A 20 años del accidente de la cantante Gilda, habla el abogado del chofer que causó la tragedia
Míriam Alejandra Bianchi nació el 11 de octubre de 1961 en Villa Paranacito y falleció trágicamente el 7 de septiembre de 1996 en el kilómetro 129 de la ruta nacional 12, en inmediaciones de Ceibas.
Se puede decir que nació y murió en su propia tierra. Miriam Alejandra Bianchi trascendió su propia vida como Gilda: la cantante y compositora de música tropical.
“Ámame suavecito”, “Corazón valiente”, “Corazón herido”, “Fuiste”, “No me arrepiento de este amor”, entre tantos otros temas, hoy son coreados por el trabajador que, bolso al hombro, espera en la parada de un colectivo para ir a su trabajo; o por aquella que espera el reencuentro de su amor. No es casual que Gilda sea considerada un ícono de la cultura popular nacional.
Antes de subirse al escenario fue maestra jardinera y su carrera musical se inició al responder un aviso en el diario, dónde solicitaban vocalistas para un grupo musical.
Así, Miriam Alejandra Bianchi se convirtió en Gilda, en honor al personaje que encarnó Rita Hayworth en la película del mismo nombre.
En los archivos del diario EL ARGENTINO, se registra que la tarde del 7 de septiembre de 1996 llovía en el kilómetro 129 de la ruta nacional 12, cerca de Ceibas esa tierra de matreros pero también de magia y misterios.
Gilda con su grupo se dirigía a Chajarí para dar un recital. Por el carril contrario venía el camión conducido Renato Sant Ana Dalves, de nacionalidad brasileño. Tal como quedó demostrado en el posterior juicio, el camionero realizó una maniobra indebida y eso tuvo consecuencias fatales: Gilda y otras seis personas perdieron la vida.
A veinte años de este luctuoso siniestro vial, el doctor Darío Carrazza, abogado del camionero, dialogó con EL ARGENTINO y dio cuenta de cómo llegaron a este caso y algunos detalles que, a la luz del tiempo transcurrido, cobran mayor significación.
El juicio
El 7 de agosto de 1999, el entonces juez correccional de Gualeguaychú, doctor Jorge Torres, condenó a dos años y seis meses de prisión en suspenso al camionero brasileño, por haber provocado el accidente. También dispuso siete años de inhabilitación para manejar.
Sant Ana Dalvez fue responsable del delito de homicidio culposo de Miriam Bianchi (Gilda), Mariela Magnin, Isabel Scioli, Gustavo Babini, Raúl Larrosa, Elbio Mazzuco, y Enrique Toloza.
En el juicio declararon Juan Carlos Giménez, músico, compañero de Gilda; Ricardo Fuentes, sonidista, quien viajaba en el micro, tres asientos detrás del conductor; Rubén Edgard Politino, conductor de un tercer vehículo que también fue embestido en el accidente; José Alberto Márquez, acompañante de Politino; Andrés Irigoitía, oficial de Policía del Departamento Islas del Ibicuy; Alberto Acosta, testigo de la defensa, quien pasó con su auto diez minutos después del choque; y Néstor Raúl Cáceres, comisario de Operaciones de la Policía de Ibicuy en 1996.
La defensa del camionero la ejercieron los doctores Guillermo “Guengo” Martínez Garbino y Darío Carrazza.
Memoria
“El proceso era diferente a cómo se desarrolla en la actualidad, que es enteramente oral y público. En ese entonces, el procedimiento tenía, podíamos decir, dos etapas: una de instrucción que era escrita, casi hermética e inquisidora y una segunda que era oral y pública”, destacó Carrazza para dar cuenta también del cambio de paradigma en el servicio de Justicia. “El otro cambio significativo es que ahora no hay jueces de Instrucción”, agregó para luego ilustrar: “Por eso se llamaba mixto, además lo juzgaba un juez Correccional, porque el delito culposo o por imprudencia no iba a los Tribunales de Enjuiciamiento”.
“Nosotros fuimos contratados por la empresa de transporte, que era de Brasil”, indicó Carrazza. “El camionero era de San Pablo y lo común era que los choferes de esa nacionalidad que tuvieran un siniestro vial en nuestras rutas, ni siquiera se presentaban a juicio”, contextualizó.
