Entrevista a Alfredo Casella, baqueano del río
“El río está pidiendo un milagro y ese milagro debe venir de los hombres”
Alfredo Vicente Casella nació el 8 de febrero de 1953 en Gualeguaychú. Es considerado uno de los baqueanos del Río de los Pájaros, ese río Uruguay que al decir del poeta Aníbal Sampayo “es un cielo azul que viaja”.
Hijo de Bruno José Casella y de Clara Vidales, es el menor de cuatro hijos. Su infancia la pasó viendo cómo el campo molido llegaba protegido por bolsas a “La Barraca de Casella y González” que tenía su abuelo y su padre. “Era el lino, el mismo que vestía de color azul los campos”, recordará con más emoción que nostalgia.
Alfredo Casella tiene cinco hijos: Carolina, Agustín, Verónica, Pablo y Rita. Y cuando camina por las calles, los niños del pueblo lo saludan con mucho afecto porque recibieron de él alguna charla para amar mejor los dones que Dios derramó por esta región: las islas, los árboles, los animales… y ese río que siempre lo llama para cantar juntos.
Casella dialogó con EL ARGENTINO en la tarde noche del jueves. Lo hizo en la sala de Redacción y además de su predisposición trajo el sentimiento protector que la biodiversidad hoy está reclamando.
El río Uruguay avanza entre sauces y ceibales. El Río de los Pájaros baja dando de beber a pueblos y ciudades. Sus leyendas alimentan a los hombres y le dan un sentido de pertenencia. El río da de beber su propia memoria. Lo mismo que don Alfredo Vicente Casella, cuando enseña que “el río Uruguay es uno solo y es de todos”.
Este hombre curtido en soledades y navegaciones, reverencia al Río de los Pájaros, tal como lo nombraron los sabios guaraníes. En esta corriente líquida encuentra testimonio de eternidad.
Es que el río tiene un andar que no cesa. El río camina como si estuviera sediento de vida. Sortea el veneno de los agrotóxicos, elude las lluvias ácidas, se paraliza con el desmonte y se subleva frente a la mole humeante de muerte de la pastera Botnia. El río avanza pidiendo en medio de este holocausto… un milagro. Así lo dice Casella: “Por formación soy un hombre de esperanzas… pero el río está pidiendo un milagro… y ese milagro debe venir de los hombres”.
El río es un peregrino que sabe que no tiene regreso: he ahí su fe. Y en esto, este baqueano del río tiene la suya, acunada en las enseñanzas de las monjitas de la Villa Malvina. “Con ellas aprendí el latín para ayudar en la Misa, pero fundamentalmente aprendí a administrarme en la vida”, dirá con los ojos húmedos de agradecimiento y ternura.
Destino fluvial, con camalotes e islas como escoltas. El río sólo revela y rebela lo inesperado. Esa es su maravilla. El Río de los Pájaros altera la existencia para darle a la vida su esencia. Y para comprender este rumbo fluvial, para percibir los azahares de la esencia de la vida, es necesario que uno mismo tome el timón con las dos manos (el corazón y el alma) y vire su destino. Así fue la vida de don Alfredo. “Gracias a las enseñanzas de la señorita María Inés Elizalde, que nos daba Botánica, aprendí a amar la naturaleza y me cambió la vida. Acepté ese cambio sabiendo que empezaba un nuevo rumbo”.
Sueños y anhelos son los pasos que llevaron a Alfredo hasta este río. Es un ser en movimiento, apenas un golpe de luz en medio de la historia. Apenas un nocturno de río. “Cuando trabajaba en la Petro Rivas, ellos me enseñaron a navegar y con eso me dieron algo que es eterno: amar el río”, así se expresa Casella, esta vez con un corazón al galope por la emoción del recuerdo.
Para el depredador, Alfredo Vicente Casella tiene el delito de ser natal, es decir, sentirse parte de la tierra. Dicen los que saben que el río necesita del tributo de la humildad del hombre, justamente para que ambos continúen su camino. Es decir, para que hombre y río manifiesten su fe de paz.
