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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
Policiales

Ladrón de bicicleta

Ladrón de bicicleta

El pasado miércoles 6 de noviembre, la Jefatura Departamental de Policía emitió un comunicado de prensa donde dio cuenta que personal de la Comisaría Tercera fue solicitado en la tarde del martes 5 por un vecino quien manifestó que en ocasión de circular en bicicleta por calles Clavarino y República Oriental, fue abordado por un hombre que le quitó el rodado y escapó por calle Clavarino.


Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO

 

La información también indica que el personal policial, luego de recabar datos necesarios, pudo recuperar el rodado sustraído. Se trata de una bicicleta tipo todo terreno con cambios, que fue secuestrada en calle Bolivia al Norte sobre el canal Clavarino.

Por su parte –indicó el comunicado de prensa de la Policía- la Unidad Fiscal en turno también tuvo actuaciones al respecto, al disponer el reintegro del bien a su legítimo propietario; mientras se prosiguen con las actuaciones de rigor.

Ladrones de bicicleta

En 1948 el director de cine Vittorio de Sica filmó “Ladrones de Bicicleta”, un clásico.

Hay que ubicarse en la Italia de esos años. Hacía tres años que había finalizado la horrorosa Segunda Guerra Mundial con sus secuelas irreparables en términos individuales y colectivos, sin excepción.

Esta película –que fue un clásico del cine- toma su historia y su nombre de la novela homónima escrita por Luigi Bartolini, justamente de 1945.

Bartolini fue un consagrado pintor y uno de los mejores grabadores italianos del Siglo XX, además de un exquisito poeta y novelista.

Inconformista por formación y polémico por vocación, tanto Vittorio de Sica como Luigi Bartolini fueron críticos incansables de su época. Y son clásicos, porque siempre son actuales.

La historia es muy sencilla y se puede sintetizar en pocas oraciones.

Antonio –el protagonista- lleva más de un año buscando trabajo de manera infructuosa, hasta que logra ser contratado para colocar carteles en la vía pública. Eso sí, debe presentarse al día siguiente con una bicicleta. Sin bicicleta, no hay trabajo.

Pero, Antonio no tiene bicicleta. Y comprende que tampoco puede permitir perder esta oportunidad que le ofrece el destino.

La mujer de Antonio lo acompaña de manera decidida. Vende lo poco que tienen, incluyendo unas sábanas –lo más lujoso que poseían- y con ese dinero logran comprar una bicicleta usada.

Ambos celebran que, con ese bien recién adquirido (aunque usado), Antonio tendrá trabajo y con el trabajo tendrán una oportunidad para salir de la miseria. Sin embargo, justo en el primer día de trabajo, cuando está pegando carteles en la calle, le roban la bicicleta por un descuido de Antonio.

A partir de ese suceso, la historia cobra otro vértigo. Antonio intenta hacer la denuncia en sede policial, pero la policía no le da importancia, argumentando que está preocupada por asuntos más importantes en materia de seguridad; y prácticamente se le ríen en la cara.

Antonio decide rastrearla en el mercado donde se venden los objetos robados (el mercado del delito será motivo de otra nota, seguramente), pero todo es en vano. El siguiente intento es ir tras el ladrón. Consigue algunas pistas o datos y cuando se decide a enfrentarlo, varios vecinos defienden al ladrón. Incluso la saca barata, porque estuvo a punto de ser golpeado por esa masa anónima de personas.

Lo que sigue es el último intento de Antonio para no perder su trabajo, pero sabiendo que sólo lo podría realizar con una bicicleta, decide robar una.

Como la mayoría de los trabajadores desocupados, Antonio no sabe robar y es atrapado en el intento. Fue gracias al propietario de la bicicleta que no va preso. Esta persona desiste de hacer la denuncia policial porque comprende que Antonio tenía que afrontar demasiados problemas al no tener trabajo y no valía la pena sumarle uno más.

Un dato no menor: mientras se cuenta el derrotero de Antonio por recuperar la bicicleta, la historia es acompañada por la mirada de Bruno, su pequeño hijo. La magia del cine y de la literatura, permite a través de ese niño -y los espectadores- convertirse en testigos del desmoronamiento del padre.

Antonio se encuentra ahora peor que antes, porque a su crítica situación le debe agregar la vergüenza de haberse colocado al nivel de quien le había robado.

Volver a la realidad

En el caso de la bicicleta robada y recuperada por personal de la Comisaría Tercera, con la intervención de la Fiscalía y las actuaciones de rigor en el Poder Judicial, las matemáticas –y con ella la economía- nos podrán acercar otra mirada.

No se trata de exculpar al ladrón ni de condenar a la víctima. Nada más alejado de todo ese espíritu en este escrito. Sino de comprender la desproporción del propio Estado.

Por el robo de esta bicicleta de calle Clavarino intervino un fiscal (aproximadamente 200 mil pesos al mes), supervisado por un fiscal coordinador (casi 270 mil pesos por mes), un defensor oficial en caso de que no pueda pagarse un abogado particular (otros casi 150 mil pesos); procedimiento que es supervisado por un juez de Garantías (otros 230 mil pesos por mes) y seguramente –de no mediar un proceso abreviado- una sentencia de un vocal del Tribunal de Juicios y Apelaciones (otros 250 mil pesos por mes). Solo de la Justicia, 1.100.000 pesos mensuales, sin contar con la actuación de al menos seis policías, a un promedio de sueldo de 30 mil pesos cada uno, es decir, otros 180 mil pesos por mes, lo que daría un total de 1.280.000 pesos mensuales.

Todo esto solamente de sueldos. No se tiene en cuenta los gastos de infraestructura como una Oficina de Gestión de Audiencia (OGA), servicios como energía eléctrica, gas, mantenimiento de edificios, secretarios, amanuenses y empleados, librería y un innumerable costo de funcionamiento tan necesario como indispensable.

La ganancia que se obtiene con la justicia ejercida por el Estado, en teoría, debería ser que se trata de un servicio que interrumpe la posibilidad de la venganza, al arrebatar el conflicto a la sociedad e incluso –siempre en teoría- está llamada a evitar una posible repuesta tardía que puede estar embargada por la violencia.

Se sabe que el engranaje o la maquinaria estatal no siempre garantiza un veredicto justo. Del mismo modo, se sabe que la igualdad jurídica es un ideal que se pulveriza frente a la desigualdad al momento de aplicar la ley.

Se aprende en materia de cultura ciudadana que todos somos iguales ante la ley. Pero, no se enseña –aunque se aprende de manera dolorosa- que para la Justicia a veces algunos son más iguales que otros.

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