Diálogo con el docente y escritor, Marcos Henchoz
“Gualeguaychú no le ha tenido miedo al desafío de abrazar el futuro, aunque sintamos que estamos como estancados” Por Nahuel Maciel EL ARGENTINO
Marcos Albérico Henchoz nació el 7 de enero de 1969 en Gualeguaychú. Es el menor de cinco hermanos.
Docente, historiador y escritor, fue concejal en el período 2007-2011 por el Frente Justicialista por la Victoria, en la primera gestión de Juan José Bahillo. El miércoles 9 de noviembre a las 20 en el Centro de Defensa Comercial e Industrial presentará su último libro “La revolución de 1943 y el origen del peronismo en Entre Ríos”.
En diálogo con EL ARGENTINO, Henchoz repasa su formación, su vocación docente que se inició en el nivel primario y luego derivó como profesor universitario. Pero también hace una lectura sobre los tiempos actuales y plantea la necesidad de que Gualeguaychú debe darse una discusión profunda y plural sobre a qué clase de ciudad se aspira y que ese planteo lleva inexorablemente a su organización territorial.
-Su familia tiene un origen en la colonia El Potrero, pero también posee un fértil arraigo en la ciudad…
-Así es. Como tantos que han padecido el éxodo rural, en algún momento debieron vender todo e instalarse en la ciudad. Mi padre se dedicó al comercio minorista, más precisamente era almacenero. El almacén estaba ubicado en el Barrio Norte, cruzando San Juan. En mi infancia la ciudad se podía dividir desde el Canal Clavarino para acá y del Canal Clavarino para allá. Hoy, toda la zona está integrada. En ese canal jugábamos con barquitos de papel, a juntar renacuajos, a chapalear. El almacén de mi padre se llamaba “La Pequeña” y estaba en calle Jujuy, entre Neyra y Primera Junta. Siempre estuvo ahí porque era un anexo a la casa familiar y perduró casi cuarenta años.
-¿Dónde cursó sus estudios?
-La primaria fue en la Escuela N° 71, hoy conocida como Escuela N° 58 “Alfredo Villalba”. Esa escuela era conocida popularmente como “La Ratonera”. Era una casa muy antigua, las grandes salas se dividieron para aulas a través de mamparas de madera. Está ubicada en San Juan y Corrientes y era una escuela con patio de tierra y grandes pinos. Y era similar de alguna forma, a las llamadas Escuelas Ninas o tenía al menos ese espíritu. Las maestras de entonces nos organizaban con contra turnos en diferentes talleres como jardinería o biblioteca. Incluso un tramo de la biblioteca “Alfredo Villalba” forma parte de la actual Biblioteca Popular Rodolfo García. A ese período de mi vida lo recuerdo con mucho cariño, no sólo por la relación que teníamos con las docentes, sino porque también fue una época donde descubrí la amistad, el compañerismo, el trabajar en equipo.
-¿Y la secundaria?
-La secundaria la cursé en el turno mañana del Colegio Nacional “Luis Clavarino”, en una época donde había que rendir examen de ingreso. Ingresé a primer año de la secundaria en 1982, un año interesante porque al poco tiempo vivimos el conflicto armado de Malvinas. Y nos marcó, porque siempre había un familiar o un hermano que había sido convocado y eso nos mantenía en vilo. El mío era un curso que si bien no era numeroso, tenía la característica que por primera vez se admitía alumnos procedentes de distintos barrios: de Pueblo Nuevo, de Villa María, del Tiro Federal. Y eso fue toda una novedad para esos años.
-¿Y después de la secundaria?
-Estudié para maestro en la Escuela Normal “Olegario Víctor Andrade”. Egreso en 1993, porque en el medio dejé un tiempo por cuestiones laborales. Ejercí como maestro hasta 2004. Mi primera escuela fue la N° 34 “La Calera” sobre el río Gualeguay, muy cerca del Delta. Era una escuela que en rigor era un galpón, clásica escuela de islas. Era una escuela alberge, con dos docentes y como era mixto había una maestra y yo y entre los dos nos repartíamos los siete grados. Nuestra población se componía por pobladores isleños y de peones rurales, pero como teníamos un acuerdo con el área de Minoridad, recibíamos a muchos chicos con problemas de conducta. Los lunes íbamos en una barcaza y regresábamos los viernes. La Calera era una estancia muy renombrada, incluso hasta en la actualidad, porque la había comprado Pedro Pou, que era presidente del Banco Central en la presidencia de (Carlos) Menem y generó un desastre ambiental enorme con los endicamientos. Siguiendo con la formación, ni bien termino la carrera docente en 1993 y mientras ejercía como maestro, comienzo a estudiar el profesorado de Historia. Estudié en el Instituto Sedes Sapientiae y egreso en el 2000.