Es hora de escuchar a este baqueano del río. Es hora de comenzar a leer en los misterios de sus silencios.
-¿Dónde cursó sus estudios?
-Fue como mi segunda casa. La primaria la realicé en la Villa Malvina. Vivía en Primera Junta al 500 en la barraca de mi familia. Mi abuelo y mi padre tenían una barraca de acopio de cereales que se llamaba “La Barraca de Casella y González”. En esas barracas se estibaban a mano cuarenta mil bolsas de lino. De la escuela primaria recuerdo siempre las enseñanzas de las monjas. Ellas me enseñaron el latín para ayudar en las misas como monaguillo, pero fundamentalmente recuerdo sus enseñanzas sobre cómo había que comportarse en la vida.
-¿Y la secundaria?
-La secundaria la hice en la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” (ENOVA). Soy la promoción 1970. No fuimos maestros porque justo se produjo el cambio en la secundaria y en tercer año había que elegir entre tres opciones: Letras, Filosofía y Biología. Yo me prendí en Biología. Y así como digo que las monjitas me enseñaron a administrarme en la vida, en la ENOVA, gracias a la directora y que era una gran maestra como María Inés Elizalde, amé la naturaleza con todas mis fuerzas. Así que de mi paso por la escuela primaria y por la secundaria me traje para siempre a mi vida esas dos grandes enseñanzas que fueron rectoras para mi alma. María Inés Elizalde fue una gran docente para nosotros.
-En esa época en los cursos de la Escuela Normal predominaban las mujeres…
-Así es. Esos cursos lo integrábamos 41 mujeres y cuatro varones. Recuerdo que para el Día del Árbol, por iniciativa de María Inés Elizalde, se plantaba un ejemplar. Y los varones teníamos que hacer los hoyos para esas tareas. Imagine cómo nos quedaban los brazos para hacer tantos hoyos para las compañeras. Los plantábamos en el Parque Unzué. María Inés Elizalde era profesora de Botánica y siempre a los varones nos encargaba que saliéramos a buscar amebas, mojarras y ranas para trabajar en el laboratorio. De ahí nació la idea de hacer la laguna del Parque Unzué.
-¿Usted fue uno de los creadores de esa laguna?
-Así es. En esas clases de Botánica íbamos a buscar amebas, mojarras y ranas a la charca que había en el Parque y ahí me di cuenta que era un formidable lugar para hacer una laguna para el goce y el aprendizaje de todos en la ciudad. En esos años la charca era casi un basural porque la gente tiraba cubiertas de automóviles, residuos y toda clase de basura. ¡Y mire qué lindo lo que hay ahora! Todo por las clases de Botánica de la señorita María Inés Elizalde. La laguna del Parque Unzué fue idea mía. La propuse al final de la gestión de Luis Leissa y comenzaba la primera de Daniel Irigoyen. Lo mismo que los peces y los animales que poblaron la laguna.
-¿Y después de la ENOVA?
-Seguí estudiando Veterinaria en Villa del Parque en Buenos Aires, pero en 1972 regresé a Gualeguaychú porque mi madre temía mucho por mi vida, dado que eran épocas muy bravas para los estudiantes. Así que regresé y me puse a trabajar.
-¿En dónde trabajó?
-Principalmente en Petro Rivas, un lugar que recuerdo con mucho cariño porque gracias a ellos pude seguir cultivándome y gracias a ellos aprendí a navegar. Ellos tenían un velero llamado “Charrúa” y como vieron que me daba maña, le reparaba el motor, le pintaba el casco y trabajaba en las estaciones de servicios. Allí comenzó mi romance con el río. Los Rivas me llevaron a la Meseta de Artigas, a las regatas de Paysandú y comencé a conocer el río de una manera profunda e íntima.
