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Diario El Argentinoviernes 29 de marzo de 2024
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Diálogo con Fabián Alejandro Moreno Navarro, abogado

Diálogo con Fabián Alejandro Moreno Navarro, abogado

“Gualeguaychú es una comunidad muy plural y simultáneamente muy integrada”


Fabián Alejandro Moreno Navarro nació en Capital Federal el 16 de junio de 1968, actualmente tiene 49 años. Es el mayor de dos hijos de un matrimonio constituido por inmigrantes españoles por parte del padre y de italianos por parte de la madre.

Casado con Ana Clara Pauletti, es padre de dos hijos: Manuel de 22 años y que está estudiando ingeniería en Buenos Aires; y Juan de 19 años y que empezó una carrera para la formación en el empleo en la Universidad Católica Argentina.

Abogado de profesión, Moreno Navarro sostiene que inicialmente su vocación no era el ejercicio liberal sino la búsqueda de herramientas que le permitieran potenciar las relaciones internacionales de los Estados. Así llegó al Derecho… y más tarde a la abogacía.

Vive en Gualeguaychú desde 1995. Destaca de la comunidad su capacidad para salir al encuentro del desarrollo, pero también el valor de la pluralidad y de la integración. Abogado de la Asamblea Ciudadana Ambiental y actualmente integrante del Foro Ambiental, Moreno Navarro también subraya el sentido de pertenencia que da Gualeguaychú y que potencia el aporte de cada uno para resolver aquellas cuestiones que convocan a la defensa del interés general.

Moreno Navarro también descubrió en Gualeguaychú la importancia de la identidad del río. Suele decir con voz calma pero segura “que el Ñandubaysal es mi lugar en el mundo. Puedo ir y pararme en la orilla del río Uruguay y en esa contemplación encontrar la serenidad que me hace falta”.

El diálogo que mantuvo con EL ARGENTINO se realizó el sábado poco antes del mediodía y a lo largo de la charla siempre tuvo presente la cultura del agradecimiento hacia la comunidad y el saber parte de una “Gualeguaychú muy plural y simultáneamente muy integrada”.

 

-Primero alguna referencia de su familia personal…

-Mi padre es de origen español, es decir, soy primera generación en Argentina. En realidad mi abuelo había peleado en la Guerra Civil española en el bando de los republicanos, y terminada esa guerra civil y luego de estar un tiempo como prisionero en un campo de concentración, emigró hacia la Argentina y mi padre tenía en ese entonces diez años. Hoy es más argentino que todos nosotros. Y mi madre es argentina, hija de inmigrantes italianos. Así que mi familia es la típica familia clase media de Buenos Aires. Mi padre fue ejecutivo de Xerox hasta que se jubiló. Y mi hermana, que es tres años menor que yo, es administradora de empresas.

 

-¿Cómo le nació la vocación por el Derecho?

-En los primeros años del secundario tenía muy claro que quería estudiar Derecho, aunque no necesariamente ejercer la abogacía. Siempre me gustó el tema de las relaciones internacionales, el derecho de integración y lo vinculado con el Mercosur y la Unión Europea y todas esas cuestiones de generar alianzas entre naciones que tienen varios aspectos en común. Me gustaba mucho el tema internacional y me parecía que la mejor plataforma era estudiar Derecho. Incluso en la Facultad estudié la orientación de Derecho Internacional Público y los Derechos del Estado, materias que me fascinaban.

 

-Pero usted ejerce la abogacía…

-Mientras era estudiante trabajé en varios estudios de abogados y sí, finalmente me incliné por ejercer la abogacía; aunque lo otro lo sigo teniendo como un hobby.

 

-¿Cuándo se radica en Gualeguaychú?

-Me casé con Ana Clara en 1995 y a los pocos meses nos radicamos en Gualeguaychú. A poco de recibirme había ingresado a un estudio de abogados en Buenos Aires, así que al principio trabajaba en ambas ciudades porque no podía desprenderme totalmente y de una sola vez.

 

-Gualeguaychú es una sociedad que tiene desarrollo industrial, agropecuario, comercial, turístico, ahora también universitario, de servicios y con una importante masa dineraria que todos los meses ingresa al mercado local a través del empleado público. Si un sector se cae, está el otro que lo puede sostener…

-Ese es un aspecto muy valorado que tiene Gualeguaychú y el tener tantos frentes de desarrollo es una virtud. Además, Gualeguaychú es una comunidad muy plural y simultáneamente muy integrada. Eso lo percibí de inmediato al poco tiempo de estar residiendo en la ciudad. Lo otro que me llamó la atención gratamente es que se arman grupos de amigos muy sólidos independientemente de las profesiones o las pertenencias sociales.