-¿Cómo descubrió la vocación docente?
-La necesidad de estudiar Historia creo que está unida a una vocación por entender y hacer política. Y en cuanto a la enseñanza, creo que está unida a mi actividad parroquial, donde coordinábamos grupos de jóvenes y esa misma coordinación llevó a descubrir la vocación docente. Esa experiencia parroquial implicó de alguna manera a aprender a conducir grupos, a poder enseñar, a hacer actividades sociales. Y a la Historia específicamente la descubro como un lector interesado en cuestiones políticas.
-¿Puede ahondar en esa experiencia?
-De muy chico, alrededor de los doce años, acompañaba a mi padre que se llamaba Juan Oscar a sus reuniones político partidarias. Él era un gran militante del peronismo, en la etapa en que vivía como colono en la zona de El Potrero. Y cuando se instaló en la ciudad, siguió con ese compromiso. Era un militante común, que una vez por semana se iba a reuniones partidarias y siempre lo acompañaba. Y así fui internalizando determinadas palabras, nombres y así me fui interesando en profundizar determinados hechos de la historia política. Iba a la Biblioteca, porque no había internet ni teníamos posibilidades de comprar libros, y profundizaba lo que escuchaba. Además, en mi casa siempre se habló de política y las sobremesas eran de largas horas discutiendo esos aspectos.
-Me iba a decir algo, cuando lo interrumpí…
-Sí, recuerdo con mucha calidez que leía en la mesa con mi padre EL ARGENTINO. En mi casa nos levantábamos muy temprano. Preparábamos mate amargo y nos reuníamos alrededor de la mesa para leer EL ARGENTINO. Mi padre leía y comentaba las noticias, luego yo las releía y acotaba algo y así manteníamos un diálogo que lo podíamos continuar a lo largo de la jornada. Mi padre no comenzaba la actividad del día sin ese mate amargo y sin esa lectura. Y eso que mi padre no tenía formación académica, pero era un gran lector.
-Actualmente dónde está dando clases.
-Luego del profesorado de Historia, estudio dos licenciaturas: una de Historia en la Universidad de Luján y otra sobre Gestión Educativa en la Universidad Tres de Febrero. Porque hubo un momento en mi experiencia docente, que descubrí que quería ser docente pero del nivel superior. Tenía la inquietud de dar más en términos de conocimientos y me preparé para eso. Hoy estoy dando clases en el Profesorado de Educación Primaria, en el mismo lugar donde me formé. Ahí dicto cátedras de Ciencias Sociales e Historia. Y enseño en el Profesorado de Ciencias Políticas en el Instituto Elizalde; además de actividades de extensión con diversos cursos o me integro a equipos de otros profesionales de la ciudad. Por ejemplo, cuando estudiamos el Patrimonio Arquitectónico nos asociamos con una arquitecta. Pero hoy estoy dedicado a la enseñanza superior y a la capacitación.
-Lo llevamos a otro plano. ¿Cómo observa esta época tan fascinada por los medios electrónicos de comunicación?
-Pese a que se lee en pantalla, es evidente que hay cierto retroceso en el hábito de la lectura. Hay un claro desapego a la lectura y eso genera algunas consecuencias no deseadas como la pobreza en el vocabulario. Cuanto mayor el caudal de vocabulario y el conocimiento de su significado, se potencia la capacidad de razonamiento y con ello se logra una mayor independencia intelectual. En el siglo XXI un ciudadano tiene que estar comprometido en la sociedad en la que vive y parte de ese compromiso tiene que ser el de ofrecer un razonamiento crítico. Y eso lo da el estudio y la lectura. Después si esa lectura es en formato papel y digital, es indistinto. Prefiero el libro papel, pero sobre gustos no hay verdades únicas. Con esto quiero decir que el formato es indistinto, lo que no puede faltar es el hábito de la lectura. Claro que el contacto papel tiene una relación más íntima con lo que se está leyendo o incorporando. En la actualidad existe una diversidad de conocimientos que hace también que la mente funcione diferente. Existe una gran multiplicidad de recursos que se ofrecen para acceder al conocimiento, lleva al cuestionamiento del sistema educativo y se facilita la comparación con otros países o sistemas.