-Nunca más se fue del río…
-No. Pero mi ingreso al río se lo debo a la firma Petro Rivas y a esa familia, que conmigo fueron excepcionales como patrones. Nunca tuve patrones tan buenos como ellos. Siempre me alentaron en todo y me enseñaron a trabajar en equipo. Tenían 18 camiones tanques con acoplados y cuatro estaciones de servicios. Si bien no trabajé mucho tiempo con ellos y dejé el trabajo antes de que cerraran definitivamente, profundicé con ellos mis conocimientos ecologistas y mi amor hacia el río. Nosotros tuvimos la oportunidad de navegar antes de que se construyera la represa de Salto Grande en Concordia y tuvimos la dicha de ver el agua transparente del Río de los Pájaros. Los cardúmenes de dorados que brillaban al lado del velero fueron una maravilla para los ojos y algo que aún conservo en mi corazón. Siempre le canté al río Uruguay y hoy lo hago cuidándolo.
-Usted que vivió el Río de los Pájaros cuando era transparente, ¿cómo lo ve hoy?
-Hoy el río Uruguay está al límite. Por momentos me pongo muy feliz, como cuando ocurrió la última inundación y pudimos constatar miles y miles de peces nuevos; eran sábalos, bogas. Me pone más feliz todavía cuando los amaneceres y los atardeceres son acompañados por el vuelo y el canto de las aves. Pero debemos concluir que desde que se construyó la represa de Salto Grande, el río comenzó a vivir una gran agonía. Hoy lo que más lo afecta es Botnia con todos sus venenos diarios que arroja al aire y al agua; pero también las ciudades que no hacen sus lagunas sanitarias y lo siguen usando como una cloaca a cielo abierto. El río está amenazado ya casi de muerte por los agrotóxicos y junto con la soja los desmontes que se vienen produciendo año tras año. Hay que tomar conciencia del daño que se está cometiendo. A veces escucho a los ingenieros agrónomos defender los agrotóxicos y todo es por dinero, nada es por amor a la vida. No entiendo para qué tantos conocimientos, si sólo sirven para justificar la muerte. Las dos curtiembres grandes que hay en Paysandú y los criaderos de chanchos del Brasil que están a las orillas del río Uruguay. Pero lo que está pasando con los agrotóxicos y la soja es el ecocidio más grande que he visto en mi vida. He visto desaparecer al batracio hasta el ave más grande. Los defoliantes, los agrotóxicos masacraron el hábitat de los animales y con los insecticidas terminaron con las especies.Y Botnia fue el mazazo en la nuca que nos dieron los dos Estados a los amantes de la vida y la naturaleza. Por eso hay que sacarse el sombrero ante el movimiento y a la conciencia que generó la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú.
-¿Tiene esperanzas el río Uruguay?
-La esperanza es parte de la condición humana. Pero el río, y esto hay que decirlo, tiene esperanzas y temores. Por formación soy un hombre de esperanzas… pero el río está pidiendo un milagro y ese milagro debe venir de los hombres. Nosotros tenemos zonas del río privilegiadas por su belleza y su biodiversidad. Tiene casi doce kilómetros de ancho y su paisaje es único y no podemos ni debemos envenenarlo como lo estamos haciendo ahora.
-¿Cómo nació la idea de Bitácoras?
-Hace tiempo que veníamos madurando esta idea de conocer el río en su mayor extensión que pudiéramos, porque conociendo se ama mejor. Así desde la Asociación de Pescadores Artesanales y Protectores del Río Uruguay generamos esta iniciativa que la consideramos clave porque a través de los medios de comunicación también se puede educar, dar a conocer, mostrar… acariciar... La vez pasada contamos junto con los técnicos de Recursos Naturales 17 especies en una sola toma fotográfica. Por eso hay que preservar la naturaleza, porque tenemos una riqueza que nos pertenece a todos. Es un don de Dios y debemos cuidarlo para nosotros y para nuestros hijos. No hay otro camino y ese camino se transita con respeto por la biodiversidad, con responsabilidad por las acciones sustentables y fundamentalmente no engañar a la gente que todo está bien, porque se está cometiendo un ecocidio.
-¿Usted también ha sido factor clave para crear la reserva natural del banco de las Islas La Inés?
