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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Crónicas de viajero

Recorriendo Bangkok

Recorriendo Bangkok

Martín Davico retomó sus viajes por el mundo. Ahora y desde Bangkok envía esta reseña para ser compartida con los lectores de EL ARGENTINO.


Por Martín Davico

El calor y la humedad de Bangkok al mediodía son sofocantes, y si bien en mayo comienzan los monzones, los vientos que traen la lluvia, en estos días apenas han caído algunas gotas para refrescar la tarde. Calor y humedad, sí. Mientras camino y transpiro por esta ciudad llena de grúas que construyen autopistas y edificios, pienso en la ingenuidad con la que llené mi mochila de ropa y en el inconveniente de cargarla a lo largo del viaje; en el sudeste asiático se pueden pasar largas temporadas con un par de sandalias, dos pantalones cortos y tres remeras…

Calor y humedad. Hace menos de una semana que el rey Rama X se ha proclamado como el nuevo monarca de Tailandia y las calles principales siguen adornadas de amarillo, el color que representa a la realeza. Heredero del trono y figura pública polémica (es de los que viven el presente, acaba de casarse por cuarta vez), las gigantografías con el retrato del jerarca aparecen por todos los rincones de la ciudad. Como si fuesen camisetas de fútbol, una enorme cantidad de gente se pasea con chombas amarillas que llevan el escudo de la casa real bordado en el pecho. Algunos visten remeras que dicen: “I love the King”.

Calor, humedad y sudor. El frío del aire acondicionado de los supermercados me parece el paraíso y es una razón más para entrar a comprar litros y litros de agua fría. Mientras los tailandeses se sientan a la sombra y dejan que el tiempo transcurra, me decido por una caminata maratónica hasta el Parque Lumpini. Al llegar, más de 500 personas trotan y hacen gimnasia. A las seis de la tarde un altoparlante empieza a hablar y para mi sorpresa todo el mundo se queda detenido en el lugar donde está. Los que corren se han detenido súbitamente ¿Están poseídos? Comienza a sonar una canción. La situación dura un minuto. Finaliza la música y todos vuelven a su actividad como si nada hubiera sucedido. Se trata del Himno Nacional que suena todos los días a la misma hora. Todos respetan el rito. No dejo de recordar que el país está controlado por una dictadura militar…

Calor y humedad, otra vez. El 95 por ciento de los tailandeses son budistas y aquí hay casi tantos templos y Budas como prejuicios en el mundo. Entre muchos está el Wat Pho, el templo que alberga al Buda reclinado de 45 metros de largo y 15 de alto. O el Wat Arún, otro templo impresionante con vistas magníficas desde las lanchas que navegan por el río el Chao Phraya, el principal de la ciudad. Imágenes por todas partes y de todos los tamaños y en distintas posiciones. El Buda de Oro, una estatua de oro puro que pesa 5,5 toneladas, uno de los tesoros más valiosos de Tailandia y del budismo.

Pero en Bangkok no todo es religión. Es de noche y voy a Kahosan Road, la peatonal hecha para los turistas. Mientras paseo, aturdido por la música de los bares y la energía alocada de los veinteañeros, una mujer uniformada me propone el típico masaje tailandés al doble de su verdadero precio. Acto seguido se me acerca un vendedor indio o pakistaní con un muestrario para ofrecerme un traje hecho a medida. Los carteles de los pubs publicitan “Laughing Gas” (gas de la risa) a un dólar y medio la dosis, y los puestos con bandejas llenas de escorpiones, gusanos e insectos no son especialmente atractivos para comerlos.

“- ¿Un tatuaje de henna?” Me pregunta una chica. “- Por ahora no, gracias”.

Calor y humedad, otra vez. Por los centros comerciales circulan los Mercedes Benz como hormigas y a pocas calles, en los barrios pobres de Bangkok, la gente vende hasta su cuerpo para sobrevivir. Todo muy distinto, pero todo muy igual. La desigualdad social es la marca registrada del mundo entero.

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