“La empresa de transporte se llamaba Traslor y era la compañía más grande del Brasil. Los dueños eran un matrimonio de San Pablo que tenían 1.600 camiones y para esa época habían vendido unos días antes del accidente la mitad de la empresa a una firma norteamericana que se llamaba Raider; y la otra mitad se iba a concretar posteriormente”, recordó Carrazza.
“Raider exigía, como norma de calidad, que se tenía que responder a las citaciones judiciales. Entonces, este siniestro justo ocurre en medio de esas negociaciones y cuyo contexto era nada menos que siete personas fallecidas de manera trágica, además de diez heridos de gravedad, entre ellos el propio Renato Sant Ana Dalves”, destacó el abogado del camionero.
“No hubo prisión preventiva, porque se entendió que el propio chofer tuvo una pena natural como consecuencia del accidente y que tuvo que ser sometido a operaciones quirúrgicas recurrentes y siempre estuvo a Derecho”, contextualizó.
Carrazza recordó que a “Guengo” Martínez Garbino lo llamó el jefe del estudio jurídico de la empresa brasilera y que se llamaba (hoy ya fallecido) José Carlos de Mello Dias.
Ellos en principio querían un estudio de abogados local para que le sacaran fotocopias del expediente y demás trámites menores. “El asunto es que De Mello Dias y Martínez Garbino acuerdan encontrarse en el Hipódromo de Palermo, porque corría justo un caballo que era de Guengo”.
“Se encuentran en el Hipódromo para tomar un café y Guengo le dice que no va a tomar un café, sino un whisky y doble”, reconstruyó Carrazza esos primeros diálogos en la defensa de unos de los casos de mayor trascendencia nacional que tuvo la Justicia de Gualeguaychú.
“De Mello Dias pidió lo mismo y la relación fue mucho más allá de simples fotocopias, porque Guengo logró que el caso lo llevara adelante su estudio de abogados, además de forjar una amistad que duró siempre. Lo único que no pudieron los brasileños fue hacer subir a Guengo a un avión, porque tenía pánico a las alturas”.
“Hubo muchas reuniones y finalmente los brasileños comprendieron que lo mejor era que Guengo llevara el caso y yo lo secundaba”, expresó Carrazza con más memoria que nostalgia.
“Mi rol fue el mismo que tenía en el estudio y en todos los juicios. De alguna manera era quien hablaba. Para dar un ejemplo, mi alegato duró casi una hora y el de Guengo quince minutos. Si bien al caso lo llevé yo, la dirección fue de él y la estrategia también fue definida por él”, destacó Carrazza con mucha precisión pero también con un profundo reconocimiento al saber y a la experiencia de Guengo para “leer” los casos penales.
Salvando traducciones
Carrazza confío a EL ARGENTINO que con este caso se puso a estudiar portugués, pero más como autodidacta. Cuando finalizó la etapa de pruebas, se pasó a un cuarto intermedio para dar lugar a los alegatos de clausura. Esto fue el 7 de agosto de 1999, el mismo día del veredicto. “Estudiaba el idioma a través de unos cassettes que me había conseguido y Sant Ana me dijo: ´Vou embora´, que entendí que era si se podía ir luego del veredicto. Y le dije que sí. Pero en rigor, lo que me estaba diciendo era ´me rajo ahora´”.
“El asunto es que cuando vamos a almorzar, me doy cuenta que el camionero se había ido de la ciudad y que yo había cometido la brutalidad idiomática de entender una cosa cuando en rigor, significaba otra. Para ser breves, tuve que dar cuenta a la Departamental de Policía que en el puesto de Zárate Brazo Largo lo detuvieran, que no lo asustaran, pero que lo tenían que traer de nuevo para finalizar el juicio”.
“Cuando volvió a las cuatro de la tarde, llegó justo a tiempo para los alegatos. Cuando se dio el veredicto, quedaron satisfechos, aunque siempre fueron conscientes de que se trató de una tragedia porque se habían perdido siete vidas. El dolor fue siempre inmenso, más allá de que el caso se haya encuadrado –como era de corresponder- en un homicidio culposo”.
“Y los brasileños quedaron conformes porque se cumplió con la Justicia y se logró una condena proporcional teniendo en cuenta el carácter culposo que había que demostrar”, finalizó Carrazza.
Hay que tener en cuenta que tanto la fiscalía como la defensa encuadraron los hechos en la figura de homicidio culposo y así lo entendió también el juez Torres.