-No me gusta la primera persona, porque siempre somos un equipo. Junto con Ricardo Rivollier, que es un gran conocedor de las aves, y Carlos Parada, que es un gran gestor a favor de la naturaleza, lo hemos logrado. Todo comenzó cuando formamos lo que se llamó Monitoreo de las Aves del Río Uruguay (MARU), que era apoyado por la Secretaría de Ambiente de la Nación para registrar las aves del Río de los Pájaros. Observábamos las aves para ver si la contaminación de Botnia las afectaba, algo que hemos constatado porque hubo días que hasta nosotros quedábamos afectados en la respiración y en los ojos. Y mientras Ricardo se dedicaba a las aves, yo me dedicaba más a mi especialidad que es el conocimiento de las especies de árboles y así nos complementábamos. Íbamos dos días enteros por semana. Una vez lo invitamos al secretario de Ambiente de Entre Ríos, Fernando Raffo, que lo conocíamos por el Club de Aves Silvestres de Entre Ríos y lo llevamos a recorrer la zona y quedó maravillado porque en unos pocos metros cuadrados él mismo pudo observar docenas de especies de pájaros diferentes. Y así nació la idea de crear la reserva natural. En ese lugar hemos detectado por primera vez al águila canadiense, que emigra desde el país del norte hasta nuestro querido río, volando más de 14 mil kilómetros.
-No soy de Gualeguaychú, pero siempre me pregunto si desde la ciudad se tiene que ir por tierra al río Uruguay sin pagar peaje, qué alternativa nos da el Estado…
-Ninguna. Salvo pagando el peaje al Ñandubaysal porque es un emprendimiento privado. Pero no hay caminos alternativos y esa es una gran falla del Estado… y de la comunidad que tiene que exigir un camino alternativo. Un vecino de Gualeguaychú no puede ir al río Uruguay por tierra por la sencilla razón de que no existe el derecho de paso, a pesar de que hay una ley. Son grandes los terratenientes y el Estado no se atreve con ellos y así desampara a los ciudadanos. Y en esto dejo aparte a los dueños del Ñandubaysal porque ellos siempre colaboran con el río y con todos. Pero hay que tomar conciencia de que el río es uno solo y es de todos. Y estoy convencido de que si la gente conociera más al río lo amaría más y lo defendería aún mejor.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©
Hijo de Bruno José Casella y de Clara Vidales, es el menor de cuatro hijos. Su infancia la pasó viendo cómo el campo molido llegaba protegido por bolsas a “La Barraca de Casella y González” que tenía su abuelo y su padre. “Era el lino, el mismo que vestía de color azul los campos”, recordará con más emoción que nostalgia.
Alfredo Casella tiene cinco hijos: Carolina, Agustín, Verónica, Pablo y Rita. Y cuando camina por las calles, los niños del pueblo lo saludan con mucho afecto porque recibieron de él alguna charla para amar mejor los dones que Dios derramó por esta región: las islas, los árboles, los animales… y ese río que siempre lo llama para cantar juntos.
Casella dialogó con EL ARGENTINO en la tarde noche del jueves. Lo hizo en la sala de Redacción y además de su predisposición trajo el sentimiento protector que la biodiversidad hoy está reclamando.
El río Uruguay avanza entre sauces y ceibales. El Río de los Pájaros baja dando de beber a pueblos y ciudades. Sus leyendas alimentan a los hombres y le dan un sentido de pertenencia. El río da de beber su propia memoria. Lo mismo que don Alfredo Vicente Casella, cuando enseña que “el río Uruguay es uno solo y es de todos”.
Este hombre curtido en soledades y navegaciones, reverencia al Río de los Pájaros, tal como lo nombraron los sabios guaraníes. En esta corriente líquida encuentra testimonio de eternidad.
Es que el río tiene un andar que no cesa. El río camina como si estuviera sediento de vida. Sortea el veneno de los agrotóxicos, elude las lluvias ácidas, se paraliza con el desmonte y se subleva frente a la mole humeante de muerte de la pastera Botnia. El río avanza pidiendo en medio de este holocausto… un milagro. Así lo dice Casella: “Por formación soy un hombre de esperanzas… pero el río está pidiendo un milagro… y ese milagro debe venir de los hombres”.
