Opinión
Mes de julio: amigos y ciudadanos
Por monseñor Jorge Eduardo Lozano (*)
En este mes de julio convergen dos celebraciones que me parece bueno vincular: el día de la declaración de la Independencia y el día del amigo.
La fecha patria nos da la ocasión para dar gracias a Dios por reunirnos en este territorio y compartir la historia común. En el día del amigo aprovechamos para saludarnos, encontrarnos, desearnos buenas cosas, compartir momentos de alegría y cercanía.
En otro julio, del año 1789 la Revolución Francesa levantó tres banderas de profunda raíz cristiana: libertad, igualdad y fraternidad. Podemos decir que desde entonces en el mundo se ha avanzado bastante en lograr plasmar estos ideales en los Estados democráticos, aunque queda mucho por lograr. En la Argentina se pregona insistentemente acerca de las libertades individuales y la búsqueda de igualdad en algunos sentidos. Pero bastante menos se proclama la fraternidad.
Las ideologías individualistas y colectivistas que se desplegaron durante el siglo XX han conspirado contra la fraternidad en algunas sociedades modernas y contemporáneas y, de algún modo, también nos influyen a nosotros. El individualismo hace que cada uno se encierre en su propio mundo y la sociedad tenga que estar al servicio de mis deseos e intereses (cuando no también, caprichos). Se reclaman derechos pero no se asumen deberes cívicos. Por el contrario, en el colectivismo la persona no cuenta y es el Estado el dueño de la vida y los sueños de sus habitantes.
Cuando hablamos de “amistad social” nos referimos justamente a fortalecer los vínculos que nos unen como Nación. Lazos de orden histórico, de presente y de futuro. De afecto mutuo y compromiso.
Es común que haya tensiones, conflictos de intereses, roces entre personas, grupos y sectores sociales. (No perdamos de vista que las tensiones positivas generalmente dan lugar a respuestas creativas, con el plus de la búsqueda de algo nuevo y mejor que lo anterior. Como una mejor versión de nosotros mismos y de las situaciones.) Pero otra cosa distinta es la fragmentación social y la descalificación de quienes piensan de modo diverso.
La amistad social no es un pacto de no agresión. A veces se empieza por allí, pero va más allá. Es caminar juntos por el camino del diálogo y la búsqueda de consensos en un clima social de cordialidad en el trato con todos los hombres y mujeres que habitamos el suelo argentino. Entendiéndonos distintos y viendo riqueza en esa diversidad.
Es legítimo buscar los intereses de cada sector, pero es importante que todos nos hagamos cargo de la búsqueda del bien común.
A esta altura del texto seguramente alguno querrá preguntarme “Padre, ¿es posible la fraternidad?”. Y yo respondo: “Tan posible como la libertad y la igualdad”. Porque los tres principios son inseparables. Obedecen a lógicas y búsquedas diversas. Pero si se debilita uno, los otros dos se vuelven raquíticos y vulnerables. Y de hecho, en una sociedad poco fraterna no todos tienen las mismas libertades y derechos, y no todas las personas tienen igualdad de oportunidades.
Claro que es difícil. Si a veces nos peleamos en la propia familia; o vemos rencillas y egoísmos en nuestras Capillas o Parroquias con actitudes que no favorecen la comunión y la entrega generosa.
Para quienes tenemos fe, la fraternidad hunde sus raíces en la Paternidad de Dios. Si lo vamos corriendo a Él de la vida social y pública, menos lazos fraternos nos unen.
Dios quiera ayudarnos a mirarnos como hermanos y nosotros nos dejemos ayudar.
Hagamos también una oración por las víctimas del atentado terrorista a la AMIA ocurrido el 18 de julio de 1994, en el que murieron 85 personas, sumiendo en el dolor a miles de familiares y a todos los argentinos. A 18 años el reclamo es el mismo: verdad y justicia.
No más. Tampoco menos.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
La fecha patria nos da la ocasión para dar gracias a Dios por reunirnos en este territorio y compartir la historia común. En el día del amigo aprovechamos para saludarnos, encontrarnos, desearnos buenas cosas, compartir momentos de alegría y cercanía.
En otro julio, del año 1789 la Revolución Francesa levantó tres banderas de profunda raíz cristiana: libertad, igualdad y fraternidad. Podemos decir que desde entonces en el mundo se ha avanzado bastante en lograr plasmar estos ideales en los Estados democráticos, aunque queda mucho por lograr. En la Argentina se pregona insistentemente acerca de las libertades individuales y la búsqueda de igualdad en algunos sentidos. Pero bastante menos se proclama la fraternidad.
Las ideologías individualistas y colectivistas que se desplegaron durante el siglo XX han conspirado contra la fraternidad en algunas sociedades modernas y contemporáneas y, de algún modo, también nos influyen a nosotros. El individualismo hace que cada uno se encierre en su propio mundo y la sociedad tenga que estar al servicio de mis deseos e intereses (cuando no también, caprichos). Se reclaman derechos pero no se asumen deberes cívicos. Por el contrario, en el colectivismo la persona no cuenta y es el Estado el dueño de la vida y los sueños de sus habitantes.
Cuando hablamos de “amistad social” nos referimos justamente a fortalecer los vínculos que nos unen como Nación. Lazos de orden histórico, de presente y de futuro. De afecto mutuo y compromiso.
Es común que haya tensiones, conflictos de intereses, roces entre personas, grupos y sectores sociales. (No perdamos de vista que las tensiones positivas generalmente dan lugar a respuestas creativas, con el plus de la búsqueda de algo nuevo y mejor que lo anterior. Como una mejor versión de nosotros mismos y de las situaciones.) Pero otra cosa distinta es la fragmentación social y la descalificación de quienes piensan de modo diverso.
La amistad social no es un pacto de no agresión. A veces se empieza por allí, pero va más allá. Es caminar juntos por el camino del diálogo y la búsqueda de consensos en un clima social de cordialidad en el trato con todos los hombres y mujeres que habitamos el suelo argentino. Entendiéndonos distintos y viendo riqueza en esa diversidad.
Es legítimo buscar los intereses de cada sector, pero es importante que todos nos hagamos cargo de la búsqueda del bien común.
A esta altura del texto seguramente alguno querrá preguntarme “Padre, ¿es posible la fraternidad?”. Y yo respondo: “Tan posible como la libertad y la igualdad”. Porque los tres principios son inseparables. Obedecen a lógicas y búsquedas diversas. Pero si se debilita uno, los otros dos se vuelven raquíticos y vulnerables. Y de hecho, en una sociedad poco fraterna no todos tienen las mismas libertades y derechos, y no todas las personas tienen igualdad de oportunidades.
Claro que es difícil. Si a veces nos peleamos en la propia familia; o vemos rencillas y egoísmos en nuestras Capillas o Parroquias con actitudes que no favorecen la comunión y la entrega generosa.
Para quienes tenemos fe, la fraternidad hunde sus raíces en la Paternidad de Dios. Si lo vamos corriendo a Él de la vida social y pública, menos lazos fraternos nos unen.
Dios quiera ayudarnos a mirarnos como hermanos y nosotros nos dejemos ayudar.
Hagamos también una oración por las víctimas del atentado terrorista a la AMIA ocurrido el 18 de julio de 1994, en el que murieron 85 personas, sumiendo en el dolor a miles de familiares y a todos los argentinos. A 18 años el reclamo es el mismo: verdad y justicia.
No más. Tampoco menos.
(*) Monseñor Jorge Eduardo Lozano es obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social.
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