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Sociales

La fábula del maletín: el "hombre sencillo" que dejó al descubierto la debilidad del sistema informativo

La fábula del maletín: el "hombre  sencillo" que  dejó al descubierto la  debilidad del sistema informativo

¿Cómo hizo un humilde vecino de Nogoyá, Entre Ríos, para que una historia inventada fuera tenida por cierta y se divulgara en los más alejados países del mundo? Héctor Gambini, editor de Clarín, dedicó al asunto su columna, en la que cuestiona con severidad a cierto periodismo, devenido en un "aparato de repetición automática para ganar clics":

Un hombre sencillo que vive en un pueblo sencillo inventó una historia sencilla. Su historia inventada recorrió el mundo en menos de 12 horas como si fuese cierta. El hombre sencillo no hizo nada grave, después de todo. O quizá sí: cometió un delito imaginario que debería llamarse defraudación a la confianza pública.

Mejor inventarle un delito que revisar los mecanismos de propagación vertiginosa que hicieron galopar hasta las estepas rusas a una noticia falsa originada en un pueblo entrerriano. Esta vez no fueron los robots implacables de la inteligencia artificial ni los equipos de campaña de marketing político más sofisticados del mundo. Lo hizo una deformación del periodismo global que muchas veces es más un aparato de repetición automática para ganar clics que un productor de historias propias. Y auténticas.

El hombre sencillo dijo que en su pueblo -Nogoyá, Entre Ríos- había encontrado una valija con una fortuna y un arma. Este agregado fue su perdición. El arma hizo intervenir a un fiscal para corroborar los hechos y el invento quedó a la intemperie.

El martes a la noche, el hombre viajaba hacia un canal de TV de Buenos Aires cuando el periodista que lo acompañaba leyó en Clarín la verdadera primicia del caso: que todo era falso. "No hay empresario, ni maletín, ni arma, ni dólares", contaba el fiscal.

El changarín insistió: "No sé qué pasa, yo no mentí". Lo que pasaba es que su historia había sido confrontada por primera vez con otra fuente. El auto dio la vuelta y se volvió al pueblo. El carruaje del príncipe changarín se volvió calabaza. El miércoles se levantó y desayunó sinceridad: "Inventé todo. Pido perdón... sólo quería un trabajo en blanco".

Pensó que para eso debía ir a los medios. El truco casi infantil -invento que soy un héroe y luego pido un trabajo estable- funcionó perfecto, pero las redes lo llevaron demasiado lejos. El hombre sencillo ya no engañaba únicamente a la radio local.

Lo pasaron en vivo por Facebook y fue suficiente: el falso héroe desembarcó en tiempo real en algunos portales de noticias porteños, la TV mandó enviados especiales y la fake news ocupó un lugar central en los noticieros. Por la tarde, su conmovedora y falsa historia se leía en medios digitales de Rusia, Colombia, Perú, Uruguay, Paraguay, Chile y Costa Rica.

La tentación de comunicar rápido una historia blanca, humana, perfecta -el hombre pobre devuelve una fortuna hallada en la calle porque no es suya y como única recompensa pide trabajo- pareció superar en algunos casos a la molesta obligación de chequear y exponerse a la desilusión de una desmentida.

El encanto falso es más económico que la decepción cierta. ¿Es mejor todavía ganar clics con el hecho sin comprobar y luego duplicarlos con la aclaración? Si el vértigo de la carrera cuantitativa patea los principios esenciales del periodismo, cruje la credibilidad.

El peor escenario es que ese vértigo incorpore con naturalidad a las fake news -encandilado por la suma de clics-, y que la verdad no importe tanto.

El changarín consiguió su popularidad aún decepcionando. No perdió por eso su derecho a un empleo en blanco y un eventual empleador hasta podría valorar su capacidad estratégica. Le costará más recuperar la confianza de sus vecinos:"Ya no hay héroes", comentó una señora mayor en la plaza del pueblo.

Empapados en la tormenta de clics, los medios corren tras la próxima historia. Sin paraguas.

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