El río es un peregrino que sabe que no tiene regreso: he ahí su fe. Y en esto, este baqueano del río tiene la suya, acunada en las enseñanzas de las monjitas de la Villa Malvina. “Con ellas aprendí el latín para ayudar en la Misa, pero fundamentalmente aprendí a administrarme en la vida”, dirá con los ojos húmedos de agradecimiento y ternura.
Destino fluvial, con camalotes e islas como escoltas. El río sólo revela y rebela lo inesperado. Esa es su maravilla. El Río de los Pájaros altera la existencia para darle a la vida su esencia. Y para comprender este rumbo fluvial, para percibir los azahares de la esencia de la vida, es necesario que uno mismo tome el timón con las dos manos (el corazón y el alma) y vire su destino. Así fue la vida de don Alfredo. “Gracias a las enseñanzas de la señorita María Inés Elizalde, que nos daba Botánica, aprendí a amar la naturaleza y me cambió la vida. Acepté ese cambio sabiendo que empezaba un nuevo rumbo”.
Sueños y anhelos son los pasos que llevaron a Alfredo hasta este río. Es un ser en movimiento, apenas un golpe de luz en medio de la historia. Apenas un nocturno de río. “Cuando trabajaba en la Petro Rivas, ellos me enseñaron a navegar y con eso me dieron algo que es eterno: amar el río”, así se expresa Casella, esta vez con un corazón al galope por la emoción del recuerdo.
Para el depredador, Alfredo Vicente Casella tiene el delito de ser natal, es decir, sentirse parte de la tierra. Dicen los que saben que el río necesita del tributo de la humildad del hombre, justamente para que ambos continúen su camino. Es decir, para que hombre y río manifiesten su fe de paz.
Es hora de escuchar a este baqueano del río. Es hora de comenzar a leer en los misterios de sus silencios.
-¿Dónde cursó sus estudios?
-Fue como mi segunda casa. La primaria la realicé en la Villa Malvina. Vivía en Primera Junta al 500 en la barraca de mi familia. Mi abuelo y mi padre tenían una barraca de acopio de cereales que se llamaba “La Barraca de Casella y González”. En esas barracas se estibaban a mano cuarenta mil bolsas de lino. De la escuela primaria recuerdo siempre las enseñanzas de las monjas. Ellas me enseñaron el latín para ayudar en las misas como monaguillo, pero fundamentalmente recuerdo sus enseñanzas sobre cómo había que comportarse en la vida.
-¿Y la secundaria?
-La secundaria la hice en la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade” (ENOVA). Soy la promoción 1970. No fuimos maestros porque justo se produjo el cambio en la secundaria y en tercer año había que elegir entre tres opciones: Letras, Filosofía y Biología. Yo me prendí en Biología. Y así como digo que las monjitas me enseñaron a administrarme en la vida, en la ENOVA, gracias a la directora y que era una gran maestra como María Inés Elizalde, amé la naturaleza con todas mis fuerzas. Así que de mi paso por la escuela primaria y por la secundaria me traje para siempre a mi vida esas dos grandes enseñanzas que fueron rectoras para mi alma. María Inés Elizalde fue una gran docente para nosotros.
-En esa época en los cursos de la Escuela Normal predominaban las mujeres…
-Así es. Esos cursos lo integrábamos 41 mujeres y cuatro varones. Recuerdo que para el Día del Árbol, por iniciativa de María Inés Elizalde, se plantaba un ejemplar. Y los varones teníamos que hacer los hoyos para esas tareas. Imagine cómo nos quedaban los brazos para hacer tantos hoyos para las compañeras. Los plantábamos en el Parque Unzué. María Inés Elizalde era profesora de Botánica y siempre a los varones nos encargaba que saliéramos a buscar amebas, mojarras y ranas para trabajar en el laboratorio. De ahí nació la idea de hacer la laguna del Parque Unzué.
-¿Usted fue uno de los creadores de esa laguna?