-En los últimos años se han instalado la calidad y la integración educativa como si fueran dos paradigmas diferentes…
-De acuerdo al posicionamiento ideológico se resaltará una u otra. En algunos casos la calidad educativa, significará mayor adquisición de conocimientos. Sin embargo, hoy hasta las principales universidades que se admiran en el plano internacional indican que adquirir conocimiento en sí mismo no está produciendo las mejoras necesarias. Porque una cosa es adquirir el conocimiento que ya está adquirido por el mundo académico, donde nos convertimos en repetidores de ese saber. Y otra cosa diferente es a partir de ese conocimiento adquirido generar nuevos conocimientos aplicados a los nuevos desafíos de cada sociedad. Una cosa es adquirir conocimiento y otra muy distinta es generarlo. Y la inclusión está referida a la captación del mayor número posible de educandos. Después de tantos años de debate los dos conceptos son válidos. Pero en lo que hay que avanzar es en qué clase de profesionales necesita el país para continuar su experiencia de desarrollo y alentar a esas disciplinas o facilitar ese ingreso. Y ahí estamos a contramano, porque estamos generando profesionales de que tal vez la plaza ya esté saturada o el país no los necesite tanto como a otros. Un ejemplo, en el sistema de salud llegamos a tener más médicos que enfermeras.
-La universidad está sustentada en un trípode conformado por la búsqueda de la excelencia académica, la rigurosidad en la investigación científica y la extensión, que es la devolución que se le hace a la sociedad de los conocimientos adquiridos. ¿Cómo observa esas características en la ciudad?
-La tarea del docente universitario está muy mal paga y no compensa ningún tipo de esfuerzo que se hace. No quiero personalizar, pero le daré un ejemplo de mi experiencia docente. Para estudiar las dos licenciaturas tuve que hacer un enorme gasto, porque incluso para poder rendir y sacar días de trabajo, obviamente me descontaron del sueldo esos días no trabajados. Pero a la hora de cobrar, lo único que nos equipara es la antigüedad. Es decir, no le importa al sistema si uno sigue estudiando y perfeccionándose; solo le interesa la antigüedad como parámetro salarial. Así, un docente que no se perfeccionó, pero tiene los mismos años que yo en la docencia, cobraremos iguales. Es un sistema sin compensaciones y con muchas distorsiones. Hay mucho por trabajar pese a que en dos años llegaremos a los cien años de la reforma universitaria. Con respecto a la extensión, en la ciudad tanto la universidad pública como privada tienen una intensa actividad y un fuerte compromiso con la comunidad. Cada casa de estudios siempre está realizando jornadas y actividades que la destacan.
-Gualeguaychú ha tenido muchos hitos que la han destacado en el plano nacional. Hijo de esta ciudad es el primer argentino en pisar suelo Antártico (el alférez José María Sobral); David Della Chiesa marcó la ruta que hoy es columna vertebral del Mercosur, los ganaderos, en plena crisis económica, generaron de la nada el ex Frigorífico que fue modelo e innovador en muchos campos, incluso el educativo al generar la escuela mixta nocturna. La Cooperativa Eléctrica en materia de servicios públicos o la Corporación del Desarrollo. Los reclamos de gestión en materia de obra pública para romper su insularidad a través de la construcción de los puentes hacia Fray Bentos y el de Zárate Brazo Largo o el movimiento ambiental a partir de la lucha contra las pasteras, para citar algunos pocos ejemplos…
-Lo interrumpo. Son mojones de una comunidad y no son hechos aislados, sino una construcción generacional. A veces escucho que hace mucho tiempo que Gualeguaychú no genera instituciones de ese tenor. Pero nos olvidamos que a través del Carnaval los clubes han hecho un aporte a la oferta educativa que es impar y eso es actual. Y esto generado por instituciones sin fines de lucro, con una dirigencia comprometida con las generaciones futuras como lo evidencia el pensar en construir escuelas. Está claro que Gualeguaychú tiene características diferentes a otras localidades, sin que ese concepto sea interpretado como algo ombliguista. Pero me parece que el secreto del desarrollo de la comunidad está en la renovación constante que es parte del espíritu de la ciudad. Gualeguaychú no le ha tenido miedo al desafío de abrazar el futuro, aunque sintamos que estamos como estancados.
-¿Y cuál sería el desafío a futuro?
-Puede haber muchos. Pero hay uno que en lo particular me preocupa: la planificación urbanística integral. En otras gestiones han existido intentos, pero se han quedado en eso. Creo que la planificación urbanística es una gran deuda colectiva. Tenemos una ciudad que es industrial, agropecuaria, comercial, de servicios, turística, ambiental, con una fuerte carga de empleo público y un sector como el universitario en expansión. Nos debemos sentarnos en una misma mesa todos los sectores, sin mezquindades, y debatir qué ciudad queremos. Y esto excede la voluntad de un legislador o de un intendente, porque es una tarea colectiva y debe llevar varios años. La organización de nuestro territorio es fundamental para poder visualizar el futuro. El modelo de ciudad está unido a la organización territorial y su demora genera problemas sociales como lo estamos viendo, por ejemplo, con la ubicación del Parque Industrial que genera conflicto con los vecinos.
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