Conflicto por Botnia
El saber ancestral cuestiona a la ciencia y su omnipotencia
“El frío y las bajas temperaturas en la cuenca del río Uruguay provocaron en julio y agosto la muerte masiva de peces”, fue el veredicto dogmático de la comunidad científica.
Pese a las dudas generalizadas en la población ante la foto de miles de ejemplares muertos, los ciudadanos de a pie no tuvieron otro remedio que aceptar la verdad incuestionable de la ciencia.
Simultáneamente, desde los Estados argentino y uruguayo orientaron todos sus esfuerzos a elogiar a la ciencia, que aparece como la herramienta más adecuada para poner fin al conflicto por las emanaciones de Botnia.
Ocurre que en su búsqueda de naturalizar el funcionamiento de Botnia en el río Uruguay, la ciencia puede tropezar con el mismo obstáculo que buscó quitar en sus orígenes: eliminar las explicaciones irracionales de los hechos.
Cuando desde las dos cancillerías ocultan la metodología y los pasos del plan de vigilancia a la planta, lo que los científicos designados en nombre de la ciencia en realidad hacen es convertirse en el gran inquisidor de Gualeguaychú y su causa. Y parafraseando a la Presidenta, “construirán un relato” para legitimar y garantizar la continuidad de Botnia.
En nombre de la preservación del medio ambiente, convalidarán el mayor ecocidio en la historia de la región, con daños irreversibles, tal como sustentó la tesis argentina ante la Corte Internacional de Justicia, con sede en La Haya.
Ya antes del monitoreo, las administraciones y sus hombres de ciencia habían poblado de mitos a este largo conflicto. “Botnia contamina pero dentro de los parámetros permitidos internacionalmente”; “Peores que Botnia, son las fábricas de celulosa que hay en Misiones” “El conflicto nació con el corte de ruta”; “Finlandia jamás permitirá que se desarrolle fuera de su territorio lo que no permite que se haga en su territorio; “Sí, el proceso de fabricación de celulosa es contaminante, pero qué pretenden, que dejemos al mundo sin papel”; y la más reciente: ”La mortandad masiva de peces es producto de las bajas temperaturas en el agua”.
Todas estas máximas lanzadas a lo largo del conflicto por voceros de los dos países construyen un relato que en definitiva oculta el mecanismo real, tendiente a asegurar la continuidad de Botnia. Todo en nombre de la ciencia.
Lo esencial del programa de monitoreo está, justamente, en lo que no se dice ni se muestra de la elaboración del plan. La trampa se digita, por estas horas, en la elección de los científicos y la definición de los parámetros que, no caben dudas, darán luz verde a las emisiones de la pastera.
Por eso, desde Cancillería no se animaron a escoger los científicos que había sugerido la Asamblea Ciudadana. No vaya a ser que ellos sí encuentren pruebas precisas para corroborar la contaminación y así poner freno al funcionamiento de la pastera.
El monitoreo, tal cual se está diseñando, es una gran alfombra para esconder la suciedad que Botnia arroja día a día. Se corre el riesgo así de que la ciencia bastardee el propio concepto del monitoreo. La pregunta que se impone es si durante siete largos años, los funcionarios uruguayos se cansaron de decir que Botnia no contamina, ¿por qué exigieron que los científicos ingresen un máximo de doce veces al año y no continuamente como lo exige La Haya en su fallo?
En nombre de la eficiencia y la eficacia, dos cualidades sobrevaloradas en la modernidad, en realidad se va perdiendo un saber que el Hombre lleva impreso en su cuerpo, sin necesidad de tener que asistir a universidad alguna. Se trata de una sabiduría innata y que se transmite de generación en generación.
Es la sabiduría del baquiano que, en muchos casos, se erige contra la verdad omnipresente de la ciencia. Cuando se los consulta sobre los cambios drásticos en el río y la reciente mortandad de peces, la sentencia de los más sabios es contundente: “Acá el frío no tiene nada que ver, esto es producto de los químicos que todos los días que se arrojan desde los campos y desde Botnia.
Sustentan esta verdad en que las olas de frío polar del siglo pasado eran más cruentas y, sin embargo, no se producía una mortandad masiva de peces como en la actual temporada.
Esa es la voz que hasta hoy nadie tuvo en cuenta en este largo conflicto. La de un saber que es corroborado a cada paso por la experiencia y que a su vez permite tomar verdadera conciencia.
No se trata de otra cosa que del conocimiento ancestral que todos los ciudadanos llevan consigo por el hecho de coexistir en un territorio. El Hombre es indivisible de la tierra en la que duerme, sueña, sufre, ama y llora. Todo impacto en ella deja indefectiblemente su huella en el Hombre. Nadie nace preparado para afrontar una amenaza como Botnia, pero los ciudadanos supieron antes de su instalación sobre el riesgo de ecocidio, y actuaron en consecuencia. Y no fue precisamente la ciencia la que mostró el camino.
*La planta arroja diariamente una tonelada de material particulado al aire. Entre los elementos peligrosos figuran: dioxinas, furanos, órganos clorados y todo tipo de metales pesados. Estos elementos, según las pruebas en La Haya, llegan a cubrir un radio de 40 kilómetros.
*La planta vierte, cada seis meses, 6.000 kilos de residuos contaminantes al agua del río Uruguay. Entre las sustancias, se cuentan amonio, nitrato, clorato, sustancias fenólicas, clorofenoles, ácidos resínicos, esteroles, arsénico, mercurio, cadmio, cobre, cromo, níquel, plomo, cinc, sodio, hierro, sulfuro, cianuro y detergentes, cuyos valores se dieron en miligramos por litro de efluente.
Llevadas dichas cantidades a kilos y a modo de ejemplo, en ese mismo lapso se vertieron al río 2.950 kilogramos de cromo, 74 kilos de mercurio y 885 kilos de plomo.
Diego Martínez Garbino
EL ARGENTINO ©
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