-Así es. En esas clases de Botánica íbamos a buscar amebas, mojarras y ranas a la charca que había en el Parque y ahí me di cuenta que era un formidable lugar para hacer una laguna para el goce y el aprendizaje de todos en la ciudad. En esos años la charca era casi un basural porque la gente tiraba cubiertas de automóviles, residuos y toda clase de basura. ¡Y mire qué lindo lo que hay ahora! Todo por las clases de Botánica de la señorita María Inés Elizalde. La laguna del Parque Unzué fue idea mía. La propuse al final de la gestión de Luis Leissa y comenzaba la primera de Daniel Irigoyen. Lo mismo que los peces y los animales que poblaron la laguna.
-¿Y después de la ENOVA?
-Seguí estudiando Veterinaria en Villa del Parque en Buenos Aires, pero en 1972 regresé a Gualeguaychú porque mi madre temía mucho por mi vida, dado que eran épocas muy bravas para los estudiantes. Así que regresé y me puse a trabajar.
-¿En dónde trabajó?
-Principalmente en Petro Rivas, un lugar que recuerdo con mucho cariño porque gracias a ellos pude seguir cultivándome y gracias a ellos aprendí a navegar. Ellos tenían un velero llamado “Charrúa” y como vieron que me daba maña, le reparaba el motor, le pintaba el casco y trabajaba en las estaciones de servicios. Allí comenzó mi romance con el río. Los Rivas me llevaron a la Meseta de Artigas, a las regatas de Paysandú y comencé a conocer el río de una manera profunda e íntima.
-Nunca más se fue del río…
-No. Pero mi ingreso al río se lo debo a la firma Petro Rivas y a esa familia, que conmigo fueron excepcionales como patrones. Nunca tuve patrones tan buenos como ellos. Siempre me alentaron en todo y me enseñaron a trabajar en equipo. Tenían 18 camiones tanques con acoplados y cuatro estaciones de servicios. Si bien no trabajé mucho tiempo con ellos y dejé el trabajo antes de que cerraran definitivamente, profundicé con ellos mis conocimientos ecologistas y mi amor hacia el río. Nosotros tuvimos la oportunidad de navegar antes de que se construyera la represa de Salto Grande en Concordia y tuvimos la dicha de ver el agua transparente del Río de los Pájaros. Los cardúmenes de dorados que brillaban al lado del velero fueron una maravilla para los ojos y algo que aún conservo en mi corazón. Siempre le canté al río Uruguay y hoy lo hago cuidándolo.
-Usted que vivió el Río de los Pájaros cuando era transparente, ¿cómo lo ve hoy?
-Hoy el río Uruguay está al límite. Por momentos me pongo muy feliz, como cuando ocurrió la última inundación y pudimos constatar miles y miles de peces nuevos; eran sábalos, bogas. Me pone más feliz todavía cuando los amaneceres y los atardeceres son acompañados por el vuelo y el canto de las aves. Pero debemos concluir que desde que se construyó la represa de Salto Grande, el río comenzó a vivir una gran agonía. Hoy lo que más lo afecta es Botnia con todos sus venenos diarios que arroja al aire y al agua; pero también las ciudades que no hacen sus lagunas sanitarias y lo siguen usando como una cloaca a cielo abierto. El río está amenazado ya casi de muerte por los agrotóxicos y junto con la soja los desmontes que se vienen produciendo año tras año. Hay que tomar conciencia del daño que se está cometiendo. A veces escucho a los ingenieros agrónomos defender los agrotóxicos y todo es por dinero, nada es por amor a la vida. No entiendo para qué tantos conocimientos, si sólo sirven para justificar la muerte. Las dos curtiembres grandes que hay en Paysandú y los criaderos de chanchos del Brasil que están a las orillas del río Uruguay. Pero lo que está pasando con los agrotóxicos y la soja es el ecocidio más grande que he visto en mi vida. He visto desaparecer al batracio hasta el ave más grande. Los defoliantes, los agrotóxicos masacraron el hábitat de los animales y con los insecticidas terminaron con las especies.Y Botnia fue el mazazo en la nuca que nos dieron los dos Estados a los amantes de la vida y la naturaleza. Por eso hay que sacarse el sombrero ante el movimiento y a la conciencia que generó la Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú.