 

-Iba a decir algo…

-Además de esa pluralidad que señalé y que siempre me gustó de Gualeguaychú, le debo agregar el sentido de pertenencia y la solidaridad que aquí se ejerce. Y ni qué hablar del compromiso y la participación del llamado tercer sector, que es una de las marcas distintivas de Gualeguaychú, y que trascienden más lejos que las repercusiones que pudieron tener sus puebladas. Y esto se pudo generar porque existe en el ADN de la comunidad un alto compromiso por la participación. Que alcance como ejemplo cómo se constituyó desde sus cimientos ese coloso que fue el Frigorífico o cómo se han gestionado las grandes obras de infraestructura. Gualeguaychú tiene un gen en su ADN que propicia esta defensa colectiva del interés general por encima de los sectoriales. No es común que una comunidad tenga esa capacidad de nuclearse y organizarse para que la sociedad civil haga su aporte al interés público. Lo hemos vivido de manera más reciente con la experiencia de la Asamblea Ciudadana Ambiental y aún más cercano en el tiempo con el Foro Ambiental, para citar dos ejemplos muy emblemáticos de este concepto.

 

-Por eso también es una comunidad con muchas exigencias…

-Así es. Porque esas organizaciones de la sociedad civil tiene integrantes valiosos que ocupando o sin ocupar cargos públicos hacen una defensa extraordinaria del interés general. En Gualeguaychú no se admiten paracaidistas y es necesario sentir una identificación con estos valores.

 

-Esa capacidad de organizarse en defensa del interés general también se observa de manera cotidiana en los clubes y su fuerte compromiso con la educación.

-Ese es otro claro ejemplo. He trabajado muchos en los clubes, especialmente en el Neptunia, y la obra que hacen todas las entidades deportivas y sociales es una labor extraordinaria. Clubes, escuelas y parroquias concentran mucho estos valores que se conforman con la pluralidad de orígenes sociales y la igualdad al momento de establecer las relaciones sociales y que derivan en amistades como una experiencia trascendental desde la infancia y la adolescencia. Me parece que el ser una sociedad de menos de cien mil habitantes, facilita este contacto más directo y menos anónimo entre unos y otros; y eso en definitiva alienta a que nadie sea indiferente.

 

-Muchos profesionales dedicaron su saber y su tiempo frente a los conflictos colectivos como el caso de las pasteras sobre el río Uruguay. Usted mismo integró el equipo técnico de la Asamblea, por ejemplo. ¿Cómo es esa experiencia?

-Sin duda es una experiencia de mucho enriquecimiento en materia de conocimiento y el poder interactuar con otras disciplinas del saber. En lo personal para mí hasta fue un cambio muy importante en mi vida. Lo vivenciado con el movimiento asambleario fue un antes y un después y no dudo en reconocerlo como una bisagra tanto en mi vida personal como profesional. El haber vivido y el estar viviendo este conflicto nos cambia y nadie es el mismo luego de esta experiencia.

 

-De alguna manera hay que tener vocación por la cuestión pública…

-Por supuesto, porque no se está defendiendo un interés individual o sectorial sino colectivo. En mi caso siempre tuve vocación por esta cuestión colectiva y nunca ocupé un cargo público. Y siento que en ese compromiso, en esa experiencia encontré una forma de canalizar una cierta militancia por las políticas que uno siente que se deben aplicar. Y lo otro es una satisfacción el saber que lo aprendido profesionalmente se puede aportar para construir una mejor sociedad. Además descubrí un escenario, un espacio en el cual me he sentido muy a gusto, con voluntades diversas que se amalgamaban en esa solidaridad que caracteriza a esta sociedad. Y Gualeguaychú ha dejado una marca importante a nivel país en materia de defensa ambiental y creo que todos aquellos que fuimos parte de esa experiencia debemos estar agradecidos y orgullosos al mismo tiempo.

 

-Además toda esta experiencia puso en valor el concepto de licencia social…

-Hay una frase en Estados Unidos que dice “Not in my backyard” (“No en mi patio trasero”) y en el caso de Gualeguaychú no era una porción pequeña sino toda una región a la que está integrada. Sabemos que cualquier decisión que se tome en materia ambiental trascenderá los límites administrativos de las diferentes localidades y por eso nos debe obligar a tener una mirada más amplia que los meros localismos. Y por eso se salió en defensa de un lugar, que además es maravilloso y que es doloroso pensar que pueda deteriorarse.

 

-¿Por qué a pesar de que UPM (ex Botnia) sigue produciendo y contaminando, queda la sensación de que Gualeguaychú hizo lo correcto y en el momento adecuado?

-A eso lo observo desde una perspectiva que nos la dio el tiempo: los logros que se obtuvieron son la forma de organizarse colectivamente para enfrentar una situación como la vivida; y el haber frenado lo que era claramente un polo de producción de pastas de celulosas con Ence y que aún a pesar del avance de la ciencia, esa producción sigue siendo una de las más contaminantes del mundo. En lo personal, la lucha de Gualeguaychú siempre me atrajo porque la considero más allá de las razones ambientales, que está sustentada en el derecho a la convivencia.

 

-¿Puede profundizar ese derecho a la convivencia?

