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Diario El Argentinojueves 28 de marzo de 2024
Colaboraciones

Museo del Prado

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Acaba de llegarme un video hecho en España, donde unos niños recorren el Museo del Prado acompañados de un maestro. En realidad, es una escenografía que crea la ilusión de estar en el famoso museo, destinada a brindar una experiencia a los niños.


Luego de dar una formal bienvenida al Museo del Prado, lo primero que el maestro le pregunta a un niños es: ¿a quién prefieres más como pintor, a Goya, Velázquez o Cristiano Ronaldo?...el niño responde: ¡a Cristiano Ronaldo!.... en medio de risas.

Hay una copia del retrato de Quevedo (Velázquez) y el maestro invita a un niño a que le saque los anteojos, cosa que el niño hace sorprendido. Luego encaran el retrato El caballero de la mano en el pecho (El Greco). De las puntillas de su manga, sobresale un hilo que los niños tiran, intentando destejer la camisa. Finalmente le toca a Las Meninas, una puesta en escena con actores, montada tras un vidrio que el maestro abre como si fuera una puerta, para que los niños ingresen. Allí se presentan los personajes y la infanta Margarita de Austria le pide a una niña que ocupe su lugar porque hace cuatrocientos años que está petrificada en su retrato y necesita hacer pis. Igual hacen los otros integrantes del cuadro. Pronto los niños reemplazan a los actores y llega un contingente de visitantes que alaban la perfección y naturalidad de los rostros, mientras los niños hacen esfuerzos por quedarse inmóviles. Todo termina cuando salen de la pintura y se van corriendo hacia la salida.

Teóricamente, esta experiencia es vista por los adultos como una forma de acercar a los niños hacia la cultura, en este caso, representada por la pintura. Hay un esfuerzo remarcable, todo está muy bien pensado y producido, pero yo no termino de entender qué es lo que se pretende hacer con los niños. Los cuadros son reproducciones enmarcadas y Las Meninas, un montaje teatral. Aquí la pintura ni pincha ni corta. Velázquez no ha tenido oportunidad de decir palabra y los niños no han posado sus ojos en las breves y nerviosas pinceladas que construyen su fantástico universo. La experiencia cultural no está relacionada con la pintura. Tampoco se aprovecha el momento para explicar a los niños la inusual disposición de los personajes, el ingenioso reflejo de Felipe IV en el espejo, y menos, la condición única de la escena que incluye al espectador, que, al pararse frente al cuadro, ocupa el lugar del rey.

Quevedo es sólo una cara con anteojos reales que el niño puede quitarle para ponérselos al retrato vecino. Da igual que sea el insigne escritor o Juan del Palote. No hay referencia alguna a su obra, ni siquiera se repiten alguno de los chistes ingeniosos que se le atribuyen como aquel: “ entre el clavel y la rosa, Su Majestad escoja”. La literatura, en cualquiera de sus más piadosas  y accesibles formas, descartada.

Nos queda el maravilloso edificio del Museo del Prado, obra cumbre de Juan de Villanueva, con su curiosa historia que empieza como Gabinete de Ciencias Naturales y termina años después como Museo de Pinturas y Esculturas. Aquí talla Carlos III, el amado rey que modernizó Madrid y la voluntad de la reina María Isabel de Braganza que protegió el patrimonio artístico de la corona para las generaciones futuras. Un edificio tan monumental, merece ser mostrado a los niños; sus anexos recientes, alarde de ingenio arquitectónico también. Sólo la narración  del épico traslado de los cuadros para ser ocultados durante la guerra, atraería la atención de los niños; cómo se escondieron, a qué lugares impensados fueron a parar. Ni hablar de los modernos protocolos de incendio que tiene el museo, que son en sí mismos tan interesantes como los videojuegos. Tampoco está la arquitectura presente.

Un decorado televisivo elemental no reemplaza la grandiosa presencia del edificio. 

Pienso en el pequeñito que despierta risas al elegir como su pintor preferido a Cristiano Ronaldo y me sigo preguntando cuál es la experiencia cultural que despierta tanta admiración como para viralizar el video.

Me vienen a la mente las visitas matutinas a los grandes teatros líricos del mundo, cuando los cantantes duermen y los músicos también. Recuerdo haber visto una tarde en Londres una larga fila de señoras con sombrerito obligatorio, esperando tomar el té en el Palacio de Buckingham, previo pago de entrada en libras esterlinas. Las invitadas se sientan en un salón totalmente secundario del palacio, adonde les sirven el tradicional té inglés de las cinco de la tarde que toma la reina. Pero la reina no está allí para servirlo como hace con sus iguales, y sólo es posible conocer las dependencias privadas cuando la familia real está de vacaciones.

Me acuerdo del dicho: “quien bebe agua, come nísperos   y besa a una vieja, ni bebe ni come ni besa”.

La falsa idea del “acceso” de los niños al Prado hecho de cartón, de los turistas al gran teatro lírico cuando no hay función y de las señoras con sombrero al té de la reina, son fantasías del populismo, recursos que jamás reemplazarán la experiencia de lo genuino. A los niños se los debe llevar al verdadero Museo del Prado, al teatro lírico hay que ir a ver una ópera o un concierto, si las señoras inglesas de sombrerito no toman el té con la reina, no tiene sentido alguno que vayan a un saloncito secundario del palacio, habiendo tantos buenos lugares en Londres. Todos tienen derecho a la experiencia plena.

Pipo Fischer

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