Diálogo con Marcos Ezequiel Filardi, abogado: “La Soberanía Alimentaria es decidir libremente como comunidad qué queremos comer y cómo producir”
Por Nahuel Maciel
EL ARGENTINO
Marcos Ezequiel Filardi nació en Capital Federal el 22 de agosto de 1979. Es abogado, se recibió en la Universidad de Buenos Aires en 2003 y está especializado en Derechos Humanos y Soberanía Alimentaria.
“La vocación de abogado me surgió con la idea de adquirir herramientas para la transformación y la justicia social. Y atendiendo a una situación concreta, que me aguijoneaba desde chico, que tiene que ver con el hambre como una problemática de Derechos Humanos. Eso viene de cuando tenía cinco años. Es un recuerdo de la infancia, cuando miré por televisión la hambruna en Etiopía (África). Eran imágenes de chicos de mi misma edad, que los mostraban cómo se morían por la televisión por no tener para comer. Esas imágenes me impactaron muy fuerte y me acompañan durante toda la vida”, confesará para señalar cómo se vinculó a los Derechos Humanos y la temática de la Soberanía Alimentaria.
Filardi visitó EL ARGENTINO para dialogar sobre la soberanía alimentaria como el derecho que tienen los pueblos para definir libremente sus prácticas políticas y sus estrategias de producción, distribución y consumo de los alimentos.
El concepto de soberanía alimentaria se acuñó por primera vez en 1996 en la Cumbre Mundial de la Alimentación que se desarrolló en Roma, y desde entonces se ha convertido en un verdadero paradigma, que es contrapuesto al modelo agroindustrial dominante en materia de producción alimentaria.
Este movimiento sostiene que es posible producir los alimentos en armonía con la naturaleza, en armonía con los seres humanos y que no es necesario depender de fertilizantes sintéticos ni de los transgénicos y mucho menos de los agrotóxicos.
La producción de alimentos, sanos, seguros y soberanos tiene como objetivo innegociable satisfacer las necesidades alimentarias locales. Para ello se prioriza la producción local, pero también se facilita su abastecimiento local, favoreciendo la relación directa entre productor y consumidor, eliminando de alguna manera los intermediarios clásicos o parasitarios de la cadena alimentaria, y que son los que más dividendos logra sin arriesgar nada en comparación.
-¿Cómo decidió estudiar abogacía?
-Decidí estudiar abogacía con el objetivo de trabajar en el campo de los Derechos Humanos y más concretamente en el derecho a una alimentación adecuada. Y cuando me recibí, al poco tiempo, en 2006 me fui a vivir al África para trabajar en Derechos Humanos vinculados con el acceso a la alimentación. Estuve viajando desde Sudáfrica hasta Egipto por el Este: Sudáfrica, Suazilandia, Lesoto, Madagascar, Comoras, Mozambique, Botsuana, Libia, Namibia, Zimbabue, Tanzania, Burundi, Ruanda, Kenia, Etiopía, Sudán y Egipto. Y luego cuando regresé de esa experiencia, me designaron en la Defensoría General de la Nación como tutor de los niños y niñas y adolescentes de los Centros de Refugiados y solicitantes de asilo. Así comencé a trabajar con los africanos que venían a la Argentina, muchos de ellos como polizontes en barcos. Luego regresé al África varias veces más, pero esta vez al Oeste, que eran los países de los que prevenían los chicos que llegaban desde Senegal, Costa de Marfil, Sierra Leona, y Liberia, entre otros. Esta actividad la desarrollé hasta 2013.
-¿Y la vocación docente cómo la descubre?
-Siendo estudiante de abogacía descubrí esa vocación. Era auxiliar docente, ayudante alumno como se lo denomina. Me inicié en Obligaciones Civiles y Comerciales y más tarde docencia hasta la actualidad. Y en la actualidad estoy muy comprometido con las llamadas Cátedras Libres de Soberanía Alimentaria, que son 47 espacios en todo el país; y también me desempeño en la Universidad de José C. Paz, donde dicto un curso de Derechos Humanos.
-Quisiéramos abordar el concepto de soberanía alimentaria. En una olla de cocina, el guiso de arroz, grano que vino de Oriente, se mezcla con la papa y el tomate de América. Es decir, la integración de los pueblos está en esa olla de cocina y no en el discurso pacato y acomodaticio de la diplomacia o en las burocracias y especulaciones de los Estados. ¿Cómo se encuadra el concepto de soberanía alimentaria?
-Por lo pronto, no tiene que ver con el concepto clásico de soberanía como prerrogativa de los Estados nacionales. Sino que habla del derecho de los pueblos a definir libremente las políticas, las prácticas y las estrategias de producción, distribución y consumo del alimento. La Soberanía Alimentaria es decidir libremente como comunidad qué queremos comer y cómo producir; y para ello qué queremos cultivar y cómo lo queremos hacer. Es decidir libremente si queremos alimentarnos con un maíz transgénico o un maíz criollo, cuyas semillas fueron preservadas de generación en generación. Es decidir si se le va a dar prioridad al valor nutritivo para los pueblos o que sea un negocio para unos pocos, mientras alrededor hay hambre o necesidades básicas insatisfechas. Se trata de que como comunidad podamos tomar esas decisiones y ejercer control sobre nuestro sistema alimentario.