-Es sencillo: el vecino tiene que informar lo que va a hacer cuando eso que hará afectará al otro. En este caso, un posible como dudoso beneficio para el Uruguay y un seguro daño para Gualeguaychú. Incluso en el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya, quedó claro que Uruguay tomó una decisión que no estaba en condiciones de adoptarla. Lamentablemente, me enseñó hace mucho tiempo un profesor de Derecho Internacional, Gualeguaychú se anticipó a su tiempo y los Tribunales Internacionales no estaban preparados para dar el siguiente paso, es decir, si alguien violó la ley debe volver para atrás. Las cuestiones ambientales internacionales están avanzando muy lentamente en materia judicial, y por eso se está reclamando que exista una Corte Internacional especializada en materia Ambiental y que posea otro conocimiento y otra sensibilidad para resolver estos conflictos. Desde el Derecho clásico es difícil dar protección a los intereses colectivos como ha sido este caso.

 

-Es cierto. La Corte de La Haya tuvo en materia ambiental un paradigma del Siglo XIX que indica el que contamina paga y no abrazó el paradigma del Siglo XX que era precautorio…

-Así de claro. Por eso me parece que no estamos lejos de que se constituya una Corte Internacional especializada, máxime si se tiene en cuenta que en materia ambiental las fronteras administrativas no existen.

 

-¿Está cerrada la puerta para volver a La Haya?

-De ninguna manera, incluso la propia Corte Internacional expresamente la dejó abierta. Lo que ocurre es que no hay en la actualidad voluntad política para constatar lo que se viene afirmando desde hace años: que la pastera contamina y que no se puede tolerar el funcionamiento de esa planta tal como lo está haciendo y que nos está provocando un daño que, si no se le pone un límite, será irreversible. Pero es el Estado en todo caso quien no quiere volver a La Haya.

 

-Muchos empresarios ahora se escudan en el argumento de que saben que contaminan, pero que no es su intención hacerlo. ¿Alcanza con eso, porque igual se está frente a un delito?

-Por supuesto que es un argumento insuficiente. Además, no hay que perder de vista que el conocimiento sobre las consecuencias de una acción, pueden hacer la diferencia entre la culpabilidad y el dolo. Si uno conoce el resultado y no hace nada para evitarlo o impedirlo, más que culpa hay dolo. Y esto dicho aún admitiendo que no se tenga interés en causar un daño. En temas ambientales se debe desestimar ese concepto, y en consecuencia tiene que caer la sanción judicial porque se está frente a un delito.

 

-Se referenciaron las “bondades” de Gualeguaychú, ¿qué cosas le duelen de esta comunidad?

-No creo tanto en los particularismos o en las excepcionalidades. Sí creo que existen escalas humanas que modifican los comportamientos. Muchas veces se dice que Buenos Aires, por ejemplo, tiene mucha agresión diaria, una situación competitiva permanente. Se trata de una sociedad de millones de habitantes y seguramente esa característica favorecerá esos comportamientos vinculados con la sobreviviencia o la mala convivencia. En cambio, las ciudades a escala humana, por debajo de los cien mil habitantes como la nuestra, tienen un montón de ventajas como señalábamos antes; pero también tienen sus dificultades. Por ejemplo, se está más en la mirada del otro; ya no se está de manera anónima o el anonimato de las grandes ciudades otorga mayores márgenes de discrecionalidad con respecto al comportamiento. Dicho de otro modo, la mirada de pueblo chico a veces resulta dañina. Y claro que la pobreza y las adicciones son dos rasgos que siempre nos deben dar dolor ya no como comunidad específica sino como persona. Es evidente que no se puede ser indiferentes ante la pobreza estructural ni ante las adicciones.

 

-Le cambiamos el ángulo del diálogo. ¿Por qué en Argentina, a diferencia de gran parte del mundo, alcanza con recibirse de abogado para ejercer esa profesión?

-Es cierto. En gran parte del mundo no alcanza con el mero hecho de recibirse, sino que se requiere de una práctica, muy similar con las exigencias que tiene aquel que se recibió de médico. Un estudiante recibido de la Facultad de Medicina no puede ejercer esa profesión hasta tanto apruebe y cumpla con la práctica médica. Con los abogados no pasa lo mismo. En el caso de los abogados debería tener un trabajo de práctica al estilo de los médicos y luego un examen integral. Y no estoy hablando de países como Estados Unidos o Gran Bretaña que tienen esa concepción, sino Brasil que también la aplica. Y en esos países los abogados que no han pasado por esa práctica no pueden ir a la Justicia y en todo caso quedan ejerciendo roles como consejeros pero no tienen autorización para litigar. Y el hecho de tener una práctica aprobada luego de recibirse no es otra cosa que una garantía para aquel que recibirá el servicio profesional. Nos pasa con los médicos, nos debería pasar también con los abogados. Lamentablemente la demagogia nos sigue ganando en muchos campos.

 

 

Por Nahuel Maciel

EL ARGENTINO


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