“Ámame suavecito”, “Corazón valiente”, “Corazón herido”, “Fuiste”, “No me arrepiento de este amor”, entre tantos otros temas, hoy son coreados por el trabajador que, bolso al hombro, espera en la parada de un colectivo para ir a su trabajo; o por aquella que espera el reencuentro de su amor. No es casual que Gilda sea considerada un ícono de la cultura popular nacional.
Antes de subirse al escenario fue maestra jardinera y su carrera musical se inició al responder un aviso en el diario, dónde solicitaban vocalistas para un grupo musical.
Así, Miriam Alejandra Bianchi se convirtió en Gilda, en honor al personaje que encarnó Rita Hayworth en la película del mismo nombre.
En los archivos del diario EL ARGENTINO, se registra que la tarde del 7 de septiembre de 1996 llovía en el kilómetro 129 de la ruta nacional 12, cerca de Ceibas esa tierra de matreros pero también de magia y misterios.
Gilda con su grupo se dirigía a Chajarí para dar un recital. Por el carril contrario venía el camión conducido Renato Sant Ana Dalves, de nacionalidad brasileño. Tal como quedó demostrado en el posterior juicio, el camionero realizó una maniobra indebida y eso tuvo consecuencias fatales: Gilda y otras seis personas perdieron la vida.
A veinte años de este luctuoso siniestro vial, el doctor Darío Carrazza, abogado del camionero, dialogó con EL ARGENTINO y dio cuenta de cómo llegaron a este caso y algunos detalles que, a la luz del tiempo transcurrido, cobran mayor significación.
El juicio
El 7 de agosto de 1999, el entonces juez correccional de Gualeguaychú, doctor Jorge Torres, condenó a dos años y seis meses de prisión en suspenso al camionero brasileño, por haber provocado el accidente. También dispuso siete años de inhabilitación para manejar.
Sant Ana Dalvez fue responsable del delito de homicidio culposo de Miriam Bianchi (Gilda), Mariela Magnin, Isabel Scioli, Gustavo Babini, Raúl Larrosa, Elbio Mazzuco, y Enrique Toloza.
En el juicio declararon Juan Carlos Giménez, músico, compañero de Gilda; Ricardo Fuentes, sonidista, quien viajaba en el micro, tres asientos detrás del conductor; Rubén Edgard Politino, conductor de un tercer vehículo que también fue embestido en el accidente; José Alberto Márquez, acompañante de Politino; Andrés Irigoitía, oficial de Policía del Departamento Islas del Ibicuy; Alberto Acosta, testigo de la defensa, quien pasó con su auto diez minutos después del choque; y Néstor Raúl Cáceres, comisario de Operaciones de la Policía de Ibicuy en 1996.
La defensa del camionero la ejercieron los doctores Guillermo “Guengo” Martínez Garbino y Darío Carrazza.
Memoria
“El proceso era diferente a cómo se desarrolla en la actualidad, que es enteramente oral y público. En ese entonces, el procedimiento tenía, podíamos decir, dos etapas: una de instrucción que era escrita, casi hermética e inquisidora y una segunda que era oral y pública”, destacó Carrazza para dar cuenta también del cambio de paradigma en el servicio de Justicia. “El otro cambio significativo es que ahora no hay jueces de Instrucción”, agregó para luego ilustrar: “Por eso se llamaba mixto, además lo juzgaba un juez Correccional, porque el delito culposo o por imprudencia no iba a los Tribunales de Enjuiciamiento”.
“Nosotros fuimos contratados por la empresa de transporte, que era de Brasil”, indicó Carrazza. “El camionero era de San Pablo y lo común era que los choferes de esa nacionalidad que tuvieran un siniestro vial en nuestras rutas, ni siquiera se presentaban a juicio”, contextualizó.
“La empresa de transporte se llamaba Traslor y era la compañía más grande del Brasil. Los dueños eran un matrimonio de San Pablo que tenían 1.600 camiones y para esa época habían vendido unos días antes del accidente la mitad de la empresa a una firma norteamericana que se llamaba Raider; y la otra mitad se iba a concretar posteriormente”, recordó Carrazza.
“Raider exigía, como norma de calidad, que se tenía que responder a las citaciones judiciales. Entonces, este siniestro justo ocurre en medio de esas negociaciones y cuyo contexto era nada menos que siete personas fallecidas de manera trágica, además de diez heridos de gravedad, entre ellos el propio Renato Sant Ana Dalves”, destacó el abogado del camionero.
