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Colaboración

Ankor Wat y encuentros que no estaban escritos

Ankor Wat y encuentros que no estaban escritos

Por Héctor Martín Davico

(Colaboración)

Son las 5 de la mañana en la ciudad de Siem Riep y me dirijo a Ankor Wat, el complejo de templos religiosos más grande jamás construido. Patrimonio de la Humanidad y resabio del Imperio Jemer que dominó entre los siglos IX y XV casi todo el sudeste asiático, Ankor Wat es el símbolo que aparece en la bandera nacional de Camboya.

Al llegar, una horda de turistas se agolpa frente al templo principal para observarlo y fotografiarlo durante el amanecer. Decenas de tuk-tuks , las típicas motos asiáticas que llevan un carrito integrado, ofrecen sus servicios para recorrer los diferentes monumentos. Es famoso el templo Ta Prohm, invadido por la selva en donde las raíces de los árboles se han extendido sobre los muros como si fueran una obra de arte.

Al finalizar mi visita una niña me persigue con una bolsa llena de imanes que vende como recuerdo, “2 por 1 dólar o 5 por 2” repite. Tendrá unos 8 o 9 años. Le digo que no, que ya he comprado (lo cual es verdad), pero no claudica. Al final de tres largos minutos de insistencia le compro dos. Su cara se ilumina y se va corriendo con el dólar en la mano. Quizás a su corta edad ya sepa que la dueña del mundo es la perseverancia.

Acabo de visitar una escuelita rural en donde di algunos consejos sobre salud bucodental, voy por la ruta y veo un gran cartel que anuncia al Centro de Acción contra las Minas de Camboya (CMAC). La curiosidad me lleva hasta el sitio por un camino de tierra. Al llegar un guía del lugar se acerca y me ofrece una breve explicación: “Luego de más de cuarenta años de guerra, buena parte de Camboya quedó sembrada de minas antipersonales y explosivos, uno de los dramas más importantes que hemos tenido en el país”. En el recinto se exhiben cientos de minas desactivadas, armas de guerra incautadas, cartuchos de bombas, fotografías, piernas ortopédicas que han sido utilizadas por las víctimas... “Somos el centro más importante en materia de concientización y desactivación de minas.” y sigue “Estamos utilizando ratas adiestradas que trajimos desde Tanzania para localizar donde están enterrados los explosivos. Cada uno de estos animales vale un dineral, pero con su extraordinario olfato podemos recuperar tierras productivas y salvar vidas”. En la parte trasera se exhiben máquinas excavadoras y tractores que fueron destrozados por minas que detonaron. “Nuestra tarea es esencial para el desarrollo de Camboya”. El hombre me hace una pequeña demostración de como se localiza una mina antipersonal y aclara: “Detrás de mí vendrán un segundo inspector y luego un tercero para confirmar que el resultado sea correcto. En esto no puede haber margen de error”.

Me detengo en un pueblo para cargar combustible y estirar las piernas. En un bar hay unos 50 hombres sentados frente a dos televisores. En el de la izquierda, que nadie mira, están dando el Campeonato Mundial de Natación Gwangju 2019. En el de la derecha, en donde están puestos los focos, televisan en directo unas riñas de gallos. Las modestas sumas de dinero corren de mano en mano a la hora de apostar. No entiendo ni una sola palabra de lo que se dice. Alguien me ofrece una silla. Cuando comienza el combate un hombre habla por teléfono y pasa en voz alta alguna información que hace que las apuestas aumenten. Al cabo de unos minutos, con la agonía de uno de los animales, el combate termina. Los ganadores toman su dinero y todo vuelve a comenzar. La controversia que me despierta el ‘espectáculo’ hacen que en la tercera pelea me vaya.

Es mi último día en Camboya y viajo en moto de regreso a Vietnam. El cálido viento me pega en la cara y veo decenas y decenas de niños que salen de precarias escuelas. Vuelven a sus humildes casas en bicicleta o caminando, solos o agarrados de la mano. Van por las banquinas con sus camisas blancas y pequeñas mochilas. Una sensación de remordimiento me acecha ¿No debí haber intentado visitar más colegios para intentar explicarles algo acerca de las enfermedades bucodentales que tarde o temprano tendrán? ¿Habrá alguien que les hable de ello? Los adultos lo vamos comprendiendo a medida que conocemos mejor nuestras limitaciones: La educación de los niños debería ser lo más sagrado. ¿O acaso hay algo más importante?

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