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Opinión

Recordar un deber, olvidar un pecado

Recordar un deber, olvidar un pecado

Por Roberto Franco

(Colaboración)

No fue olvido, ni temor al pecado, fue solo el deseo de dejar pasar el tiempo – 30 años – para marcar las similitudes y los contrastes del pasado y el presente.

Sin dudas, marcaste un tiempo especial, lleno de integridades, en la Iglesia y en la educación continuando la obra que, por encargo de Monseñor Chalup iniciara la Madre María Leonor Morales.

Esa frase “lleno de integridades” fue la impronta que supiste insuflarle al Instituto Sedes Sapientiae lo que le valió ser reconocido por su nivel intelectual y su sapiencia a nivel nacional.

¡Cuántos egresados del Sedes cubriendo el mapa de la Patria sembraron la semilla de la probidad intelectual y sobre todo de los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia!.

Siempre promoviendo nuevas oportunidades educativas y sobre todo, abriendo el acceso a la sabiduría convocando a católicos de lo más brillante de la Argentina.

Tu idea final, la más radiante quizás, fue en una decisión ciclópea traer los Cursos de Cultura Católica al Sedes Sapientiae. Diez noches a pura cultura católica con la presencia nada menos que de Carmelo Palumbo y Cayetano Licciardo.

Pero bruscamente tu vida se apagó el 3 de marzo de 1989.

Muchas obras quedaron en el camino, los profesionales de Acción Católica desfallecieron al no asignarse un asesor acorde a las circunstancias.

¡Pero si tenía una obligación moral y de reconocimiento contigo, no dejar morir los Cursos de Cultura Católica! Para ellos no necesitaba la aprobación de las autoridades eclesiásticas.

Fueron sin dudas el último acto cultural católico que desde 1988 hasta 2003 llenaron trece noches por años a toda Doctrina de la Iglesia con una asistencia promedio de 400 asistentes.

Ya se avizoraban los cambios en la Iglesia, el progresismo fue enquistándose en las estructuras, y salvo algunas excepciones como Fortunato, Jeannot, Boxler – hasta su muerte – y los llamados curas gendarmes – porque cubren las fronteras de la diócesis – solo, con la colaboración, mientras pudo, de Celestino Toller y los queridos alumnos llevé a cabo y culminé esta obra de la Iglesia que tanto anhelabas.

Digno agradecer a Enrique Castiglioni y Chichito Lapalma, quienes desde la Corporación del Desarrollo estuvieron a mi lado. ¡Muchas gracias!

Miles de anécdotas llegan a mi mente. Recuerdo la mesa ovalada del Obispado – siempre de puertas abiertas – en la que todos los días clarificabas la mente de tus alumnos.

Aquellas brillantes alumnas que profesaban la religión judía a las que les exigiste rendir Teología IV, y que luego de respetuosos y acalorados debates aprobaron excelente el examen.

Algunos alumnos de esos tiempos, al comentarles esta idea de no olvidarle, con lágrimas en los ojos aprobaban esta iniciativa.

Fuiste un actor social, de semblante serio y severo, pero de corazón tierno y solidario, siempre presente en los aniversarios de las entidades de la ciudad, pues no es necesario ser complaciente y tibio para ser reconocido.

Ya me voy yendo, aunque tendría muchas páginas para llenar con tus recuerdos.

Galopeador contra el viento, orejano por convicción, y respetuoso y admirador de los que infunden sabiduría, anhelo que desde el lugar que Dios te tiene asignado, sepas que la homilía que me dedicaste sobre el olvido, a la muerte de mi madre, pese a los años, no cayó en el baúl de las cosas olvidadas.

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