-Entonces la soberanía está vinculada con la decisión cotidiana que debemos adoptar para un acto tan sagrado como trascendente que implica el alimentarse.
-Totalmente. Alimentarse es un acto sagrado, íntimo. Y no tiene nada que ver con concepciones chauvinistas o de falsos nacionalismos de consumir solamente lo nuestro, privándonos de otros alimentos muy nutritivos para la vida. Por eso hablamos de la soberanía de los pueblos, no de los Estados. El derecho que tenemos como individuos y como pueblo para ejercer el control sobre nuestro sistema alimentario.
-Cómo es la soberanía alimentaria hoy en la Argentina, más allá de las incipientes experiencias que se están viviendo como es el caso de Gualeguaychú a través del Plan de Alimentación Sana Segura y Soberana (PASSS).
-Lo primero que hay que decir es que a nivel país no es soberana la decisión de alimentarse. Tenemos un modelo agroindustrial dominante, que está basado principalmente en los agronegocios destinados a la exportación de monocultivos resistentes a herbicidas. La soja, que es un monocultivo que además es exótico, ocupa casi el 60 por ciento y además es una soja transgénica resistente a herbicidas. Y el 98 por ciento se exporta a otros mercados y queda un dos por ciento para el mercado local. A eso hay que sumarle un maíz transgénico, también resistente a herbicidas; lo mismo que el algodón. Es decir, el sistema alimentario en Argentina no está pensado para satisfacer nuestras necesidades alimentarias, sino para producir unos pocos commodities (materias primas de poco valor agregado) exportables para generar ganancias para unos muy pocos.
-En el concepto de soberanía también se debe incluir el modo en cómo se narra o describe o nomina a la realidad. No es lo mismo decir, aplicaciones fitosanitarias, agroquímicos o agrotóxicos.
-En la Cátedra Libre hablamos de agrotóxicos, porque claramente lo son.
-¿No se comprende muy bien por qué cuesta entender que un agrotóxico es un veneno?
-Justamente por eso se buscan los eufemismos o señalarlo con otros términos: agroquímicos o aplicaciones fitosanitarias. Pensemos en fitosanitario, productos que cuidan la sanidad vegetal y agroquímico como si fuera algo neutro. Incluso muchos hablan de estas aplicaciones como si fueran un remedio. Claramente que la batalla también es semántica, porque de esa concepción luego se describirá y se percibirá la realidad en la que vivimos. Por eso debemos enfatizar que estamos en presencia de productos tóxicos, es decir, venenosos. Son productos biocidas, porque son productos que fueron diseñados para matar formas de vida. Si es para una hierba, será un herbicida; si es un insecto, un insecticida; si es un ácaro, un acaricida; si es un hongo, un funguicida. Es decir, estamos en presencia de productos que fueron diseñados para matar formas de vida con las cuales compartimos cargas genéticas. Pensar que eso está diseñado para matar esas formas de vida y que no nos van a hacer daño a los humanos es un insulto a la más elemental inteligencia.
-En estos momentos, mientras mantenemos este diálogo, en Estados Unidos la Justicia está condenando con cifras millonarias a los grupos que promueven los agrotóxicos y lo hacen en base a estudios de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Mientras ocurre esto, contemporáneamente, en Entre Ríos se pretende impulsar a través de la Justicia y del Gobierno la idea de que las bibliotecas están divididas. Pareciera que las entidades patronales del campo no se han enterado de estos juicios condenatorios y si se han enterado, lo ocultan en sus presentaciones.
-Como mínimo se están haciendo los desentendidos. Y esto no es nuevo. La bisagra fue en 2015, cuando la OMS revisó toda la literatura científica vinculada a un ingrediente activo de un agrotóxico que es el más usado a nivel global y que es el Glifosato. Y la OMS determinó que es un cancerígeno para los seres humanos y los animales. Y las entidades del campo en Argentina sostienen que no hay evidencias científicas para llegar a esas conclusiones, desmintiendo a la propia Organización Mundial de la Salud. Incluso desmintiendo lo que está ocurriendo en la actualidad en Estados Unidos. En ese país hay 13.400 juicios contra la empresa Monsanto, justamente por ocultar a los usuarios y consumidores que el Glifosato es cancerígeno. Ahora se conocieron tres condenas contra Monsanto y con cifras muy importante; la última por casi dos mil millones de dólares por un solo caso. Es decir, por primera vez asistimos a la posibilidad real y concreta que la empresa adquirente de Monsanto, la Bayer enfrente la posibilidad de ir a la quiebra. Desde que compró Monsanto, la Bayer disminuyó un 44 por ciento el valor de sus acciones en las cotizaciones bursátiles, y si este nivel de indemnización se mantiene el horizonte no es otro que el de la quiebra. Y eso que estamos hablando solamente de lo que ocurre en Estados Unidos; luego se vendrán una catarata de juicios en todas partes del mundo. ¿Bayer podrá sostener con sus propios capitales estas situaciones o el Estado alemán tendrá que salir al rescate de esta empresa?