-¿Tiene esperanzas el río Uruguay?
-La esperanza es parte de la condición humana. Pero el río, y esto hay que decirlo, tiene esperanzas y temores. Por formación soy un hombre de esperanzas… pero el río está pidiendo un milagro y ese milagro debe venir de los hombres. Nosotros tenemos zonas del río privilegiadas por su belleza y su biodiversidad. Tiene casi doce kilómetros de ancho y su paisaje es único y no podemos ni debemos envenenarlo como lo estamos haciendo ahora.
-¿Cómo nació la idea de Bitácoras?
-Hace tiempo que veníamos madurando esta idea de conocer el río en su mayor extensión que pudiéramos, porque conociendo se ama mejor. Así desde la Asociación de Pescadores Artesanales y Protectores del Río Uruguay generamos esta iniciativa que la consideramos clave porque a través de los medios de comunicación también se puede educar, dar a conocer, mostrar… acariciar... La vez pasada contamos junto con los técnicos de Recursos Naturales 17 especies en una sola toma fotográfica. Por eso hay que preservar la naturaleza, porque tenemos una riqueza que nos pertenece a todos. Es un don de Dios y debemos cuidarlo para nosotros y para nuestros hijos. No hay otro camino y ese camino se transita con respeto por la biodiversidad, con responsabilidad por las acciones sustentables y fundamentalmente no engañar a la gente que todo está bien, porque se está cometiendo un ecocidio.
-¿Usted también ha sido factor clave para crear la reserva natural del banco de las Islas La Inés?
-No me gusta la primera persona, porque siempre somos un equipo. Junto con Ricardo Rivollier, que es un gran conocedor de las aves, y Carlos Parada, que es un gran gestor a favor de la naturaleza, lo hemos logrado. Todo comenzó cuando formamos lo que se llamó Monitoreo de las Aves del Río Uruguay (MARU), que era apoyado por la Secretaría de Ambiente de la Nación para registrar las aves del Río de los Pájaros. Observábamos las aves para ver si la contaminación de Botnia las afectaba, algo que hemos constatado porque hubo días que hasta nosotros quedábamos afectados en la respiración y en los ojos. Y mientras Ricardo se dedicaba a las aves, yo me dedicaba más a mi especialidad que es el conocimiento de las especies de árboles y así nos complementábamos. Íbamos dos días enteros por semana. Una vez lo invitamos al secretario de Ambiente de Entre Ríos, Fernando Raffo, que lo conocíamos por el Club de Aves Silvestres de Entre Ríos y lo llevamos a recorrer la zona y quedó maravillado porque en unos pocos metros cuadrados él mismo pudo observar docenas de especies de pájaros diferentes. Y así nació la idea de crear la reserva natural. En ese lugar hemos detectado por primera vez al águila canadiense, que emigra desde el país del norte hasta nuestro querido río, volando más de 14 mil kilómetros.
-No soy de Gualeguaychú, pero siempre me pregunto si desde la ciudad se tiene que ir por tierra al río Uruguay sin pagar peaje, qué alternativa nos da el Estado…
-Ninguna. Salvo pagando el peaje al Ñandubaysal porque es un emprendimiento privado. Pero no hay caminos alternativos y esa es una gran falla del Estado… y de la comunidad que tiene que exigir un camino alternativo. Un vecino de Gualeguaychú no puede ir al río Uruguay por tierra por la sencilla razón de que no existe el derecho de paso, a pesar de que hay una ley. Son grandes los terratenientes y el Estado no se atreve con ellos y así desampara a los ciudadanos. Y en esto dejo aparte a los dueños del Ñandubaysal porque ellos siempre colaboran con el río y con todos. Pero hay que tomar conciencia de que el río es uno solo y es de todos. Y estoy convencido de que si la gente conociera más al río lo amaría más y lo defendería aún mejor.
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO ©
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