino, un matrimonio que no tuvo hijos, pero cuyas ambas donaciones permitieron educar a miles y miles de hijos…
-Los ejemplos son muchos. Agrego el de Saturnino Unzué, que donó el parque que lleva su nombre para solaz de los vecinos. ¿Quién lo haría en la actualidad? También el ejemplo de los ganaderos con el Frigorífico, arriesgando sus fortunas. Unzué me trae el recuerdo de José Roger Balet, un huérfano que llegó de España a Uruguay y de ahí a Bs. Aires donde arribó como pordiosero; luego llegó a fundar el Bazar Dos Mundos y se hizo un gran filántropo. Fundó 40 escuelas por todo el país. Unzué, salvando algunas diferencias, tenía ese espíritu y su obra se desparrama en Mar del Plata y muchos pueblos de la Pcia. de Bs. Aires. Esa generación del desprendimiento también se percibe en los gualeguaychuenses, las damas de la beneficencia donaban a la entidad fortunas inmensas. Es indudable que la fuerza de los vecinos de Gualeguaychú se alimenta con el mejor espíritu de la condición humana y ese es su principal activo.
 
Por Nahuel Maciel
Fotografías Ricardo Santellán
EL ARGENTINO ©

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