-Sin embargo, estos grupos económicos suelen exigir leyes especiales para radicarse en un país y muchas veces hasta doblegan el espíritu republicano. Así, el común de los mortales percibe que frente a este poder global no tiene defensa. Por eso en Entre Ríos, los movimientos sociales unidos lograron avances importantes como ha sido el colectivo “Paren de fumigar”, para citar un ejemplo.
-Así es y eso es efectivamente lo que está pasando. Que alcance con recorrer la historia de la lucha contra los agrotóxicos para darse cuenta que año a año se van sumando nuevas voces y está claramente creciendo la conciencia colectiva. Quién iba a imaginar que Bayer al comprar Monsanto, decidiera cancelar la marca porque popularmente ya está asociada con la muerte. Quién iba a imaginar que una multinacional como Bayer, que es una de las más importantes del planeta, que ha atravesado la Primera y Segunda Guerra Mundial, hoy afronte la posibilidad concreta de ir a la quiebra.
-Eso es fruto de la movilización colectiva a escala planetaria.
-Así es. Recordemos el antecedente de 2016, cuando se conformó en La Haya el Tribunal Popular contra Monsanto. La sociedad civil de todo el mundo (no los Estados) se dieron cita en La Haya para sentar simbólicamente en el banquillo de los acusados a la empresa y decidir si era responsable de violaciones a los Derechos Humanos y de ecocidio. Y esta es la perspectiva de los juicios que se están entablando en Estados Unidos. Es decir, hay una mayor concientización social, hay una mayor movilización y realmente se está dando un reequilibrio de las fuerzas en juego.
-No sólo se genera un daño a la salud humana, sino también a la biodiversidad e incluso a las identidades culturales (agricultores sin semillas).
-Exactamente. Por eso se sostiene que el modelo instaurado por el paquete de transgénico es un modelo ecocida y genera un daño permanente en la cadena de la vida. Es un modelo ecocida por goteo, que lo está generando tanto en el campo como en las ciudades. Sin duda es un modelo claramente violatorio a nuestro sistema de Derechos Humanos: el derecho a la vida, a la alimentación, al agua, a vivir en un ambiente sano.
-Por estas horas, el presidente de la Federación Agraria Argentina en Entre Ríos, Elbio Guía, frente al fallo del Superior Tribunal de Justicia (STJ) que le puso un límite concreto al decreto del Poder Ejecutivo provincial en cuanto a las distancias para fumigar en escuelas rurales, sostiene públicamente que hay que trasladar a esas escuelas porque el campo estaba antes que ellas.
-Eso es una barbaridad por donde se lo analice. Me hace acordar cuando la pastera Botnia sostenía que había que erradicar a Gualeguaychú. Pero lo importante es que los que nos oponemos a los agrotóxicos, no negamos que se pueda producir. Todo lo contrario. Si disponemos todo para producir alimentos sanos, soberanos, solidarios y de calidad; incluso alrededor de las escuelas rurales. El tema es que no tiene que ser con venenos. De lo único que se trata el fallo del Superior Tribunal es el de preservar a los alumnos y docentes a que no sean envenenados. Que no sean rociados con tóxicos. Cada vez más la literatura científica revela que se ocasionan daños en la salud, muchos de ellos irreversibles. No se puede poner los intereses económicos de una minoría por encima de la salud de la población. Lo que hizo la Justicia entrerriana es responder a una demanda social cada vez más fuerte y a poner las cosas en su justo orden, en su justa dimensión.
-¿Cómo se recrea la esperanza?
-Se recrea a través de acciones colectivas. Y quiero subrayar el concepto de colectivo, porque no hay soluciones o salidas individuales. Por supuesto, cada uno de nosotros puede, en ese acto íntimo y sagrado que es el alimentarse, decidir qué se llevará a la boca. Y desde lo político generar los cambios para fortalecer el sistema alimentario sano y de calidad. Y del mismo modo hay que exigir un cambio de modelo, de matriz productiva. Y si bien estamos frente a un modelo global claramente dominante, los Municipios son clave y tienen un rol protagónico como histórico para marcar una bisagra. Por eso estoy muy orgulloso de estar en Gualeguaychú, porque ha sido uno de los primeros Municipios a nivel nacional que ha evidenciado suficiente voluntad política para prohibir el Glifosato luego de una discusión plural. Y la propositiva: impulsar políticas púbicas que permitan la transición hacia el modelo de la agroecología. Es decir, acompañar los procesos para otra matriz productiva. No hay que demonizar al productor, porque es víctima de ese modelo y hay que ofrecerles alternativas para que adhiera a la agroecología. No será de un momento para el otro, pero se está en la dirección correcta: hay que cambiar la matriz productiva de los agrotóxicos.