“No hubo prisión preventiva, porque se entendió que el propio chofer tuvo una pena natural como consecuencia del accidente y que tuvo que ser sometido a operaciones quirúrgicas recurrentes y siempre estuvo a Derecho”, contextualizó.
Carrazza recordó que a “Guengo” Martínez Garbino lo llamó el jefe del estudio jurídico de la empresa brasilera y que se llamaba (hoy ya fallecido) José Carlos de Mello Dias.
Ellos en principio querían un estudio de abogados local para que le sacaran fotocopias del expediente y demás trámites menores. “El asunto es que De Mello Dias y Martínez Garbino acuerdan encontrarse en el Hipódromo de Palermo, porque corría justo un caballo que era de Guengo”.
“Se encuentran en el Hipódromo para tomar un café y Guengo le dice que no va a tomar un café, sino un whisky y doble”, reconstruyó Carrazza esos primeros diálogos en la defensa de unos de los casos de mayor trascendencia nacional que tuvo la Justicia de Gualeguaychú.
“De Mello Dias pidió lo mismo y la relación fue mucho más allá de simples fotocopias, porque Guengo logró que el caso lo llevara adelante su estudio de abogados, además de forjar una amistad que duró siempre. Lo único que no pudieron los brasileños fue hacer subir a Guengo a un avión, porque tenía pánico a las alturas”.
“Hubo muchas reuniones y finalmente los brasileños comprendieron que lo mejor era que Guengo llevara el caso y yo lo secundaba”, expresó Carrazza con más memoria que nostalgia.
“Mi rol fue el mismo que tenía en el estudio y en todos los juicios. De alguna manera era quien hablaba. Para dar un ejemplo, mi alegato duró casi una hora y el de Guengo quince minutos. Si bien al caso lo llevé yo, la dirección fue de él y la estrategia también fue definida por él”, destacó Carrazza con mucha precisión pero también con un profundo reconocimiento al saber y a la experiencia de Guengo para “leer” los casos penales.
Salvando traducciones
Carrazza confío a EL ARGENTINO que con este caso se puso a estudiar portugués, pero más como autodidacta. Cuando finalizó la etapa de pruebas, se pasó a un cuarto intermedio para dar lugar a los alegatos de clausura. Esto fue el 7 de agosto de 1999, el mismo día del veredicto. “Estudiaba el idioma a través de unos cassettes que me había conseguido y Sant Ana me dijo: ´Vou embora´, que entendí que era si se podía ir luego del veredicto. Y le dije que sí. Pero en rigor, lo que me estaba diciendo era ´me rajo ahora´”.
“El asunto es que cuando vamos a almorzar, me doy cuenta que el camionero se había ido de la ciudad y que yo había cometido la brutalidad idiomática de entender una cosa cuando en rigor, significaba otra. Para ser breves, tuve que dar cuenta a la Departamental de Policía que en el puesto de Zárate Brazo Largo lo detuvieran, que no lo asustaran, pero que lo tenían que traer de nuevo para finalizar el juicio”.
“Cuando volvió a las cuatro de la tarde, llegó justo a tiempo para los alegatos. Cuando se dio el veredicto, quedaron satisfechos, aunque siempre fueron conscientes de que se trató de una tragedia porque se habían perdido siete vidas. El dolor fue siempre inmenso, más allá de que el caso se haya encuadrado –como era de corresponder- en un homicidio culposo”.
“Y los brasileños quedaron conformes porque se cumplió con la Justicia y se logró una condena proporcional teniendo en cuenta el carácter culposo que había que demostrar”, finalizó Carrazza.
Hay que tener en cuenta que tanto la fiscalía como la defensa encuadraron los hechos en la figura de homicidio culposo y así lo entendió también el juez Torres.
La muerte de Gilda hoy es recordada a través de una especie de santuario erigido en el mismo kilómetro 129 de la ruta nacional 12, en cercanía de Ceibas. Quien visite ese lugar, observará todavía el ómnibus en el que viajaba la cantante junto a su grupo. Los restos de Gilda descansan en la tumba Nº 3.635 de la Galería 24 del Cementerio de la Chacarita.
Por Nahuel MacielEste contenido no está abierto a comentarios